El resonar de las Canicas

III - Peluche demoniaco

Llegó a mis oídos un lejano tac, tac, tac, cada vez más fuerte. Abrí los ojos de golpe y vi todo girar, cada músculo seguía tenso y el resonar de las canicas en el techo me hizo temblar.

Temí pararme de mi cama y sentí todo mi rostro empapado en llanto. Me sentí fatigada, como si hubiese corrido un maratón. El incesante resonar de las canicas me recordaba lo tarde que era, también a las aterradoras pesadillas que acababa de vivir.

No podía dejar de llorar, entonces me aferré a mi perro de peluche, Polar. Solía calmarme desde bebé. Acariciando a mi mullido amigo, la suavidad de su piel me hacía recuperar la normalidad de mis latidos. El sonido de las canicas parecía apagarse brindándome algo de tranquilidad, el olor a suavizante emanando desde Polar, ayudaba a relajarme.

Mis músculos liberaron su tensión, mis párpados comenzaron a ceder, creí que podría dormir, pero una mano se posó en mi cintura y apretó con brusquedad mi abdomen, salté asustada y me giré buscando un culpable. Soledad encontré, pero la sensación en mi abdomen por el apretón seguía allí. Sentí palidecer de nuevo, al notar la oscuridad ser invadida por el centellear de luces bicolor desde mi ventana.

De nuevo temblé. Palpé cada lugar buscando a Polar, su piel suave la sentí como una caricia entre tanto miedo, pero al traerlo conmigo, su aroma fue reemplazado por una mezcla entre rancio y podredumbre provocándome arcadas. Su imagen me hizo saltar de la cama e incorporarme en el acto.

Mi mullido amigo lucía terrible, roto, incluso un brazo le faltaba, pero de sus orificios salía algo similar a carne y sangre. En su rostro un ojo colgando y su boquita ahora estaba abierta exhibiendo grandes y afilados dientes destilando un líquido viscoso como saliva.

El goteo sanguinolento emanando desde él, se compaginaba al resonar de las canicas igual que las luces bicolores, mismas que hacían ver ese animal como una criatura demoniaca. Temblores se adueñaron de mis manos, sudores fríos recorrieron mi piel. El rebotar de las canicas, se mezcló con los latidos de mi corazón haciéndose más agitados: Tun, tun, tun, tun...

El aire pesado contraía mi pecho. El resonar era más audibles, más insoportables, bailaba una danza de tambor con mis latidos. Me costaba respirar, pero observar al perro de felpa levantarse y comenzar a marcar pasos al ritmo de los rebotes, fue suficiente para hacerme palidecer. El animal se acercaba a mí abriendo y cerrando su boca, mostrando afilados dientes, masticando aire en una clara señal de sus intenciones conmigo.

Mi terror subió. El resonar de las canicas ahora controlaba al animal. Corrí por mi habitación intentando escapar de la criatura demoniaca, el choque entre sus dientes, sonaba como cuchillos afilándose.

Temblando y con la adrenalina recorriéndome, logré alcanzar la puerta y salir ese sitio, encerrando al demonio de felpa. El sonido de las canicas en mi techo incrementaba, ahora fusionándose con los golpes a la puerta que daba desde adentro.

El corazón se me aceleró más, al notar la recamara de mis padres abierta. No quería moverme, no deseaba ir allí, mi llanto brotó como una fuente y el miedo a revivir aquello se multiplicó, pero los golpes en mi puerta eran una clara advertencia, más ahora que empezaba a quebrarse.

Cerré los ojos para no notar la ausencia de mi madre. Pero al abrirlos, me encontré frente a ella tambaleándose por la calle.




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