El Deber de un Hombre

02. Fue un error

No fue amor a primera vista, porque era una niña que apenas entendía cómo funcionaba el mundo y empezaba a conocer lo que se sentía ser amada. Por esa razón, me di cuenta de que lo que experimenté en nuestro primer encuentro se trataba de una admiración ciega y profunda, cuestión que me tentó a seguir sus pasos. 

Desde pequeña, vi a Alonso como un ser inalcanzable hasta que esos sentimientos y las hormonas hicieron cortocircuito, provocando que lo viera como un hombre al que codiciaba. De un instante a otro, mi corazón bombardeó con violencia ante cada sonrisa y pronto, me enamoraron sus detalles. 

Eran buenos tiempos cuando mi amor no se notaba y entendía mi posición, pensé. 

Entonces, escondí una sonrisa, esperando a que se presentara una brecha, la cual pudiera usar para poner fin a sus divagaciones. Justamente porque conocía a Alonso, es que comprendía que sus murmuraciones y dolores de cabeza se debían a su arrepentimiento. No era estúpida, ambos éramos muy conscientes de lo que sucedió y de cómo cruzamos esa línea.

No había bebido tanto, no al grado de emborracharme como lo hizo el hombre enfrente mío. Creí que esa noche podría entretenerme con algún tipo guapo del bar, pero mi corazón y cuerpo se rehusaban a entregarse a otro. Al volver a casa, esperaba de todo, menos a un Alonso enojado y ebrio. 

Al principio, el ambiente era tenso, porque noches atrás me gritó y reprendió como nunca lo hizo. Sus palabras dolieron, pero no podía responsabilizarlo. De todos modos, fue mi culpa no reprimir mis celos y exploté contra él por estar como un perro arrastrado detrás de esa zorra. Fue tanta mi rabia que preferí evitarlo hasta esa noche de despecho. 

Nuestras manos se derritieron por el toque del otro. 

—Dicen que un clavo saca a otro. —murmuré seductora, sintiendo que tenía una mínima oportunidad, porque siempre venía a mí. Él contribuyó, ya que en lugar de alejarme ante la primera provocación, no me rechazó. 

Como una desquiciada, soportó otro de mis estados pocos cuerdos y correspondió al primer beso que le estampé en la boca. Era un roce entre labios, situación que por muy simple que fuera, me embriagó de codicia e ilusión. Disfruté tanto esa presión de labios que mi rostro se enrojeció, así que cuando él profundizó el encuentro, la realidad dejó de existir para mí. Me aferré tanto como pude, le entregué mi cuerpo, mi amor y sueños a ese hombre. Estaba tan despierta que me convencí de que él nunca me pertenecería, aún así, me entregué al despecho, acompañado de cada caricia y beso que colisionó contra mi cuerpo. 

Pecamos juntos. 

Por mucho que durmiera hasta mediodía los fines de semana, era imposible hacerlo si tenía al hombre de mi vida masacrándose la cabeza. Así que, a sabiendas de que nunca tendría la oportunidad, opté por crear la brecha y aprovecharla. Me aguanté las risas cuando Alonso se puso más pálido al encontrarse con mi cabello despeinado. 

La situación era diferente de niños. En la infancia, era natural dormir juntos, porque nos enseñaron a cuidarnos y a no vernos como algo más. Sin embargo, la enseñanza de nuestros padres fallaron y más cuando de adultos, terminamos teniendo sexo y amaneciendo desnudos en la misma cama.

—¿Tienes resaca? ¿Pudiste dormir bien? —cuestioné sin filtro, ignorando mi desnudez, puesto que a este punto, no había rincón que él no reconociera. Aún así, Alonso desvió la mirada y me pidió a modo de ruego: 

—Tápate, no es correcto que te vea de esa forma. —se avergonzó y me pareció curioso que me mostrara esa faceta contraria a la de la noche anterior. Me encogí de hombros, preparándome para la idiotez que iba a decir. —Renata… lo que hicimos… no estuvo bien. —se acobardó. 

¿Me sorprendió? Por supuesto que no, así era Alonso. 

Solté una carcajada llena de sarcasmo. 

—Y aunque no estuviera bien, lo hicimos. —recalqué divertida, oyendo una exclamación de sorpresa. Alonso era tan moral que me fastidiaba. —¿Acaso no recuerdas cómo querías seguir pese a que fue mi primera vez y estaba cansada? —revelé, girando el rostro para verlo aferrándose a la sábana. —¿Cómo era? —fingí pensar. —¡Cierto! Decías: ¡Por favor, una vez más! ¡Hagámoslo otra vez que se siente tan bien aquí! —imité su voz ronca, haciendo memoria de su rostro excitado y fuera de control. 

Alonso se quedó callado, exteriorizando su disgusto, porque no disfrutaba de mi personalidad extrovertida ahora mismo. Se había cabreado tanto la velada anterior por la mordida en mi cuello de otro hombre, que se pasó la noche marcando mi cuerpo. Aquel dato evidente, decidí no usarlo para burlarme. 

—Sabes que estoy enamorado de Natalie. —repitió con voz temblorosa, controlando su pesar después de cometer un error que marcaría su vida. No me molesté, al contrario, lo tomé con gracia. 

Aprendí eso de papá. 

—Parece que no la amabas tanto como para emborracharte y buscar consuelo en los brazos de otra para pasar una noche caliente. —empleé la lógica, tomando con calma la situación. Volvió a quedarse mudo. —Te lo dije hace días y ayer también, esa mujer no es para ti, pero si aferrarte a ella te hace feliz, entonces supongo que debo apoyarte como amiga y fingir que lograrás tenerla de vuelta. —sentencié ácida. A continuación, me armé de valor y fuerza para soportar el dolor en mi intimidad y cadera. Fue tan rudo que quería disimular a toda costa el temblor en mis extremidades.




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