“Necesito verle”, este era el pensamiento que me estuvo acompañando toda la noche; después de haber visto a Omar, ahora tenía que ver a Nacho, quería saber cómo estaba, quería mirarle a los ojos y sentir su dulce voz.
Pasé la noche torturándome, ya que mi deseo no era para nada ético, no iba a verle como acto de cortesía, sino porque tenía ganas de hacerlo.
La primavera ya era la protagonista, así que ya había hecho un gran cambio en el armario, sacando las camisetas veraniegas y guardando aquellos oscuros y pesados chaquetones de invierno.
Después de varios meses decidí vestir con un largo vestido floreal negro; durante mis años como agente había escondido mi feminidad, pero aquella mañana, mirándome al espejo, me di cuenta de que necesitaba valorar mis poderes femeninos; saqué una pequeña bolsita rosa salmón donde había guardado cuidadosamente todos mis maquillajes: me pinté los ojos, intentando darle más volumen y brillo, opté por un pintalabios rojo puro; acabado el trabajo me miré al espejo y vi la mujer que estuvo escondida por mucho, demasiado tiempo; solo una cosa fallaba: el pelo.
Busqué, sin resultado, alguna plancha para alisar el pelo, cansada de rebuscar, decidí salir e ir a la peluquería más cercana a la cárcel.
-Buenos días- me saludó la chica que me atendió; llevaba el pelo recogido en un moño y en las manos un par de tijeras y un peine.
-Buenos días, quería saber si me puedes planchar el pelo - comenté.
-Claro, siéntate- me acompañó a mi asiento, las sillas eran negras, opacas, acolchadas, eran muy cómodas; observé a mi alrededor y vi como toda la tienda era de un estilo minimalista, cuidado perfectamente en cada detalle.
-¡Es estupendo! - exclamé, mientras la peluquera se acercaba a mí.
-Me alegro de que te guste, ¿quieres un planchado normal? - me preguntó, mirándome de arriba a abajo.
-Ehm, ¿qué me recomiendas?
-Depende a qué evento vas.
“Una cita en la cárcel”, pensé y me salió una sonrisa espontánea.
-Ninguno, hoy me apetece verme más guapa- confesé sin avergonzarme.
-Pues, saldrás de aquí con un peinado que te va a encantar. ¡Empezamos!- exclamó emocionada, supongo porque adoraba poder explotar su creatividad sobre alguien.
Después de media hora tenía mi fantástico peinado completado.
-Un semi recogido, muy romántico y sensual - concluyó Sarah, así se llamaba la peluquera.
Me miré al espejo y el resultado había superado mis expectativas: tenía media melena con el pelo suelto y ondulado, mientras, la otra estaba recogida en una maravillosa trenza detrás de la capa suelta.
-¿Te gusta? - me preguntó, ya que aún no había dicho nada.
-Me encanta, me hace preciosa.
-Realmente lo eres, solo que las peluqueras sabemos valorar más el pelo que las clientas. ¡Por eso existimos!
-Tienes toda la razón.
Me levanté del cómodo sillón y pagué.
-Qué te vaya bien con él- me saludó Sara.
-¿Cómo?
-Ninguna mujer entra aquí sin motivos y la mayoría salen con una razón muy común: hombres- afirmó.
-Espero que vaya bien - saludé y salí.
Sin pensarlo dos veces me dirigí hasta la prisión; miré el reloj, habría llegado justo cuando abrían las visitas.
-Buenos días- dijo el chico sentado detrás del vidrio.
-Buenos días, quería ver a Ignacio Rodríguez García.
-Vale, ¿usted es?
Estaba a punto de decir que era agente de policía, pero realmente ya no lo era, así que decidí mentir.
-Soy su hermana.
-Vale, firme aquí - dijo pasándome una hoja.
Firmé como Mariana Rodríguez García.
-Ahora espere y podrás pasar.
Estaba mirando a mi alrededor con la esperanza de que no hubiera guardias que me conocieran, pero aquel era mi día afortunado: para todos era la hermana de un narcotraficante.
-Mariana Rodríguez García - llamó un agente, estuve unos pocos segundos sin decir nada, hasta que recordé que era yo: los nervios me estaban haciendo perder credibilidad.
-Aquí está su hermana- afirmó el agente acercándose a Ignacio.
Estaba sorprendido: -¿mi hermana? - enseguida miró detrás del guardia y me miró sonriéndome.
-Claro, mi hermana. - afirmó sin quitarme la mirada.
Ya que estaba mintiendo, decidí hacerlo bien y saltándome las normas lo abracé fuerte.
Sus brazos me acogieron suavemente, pero poco a poco me estaba apretando con delicadeza y cariño; olía ricamente a fruta exótica, lo miré en la cara y por una fracción de segundo sentí que ambos queríamos acercarnos más aún.
-Soy tu hermana, Mariana- le susurré en el oído antes de que el guardia nos separara.
-¡Está prohibido el contacto físico con los presos! -me exclamó en la cara.
-Lo siento, lo echaba de menos- susurré, teniendo la mirada fija al suelo.
-Tuve que mentir- susurré, mientras el agente regresaba a su asiento.
-¿Qué pasó? - lo miré y parecía de verdad preocupado.
-Me suspendieron definitivamente del cuerpo de policía.
-¿Por qué?
-Mi jefe vio como estaba encariñada con esta investigación, fui a una psicóloga y me diagnosticó algo.
-¿Algo cómo?
Me estaba avergonzando mucho, pero necesitaba desahogarme con alguien y realmente sabía que quería hablarlo con él.
-Hibristofilia.
-¿Con quién?
Lo miré sin decir nada.
-¿Yo?- preguntó sorprendido.
-Esto dicen ellos.
-¿Y es verdad?
-Siento que es mi obligación sacarte de aquí y que regreses con Omar.
-¿Por qué?
-Porque Aisha me lo dijo, soñé con ella, varias veces ya.
-Lo siento.
-¿De qué?
-Que por mi culpa te hayan suspendido.
-No es tu culpa, al contrario, gracias a esta investigación me di cuenta de que trabajaba con personas sin humanidad.
-Los policías son así; los que tienen demasiada empatía los suspenden.