Al abrigo de tu sombra

Capítulo 4

Virginia

 

Sus ojos se abrieron desorbitados al ver a aquel hombre enorme levantar al otro como si fuera un trapo, hubiera querido salir corriendo, pero su cuerpo no respondía, y aunque pudiera hacerlo, su brazo estaba atrapado.

 

— Di el precio — oyó que el tipo de espaldas a ella decía antes de dejar caer a su interlocutor.

 

La situación parecía de una película, mientras el hombre de menor estatura se ponía de pie, casi sin poder respirar, con la ayuda de sus empleados, el más alto se volvía hacia ella, pudo observar algo similar a una niebla negra, que desaparecía de su esclerótica, dejando ver unos profundos ojos oscuros.

 

— De hecho, lo que iba a decir es que no necesitas pagarme — hablaba con voz temblorosa el aterrorizado sujeto mientras se acomodaba su traje azul. — Considéralo un regalo de buena voluntad por nuestros futuros negocios.

 

“¿Yo soy el regalo?”

 

El corazón comenzó a latirle con fuerza, sentía que su cabeza iba a estallar.

 

— Alexander… — dijo alguien que ella ya no veía porque todo se empezaba a oscurecer. — Todos te han visto…

 

Los sonidos se volvieron lejanos para Virginia.

 

— Hazlos olvidar — expresó la voz demandante, grave y siniestra, de quien la sujetaba. Las piernas ya no la sostuvieron.

 

 

***

 

Alexander

 

 

Alexander cruzó el portal con la chica en brazos.

 

— Naúm — llamó.

 

— Sí, señor — respondió este presentándose a su lado y observando sorprendido la escena.

 

— Llama a Serena y que venga lo antes posible.

 

Serena era una sanadora y hacía parte de su consejo. Aunque la chica probablemente se desmayara por el shock de haber visto a alguien como él, también podría ser que tuviera una conmoción por los golpes que había recibido.

 

— Sí, señor — el anciano salió raudamente del lugar, mientras el rey se dirigía a sus aposentos.

 

— Alexander — decía León que venía detrás de él. — Qué pretendes hacer con esa humana, no tenemos tiempo para…

 

— Deberías saber que nada sucede por casualidad — replicó sin detenerse. — Y no tengo por qué darte explicaciones — su voz era calmada, pero al entrar en su habitación cerró la puerta en la cara de su asesor.

 

La recámara era espaciosa y con pocos muebles, tenía una cama sobre una plataforma, y el clóset se confundía con la pared. Todo estaba decorado en tonos grises y sepia y la ventana se hallaba cubierta con una pesada cortina.

 

Depositó a la muchacha en la cama. No pasaron más de cinco minutos que alguien tocó a la puerta.

 

— Adelante.

 

Ingresó la sanadora, de cabellos rojos, piel cetrina y ojos verdes. Se la notaba una mujer madura, aunque no podría precisar su edad, ya que todos ellos eran milenarios.

 

— ¿Me mandó a llamar, señor? — La voz de aquella era grave pero melodiosa.

 

— Serena, necesito que te ocupes de la salud de esta chica.

 

La mujer se acercó y examinó a la joven durante un momento. Materializó en sus manos algo brillante como una aguja, y con ello hizo movimientos circulares sobre la cabeza de la muchacha mientras recitaba un conjuro.

 

— ¿Crees que estará bien?

 

La sanadora sonrió absorbiendo en sus manos los restos de magia mientras dirigía la mirada hacia el rey.

 

— Sí, solo debe descansar. — La volvió a analizar: — Y sería conveniente que le dieras un baño. No la aprietes porque tiene un par de costillas rotas, pero sanarán pronto. Es una chica muy fuerte — expresó poniéndose de pie. — Más tarde traeré un brebaje para el dolor.

 

— Bien — aceptó acercándose a su nueva posesión.

 

— ¿Cómo está usted Alexander? — preguntó la bruja deteniéndose en la puerta.

 

— Bien — declaró sorprendido, volviéndose hacia ella.

 

— Si sale a cazar esta noche, ¿me haría el honor de permitirme acompañarlo? — Los ojos de la mujer eran misteriosos pero también suplicantes.

 

— De hecho, podríamos salir cuando haya avanzado la oscuridad.

 

— Lo veré entonces, con su permiso señor.

 

 

 

***

 

Virginia

 

Una tibia calidez la envolvía, no quería despertar, se sentía tan bien. Pero sus ojos comenzaron a abrirse, lo primero que vio fue unos brazos fuertes envolviendo su torso.

 

— Si forcejeas te harás daño, tienes dos costillas rotas — sonó la voz grave y ronca de aquel hombre en su oído.

 

Estaba acostada sobre el cuerpo del tipo que la obtuvo a modo de obsequio, en medio de un jacuzzi en forma de tina, el agua caliente salía a borbotones por orificios en ambos lados de la bañera y el vapor inundaba el lugar.

 

— Me… me quisiera sentar — su voz tembló.

 

Él se incorporó junto con ella, la tina era más profunda que una común.

 

— Tienes sangre aún en el cabello — le dijo.

 

— ¿Podría bañarme sola? — preguntó en un susurro.

 

Él se puso de pie y salió del agua. Su cuerpo era realmente enorme, alto y esbelto, musculoso, con unas piernas largas y un trasero de película, el cabello era renegrido y caía húmedo hasta la mitad de su ancha espalda. Le llamó la atención el tatuaje que lo rodeaba por completo, desde el lado derecho hacia el izquierdo, como si una gran serpiente lo envolviera.

 

— Volveré por ti — dijo antes de salir del baño.

 

Suspiró aliviada, el cuarto era muy lujoso, de mármol negro, con grifería dorada. Tenía sentimientos confusos, ya no estaba entre las chicas que serían vendidas para la prostitución, ahora seguramente tendría que ser la prostituta exclusiva de alguien. Este hombre… ¿Era realmente un hombre? No olvidaría nunca la forma en que levantó del cuello al dueño del lugar con una sola mano como si no pesara nada… Y sus palabras… ¡Y sus ojos!… un escalofrío la recorrió.




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