Allí estaba Mayra, con los ojos resplandecientes como nunca antes había visto.
Durante todo el día, una rabia larga y fulminante finalmente se había desbordado, el dolor que la niña mansa había sublimado demasiado tiempo. Los pensamientos más viles quemaron su mente... Y aunque César era solo una parte del problema... Desafortunadamente para él, él estaba allí cuando estalló la tormenta...
Lo que fuera que había encendido esos ojos, no era bueno. Especialmente por estar mirando en su dirección, como si lo fuera a fulminar con la mirada.
—¿Mayra? ¿Qué estás haciendo aquí?
—¡Todavía tengo la llave de la casa, padre! —le responde ella cargada de cólera.
Tomando una pila de papeles de la mesa de la sala, caminando provocativamente hacia él, los empuja groseramente a centímetros de su rostro, dejándolo asombrado
—¡Aquí están los folletos de tu maldita fundación! ¡Ariel dice gracias, pero no gracias! —gruñe su hija con la mano libre serrándose en un puño, como si… lo quisiera golpear.
—Escucha. Eso es entre Ariel y yo. Él me parece una excelente persona y creí que le encantaría ayudarme en la Fundación.
...
Mayra enojada niega con la cabeza, asombrada.
—¡Todavía no lo entiendes, después de todo el infierno por el que me has hecho pasar! ¡Eres un maldito egoísta!
—¡No me hables de esa manera! ¡Soy tu padre! —él le responde, pero un abismo de culpa siempre presente en su interior convierte su defensa en un triste intento.
—¿Oh? —ella se burla— ¿Finalmente has decidido que eres mi padre ahora? Esa es nueva, y llega un poco tarde, dado que ya soy una mujer adulta que va a la universidad, ¡maldita sea! ¡Este mundo asqueroso me robó mi infancia y mi inocencia! ¡Y no me vas a robar la felicidad y la razón de vivir!
Él se tambalea por la violencia de su repentino estallido.
—Ariel es mío... —dice sin poder evitar sonrojarse, pero con una terrible furia en sus ojos.
Dejando a su padre completamente mudo.
—¡Mío, maldita sea!
Señala con el dedo acusadoramente—¿Cuál fue tu maldita idea? ¿Para robarme mi esposo, y andar vagabundeando por el mundo difundiendo tu amor y alegría caseros mientras yo me quedé atrás y me acurruqué y morí? —Mayra estaba a punto de perder los estribos.
Tal vez si debió de hacer caso a su psiquiatra, en pedirle a su marido que hiciera de mediador. Pero en algún lugar interior, había querido atacar al hombre que le había dado la vida, castigarlo hasta el límite por todo el dolor con el que estaba asociado.
Nota como él trata de responder, pero las palabras no salían. Así opta por seguir hablando.
—¡Maldita sea! ¡Eres mi padre! —vocifera ella mirándole directamente a los ojos. Lo cual fue tal vez lo más difícil que había hecho en su vida.
Él se nota avergonzado, pero ella no podía echarse para atrás.
—Eres mi familia ¿Por qué mi familia sigue lastimándome una y otra vez? —pregunta Mayra bajando más la voz.
—Mayra… yo…—no hay respuesta.
Él parecía estar buscando una excusa. Tal vez criticarla por el lenguaje grosero, abusivo y obsceno... Pero más bien parecía que algo se retorcía en su interior. Podría ser que en algún lugar dentro de él, lo sabía. Todo lo que la había lastimado después de todos estos años de aceptarlo en silencio y obediencia.
—Entiendo que no hemos tenido una de las mejores relaciones. Pero jamás en mi vida te he levantado la mano como mi padre lo hacía conmigo. En comparación, tuviste una buena infancia a mí parecer. Si tienes problemas de abandono no son en enteramente mi culpa —esas palabras la quebraron, como un huevo cayéndose al suelo.
—No se trata de quien tuvo la peor infancia... —dice ella en un tono carente de vida. Pero solo era una fachada, como la que siempre se vio obligada a usar.
No más, nunca más.
—¡Nadie me quitará a Ariel! ¡Él es mi todo, Padre! ¡Todo lo que tengo! Lo necesito como necesito respirar, ¡porque sé que no valgo una mierda sola! ¡No puedo funcionar como un ser humano sola! ¿Y quieres que vuelva a estar sola? ¡Entiendo que hallas tenido una infancia dura, pero crees que eso te da derecho justificar el haberme dejado noches enteras en una maldita mansión vacía! ¡A una niña de cinco años!
—Tenías a tus nanas... —él intenta, pero ella no se lo permite.
—Me despertaba, te buscaba, no te encontraba, me volvía a intentar dormir. Decidida sufrir en silencio, lastimada y llorando... en soledad —Mayra le miró por un momento, antes de que su expresión cambiara abruptamente, de alguna manera tan inocente en ese momento... La voz enojada se suavizó—. Lo único que me permitía tener era una foto tuya y un peluche. Los cuales abrazaba todas las noches hasta quedarme dormida.
El asombro se refleja en los abismales ojos de su padre. Como si el recuerdo de él regalándole el peluche hubiese vuelto a su mente.
—¿En serio te sorprende eso? ¿Sabes cuanto te idolatraba, padre? ¿Cómo te extrañé, en mi soledad vacía, cómo soñé que regresarías y me salvarías de un mundo… que me hizo cosas malas?
Mudo aturdido por la fea verdad, ¿cómo podía responder a eso?
—No tuve otra experiencia del mundo porque nunca me lo permitieron. Eras todo en lo que pensaba. Mi padre ¡Mi héroe! Estaba solo y vacío como un agujero. Y para eso me usó el mundo: para un agujero. Mayra gira la cabeza hacia un lado. El hermoso rostro pareció aterrorizado por un momento. Se iluminó de nuevo, mientras susurraba:
—Entonces… Ariel Avellaneda llega a mi vida. Y volví a la vida. Y la locura en la que me había convertido no podía alejarla. Ella no me dejaría ir, hasta que me enamoré profunda, completamente, profundamente. Ella me salvó de la soledad. Oh, padre, le debo todo. Ella me enseñó a amar, en todos los sentidos de esa palabra. ¡Cómo vivir… me ayudó a finalmente aceptarme!… Me necesitaba. Aceptame. Aunque, soy indigno de alguien tan maravilloso. Porque hay tantas cosas malas escondidas dentro de mí. Cosas tan terribles...
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empoderamiento, amor verdadero y final feliz, problemas paternos
Editado: 05.07.2023