Alexander Dietrich.

Capítulo 3: Con ella es tan fácil

     La semana ha transcurrido dentro de lo normal para Isabella, y aunque le ha costado comprender el carácter tan áspero de Alexander, ella ha sabido acoplarse y no tomarse nada a pecho; solo así logrará conservar su trabajo.

     —Aquí está su pago por esta semana. —Isabella recibió un sobre amarillo perfectamente sellado—. Prefiero darle su dinero en efectivo, en lugar de depositárselo; por precaución, así que mi chofer la llevará a su casa cada día que usted cobre. ¿Entendió?

     —Sí, señor Dietrich. —Alexander regresó a sus asuntos e Isabella a los suyos.

 

     Horas más tarde, la joven fue llevada a su casa tal como lo había dicho Alexander; hasta esta hora del día ella no ha visto la cantidad de su paga, y lo primero que hizo al llegar a su hogar fue buscar a su padre.

     —Hola, Juliane. —Ella cuidó a Isabella desde que su madre murió cuando tenía tan solo dos años de edad, y ahora es la encargada de cuidar a Thomas.

     — ¿Cómo te fue hoy, Isa? —Preguntó desde la cocina.

     —Muy bien. ¿Dónde está papá?

     —Viendo la televisión; últimamente le gusta mucho un programa de comedia. —Isabella fue a la habitación de su padre para verlo; y tal como dijo Juliane, Thomas está viendo la televisión.

     —Hola. —Él la observó fijamente, pero sin decir una palabra—. ¿Cómo estás?

     —Bien. ¿Usted quién es?

     —Tu hija.

     —Yo no tengo hijos. —Isabella lanzó un suspiro cansado, ya que aunque tenga tres años lidiando con esa condición de su padre, aún no se acostumbra a ser una completa extraña para él.

     — ¿Te divierte lo que ves?

     —Sí, mucho. —Sus ojos claros sonríen al igual que sus labios, y eso le alegró en gran manera el día a Isabella.

     —Recuerda mucho los personajes de esa serie. —Dijo Juliane desde la puerta; Isabella se reunió con ella—. Ya ves que su memoria a veces coopera y otras no.

     —Lo sé. —Respondió Isabella con desánimo—. Hoy me pagaron, así que ya podré pagarte por cuidar a mi papá. —Ambas se dirigieron a la sala.

     —Sabes que no hace falta que me pagues, he vivido con ustedes desde que tu madre murió, y siempre los he querido como a mi familia, a tu padre como mi hermano y a ti como mi sobrina. —Juliane abrazó a Isabella—. Eres más como una hija; Dios no me dio el don de ser madre, pero sí el de amar como lo haría una, y te amo como a mi hija. —Volvió a abrazarla. Isabella también siente el mismo afecto por ella, y siempre encuentra consuelo en su voz, en sus grandes ojos negros y en su sonrisa de oro.

     —Gracias, Juliane.

 

     Una vez que los tres terminaron de cenar, Isabella se dio un baño y se preparó para dormir; estaba cepillando su ondulado y largo cabello, cuando recordó el sobre, fue por su bolso que había dejado en un pequeño sofá que está en su habitación, y sacó el sobre amarillo, lo abrió y se encontró con una grata sorpresa, ya que Alexander le ha pagado más de lo que había acordado con Adalia; al principio le pareció algo sorprendente, pero después comprendió en que quizá ha sido un mal entendido.

 

     Al día siguiente llegó muy temprano, y apenas cruzó palabra con Adalia, ya que ella se encuentra muy ocupada, así que por más que lo intentó no pudo hablar con ella; finalmente se dirigió al despacho para acomodar todo tal cual le había enseñado Adalia.

 

     Una hora más tarde, entró él al despacho, apenas saludando a Isabella.

     —Buenos días, señor Dietrich.

     —Traiga mi café de una vez, por favor.

     —Enseguida. —Isabella bajó hasta la cocina, y se encontró con todo preparado, pero no con Adalia; de inmediato supuso que sigue ocupada, así que tomó la charola y la llevó al despacho, haciendo el mismo ritual que aprendió hace más de una semana; después de preparar el café, se dirigió a acomodar unos documentos sobre un caso de divorcio que Alexander acaba de ganar.

 

     El día transcurrió normal; solo que, en todo ese trayecto, Isabella no pudo hablar con Adalia ya que las tareas de la casa no se lo permitieron, así que, al ver el día laboral prácticamente terminado, decidió armarse de valor y hablar con Alexander.

     —Señor Dietrich. —Este apenas y la observó cuando la escuchó llamarlo—. ¿Me permite unos minutos? —Esa frase normalmente no augura nada bueno, así que Alexander hizo su trabajo de lado para prestarle esos minutos a Isabella.

     —Dígame. —Isabella sacó el sobre cerrado de su bolso blanco, y lo puso sobre el escritorio; Alexander desvió la vista del sobre hacia Isabella, un tanto confundido.

     —Creo que hubo un error. —Alexander se acomodó en la silla, mientras ella continúa—. El sobre contiene más dinero de lo que había quedado con la señora Adalia. —Alexander se levantó de la silla y se dirigió hacia ella; Isabella lo siguió con la mirada, hasta que él quedó justo enfrente; Alexander tomó el sobre del escritorio y se lo extendió.

     —No hubo, ni hay ningún error. —Ella observó el sobre sin tomarlo, para después observar de nuevo a Alexander—. Este es el salario que he decidido que usted tenga.

     —Es mucho dinero. —Dijo más para sí misma.

     —Es lo suficiente. —Él le tomó la mano y le puso el sobre en ella—. Y no hay más réplica sobre el pago. ¿Entendido, señorita Hertz? —Isabella asintió antes de responder que sí—. Nos vemos mañana.

     —Con permiso, señor Dietrich, ¡y gracias! —Él se limitó a asentir ligeramente, y después regresó a sus asuntos laborales; o al menos eso intentó, ya que durante el resto del día no pudo concentrarse al recordar lo que a él le pareció una tierna y honesta escena; una y otra vez vinieron a su mente las palabras e imágenes de Isabella queriendo aclarar las cosas sobre su pago, sin duda alguna eso le causó cierta simpatía.

 

     Hoy no es un gran día para nadie en la casa de Alexander, ya que se encuentra sumamente estresado por un caso nuevo de divorcio, el cual le está resultando muy difícil.




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