Helena
Me desperté cuando un rayo de luz que traspasaba una ventana me dió el suficiente calor en el rostro para que lograra abrir los ojos.
Parecía que había dormido una década. Arrugue la frente cuando al momento de levantarme, un dolor de cabeza punzante se extendió por todo mí cráneo.
Todo me daba vueltas y apenas podía sentir mis extremidades. Recordé lo último que había visto antes de quedarme dormida.
Dios mío, que vergüenza. Soy un desastre. Primera vez que bebo y me emborracho, encima en la casa de un extraño.
Sin embargo, cuando froté mis ojos para aclarar mí vista me di cuenta de que ésta no era la habitación de antes.
Todo aquí parecía hecho a mano y muy rupestre, con sus paredes de madera y su techo de paja. Incluso las vasijas y el vaso que estaba en la mesa de al lado de la cama eran de barro.
¿Seguía soñando?
De repente empecé a sentir como una aguja traspasaba mí pecho y me succionaba.
Me destapé asustada y abrí un vestido el cuál no recordaba habérmelo puesto. Que extraño.
Ahí, justo ahí, una sangijuela dorada se alimentaba de mí.
Mí estómago se revolvió al verla hincharse mientras bebía mí sangre.
—¡Cielos!— grité intentando despegarla de mí.
—¡No! No lo hagas—
Me giré de golpe al escuchar la voz de una niña entrar por la ventana con paños de tela y agua.
—¡Ah!—
—¡Ah!—
Ambas gritamos al unísono asustadas la una de la otra. Ella soltó el agua que traía consigo y empezó a susurrar a regañadientes.
Quise levantarme para ayudarla.
—Ni se te ocurra moverte, Helena—
Me quedé inmóvil obedeciendo sus órdenes ya que parecía una niña muy temeraria.
—¿Cómo es que sabes mí nombre?—
—Mi madre se encargó de informarnos a todas sobre ti—
Cuando terminó de levantar sus cosas, volvió a acercarse a mí.
Era una niña muy encantadora. Sus cabellos dorados estaban atados en un par de trenzas y tenía una armadura parecida a la de Ares.
¡Por dios, Ares!
Me pareció haberme tomado esta situación a la ligera, se suponía que debía estar con él y Clío, no aquí.
Me apuré a pararme y la infante con un empujoncito me tiró a la cama.
—Te dije que no te movieras— exprimió un paño de agua tibia y la colocó sobre mí frente.
—Pero- —
—Él está afuera con mí madre. Apenas pego un ojo en toda la noche, ese tonto—
Como si adivinara mis pensamientos, logro tranquilizarme aunque esa respuesta resultaba poco creíble para mí.
—¿Ares?—
—Si, jamás lo vi tan preocupado. De todas formas, ¿A quien se le ocurre darle a un mortal Ambrosía? A un idiota nada más, por supuesto ese es Ares—
Me reí imaginando lo furioso que se pondría si escuchará a esta niña hablar así de él, con lo egocéntrico que es.
—No entiendo ¿Qué fue lo que me paso? ¿Donde estoy?—
Mirando al rededor me di cuenta de que incluso el aire era distinto, aquí se respiraba aire puro.
—Sufriste un envenenamiento por Ambrosía. Pero es extraño ¿Sabes? Ni siquiera deberías estar viva. Digo, ningún mortal común y corriente sobrevive a algo así. Pero aquí estás, lo que te hace peculiar y muy ingrigante— hizo una pausa larga mientras revisaba mí temperatura—Estas en la tierra de Las Amazonas, aquí toda mujer está a salvo—
La miré aún más confundida. Jamás había oído hablar de Las Amazonas. Observó mí expresión y rió muy alto.
—¡Eres muy graciosa! Todas hacen la misma cara que tú la primera vez que vienen aquí. Déjame explicarte— se aclaró la garganta y como si fuera a decir un ensayo en voz alta, empezó a hablar digna y orgullosa— Cada cierto tiempo, las mujeres abandonadas, moribundas o exhiliadas vienen a nuestras tierras ya sea por tierra o por mar. Menos tu que caíste del cielo. Aquí damos vivienda y cobijo a las mujeres que quieren escapar de los hombres que creen que su valor depende del tamaño de su espada. Por lo cual, nosotras desde la niñez entrenamos duramente para convertirnos en guerreras. Todas sabemos manejar el arco y flecha, la espada y las peleas físicas. Al mismo tiempo somos fuertes, valientes y orgullosas. Ningún hombre ni mucho menos un dios, pueden pisar nuestras tierras. A excepción de Ares, claro—
Me resultaba fascinante cada una de sus palabras, y tan admirable. Un lugar así solo era posible en la imaginación, era increíble.
—¿Por qué Ares?—
—Porque él es nuestro jefe y fundador. Es el padre de todo. Ya ves, no resulta tan difícil de creer si es que hablamos del Dios de la Guerra.—
Ares, que mostraba una actitud despreciable había sido capaz de fundar una tierra solo de mujeres guerreras para protegerlas de los hombres crueles. ¿Que más secretos ocultaba?
—Quiero hablar con él ¿Puedes decirle?—
—Por su puesto, pero antes debe revisarte nuestra doctora. Por ahora creo que estarás bien—Se levantó y caminó hacia la puerta— Por cierto, soy Diana—
Y así, sin más, se fue y volví a quedarme sola.
Sin embargo esta vez no fue por mucho tiempo. Un ser mitad caballo y mitad mujer cruzó la puerta.
Ya a estas alturas me sentía demente.
Ella solo sonrió al verme boquiabierta mirandola sin disimulo y completamente incrédula.
—Dioses, todas hacen la misma expresión cada vez que me ven por primera vez. Debería acostumbrarme ya, pero es tan gracioso. Mí nombre es Cariclo— mis ojos no podían dejar de ver su cola balancearse de un lugar a otro.—Si, soy una centauro—
—¿Puedo tocar tu cola?— pregunté y pronto me arrepentí por lo indebido que sonó. Debo aprender a dejar de pensar en voz alta.
—Diablos, niña. ¿Tu no andas preguntándole a las personas sobre tocar sus traseros? ¿O si?— con ambas manos en su cintura, se burlaba de mí. Que vergüenza— Bien, ya que estoy aquí voy a ver cómo sigues. Seguro la pequeña Diana ya te contó, pero sufriste un envenenamiento por Ambrosía. Lo que en tu mundo dirían: "Una buena resaca". Tómalo como una experiencia que no debe repetirse nunca jamás. Esta vez tuviste suerte, dudo que la tengas en la próxima. Este licor no es un juego, los dioses como Ares pueden disfrutarlo y beberlo como agua. Pero tú, cariño, los mortales no pueden siquiera tomar ni una gota. Es muy peligroso y me gustaría examinarte un poco más. Me encantaría saber cómo es que lograste salir viva, si no te importa por supuesto—