En mi familia, las segundas oportunidades eran cuestión de tradición. Mi papá desde joven malogró su vida amorosa múltiples veces, incluyendo la primera vez que conoció a mi madrastra e incluso fue un descuidado por tener una hija de quien desconocía. En fin, basándome en su experiencia había aprendido y escarmentado, así que tener a mi amor platónico no era una meta que quisiera alcanzar.
¿Qué premio más grande habría si no fuera tirármelo?
No era alguien demasiado ambiciosa en el plano emocional, por esa razón, nunca codicié el amor de Alonso. Estaba satisfecha con lo que obtuve, así que si él deseaba complicarse, era su problema, no el mío, pensé con la mirada fija en el espejo.
Mi tsunami de pensamientos se vio interrumpido por una voz femenina.
—¿Robando ropa a último minuto? —interrogó Alicia Salvatore, recostando su hombro contra el marco de la puerta. Sonreí tal cual traviesa, modelando para mi madrastra. —Nora se enojará. —advirtió sin detenerme.
Me encogí de hombros, dedicando unos microsegundos a observarla. Era una mujer rubia, de ojos claros y sonrisa natural. Sin embargo, lucía ojerosa y cansada después de haberse encargado del turno de amanecida en el hospital. Ese tipo de cosas le disgustaba a mi padre, razón por la que chocaban y peleaban a menudo. No obstante, él siempre terminaba entendiendo, porque ese era su trabajo.
—La puedo compensar. —respondí estratégica, a sabiendas de que mi hermana menor era débil ante mis compensaciones. La rubia suspiró, dando unos pasos hacia adelante para acomodarme el cabello. —Me quedaba más cerca la casa que ir a mi departamento. —me excusé por la invasión a la habitación de Nora.
Hacía tiempo que no vivía en casa con mis hermanos y padres.
—Siempre serás bienvenida, mi pequeña. —manifestó afectuosa, convirtiéndome en testigo de cuánto me amaba pese a no compartir sangre. —Diviértete y no regreses tarde. Trabajas el día de mañana. —me recordó, siendo consciente y depositó un beso en mi cachete.
Le devolví el gesto, siendo consciente de que apenas era lunes y ya estaba saliendo a beber con los hijos de mi tío Alejandro. En otra ocasión, no hubiese aceptado la invitación, aún así, esta vez sentí la necesidad de embriagarme, no era un hábito que tuviera a menudo. Simplemente, quería disfrutar de un lunes tedioso. No había pasado mucho desde que tuve que ser el paño de lágrimas de Alonso y la sensación que me dejó, me desagradó.
—Lo sé. Te amo, mamá. —me despedí, cubriendo su cuerpo delgado con mis brazos. La apreté emocionada antes de besarle el rostro. —Cúbreme con papá. —solicité a modo de favor. Ella podía no ser mi progenitora, pero se ganó mi amor y el título de madre. Alicia lo merecía más que nadie.
—Trataré. —cedió como cómplice. Antes de verla por última vez, se me hizo extraño la forma en que me miró, como si ella se hubiese dado cuenta de algún cambio.
***
Esas ganas de descontrolarme tal cual fiestera, se apaciguaron cuando puse un pie en la discoteca. Incluso con la distancia, su mirada azulada se encontró con la mía y la misma pesadez se instaló en la boca de mi estómago. Logré reponerme y desviar mi atención al resto de personas que se encontraban en la mesa apartada, topándome con sus rostros largos y expresiones descompensadas, como si hubiesen sido atrapados antes de cometer un crimen.
—¡Llegaste, Renata! —celebró Eadlyn, poniéndose de pie como una bala para colgarse de mi hombro. A continuación, la cara de Santiago y Edmundo también se transformaron, entonces la castaña me susurró: —¿Ayúdanos si? Se suponía que solo seríamos los cuatro, pero Alonso nos escuchó infraganti y nos siguió. —contextualizó, sin importarle que su hermano mayor le clavara una mirada de reproche.
Torcí la boca.
—¿Qué quieres que yo haga? —refuté derrotada, a sabiendas de que sería una noche aburrida por la presencia de Alonso, quien no nos permitiría beber ni bailar como lo hacíamos de costumbre. Eadlyn me guiñó el ojo a modo de señal, dando a entender lo que debía hacer. Suspiré antes de sentarme al costado de mi mejor amigo. —¿Qué te animó a venir? —pregunté una vez que saludé a los chicos.
Tuve que pegarme más y hablar en un tono alto, puesto que la música acompañada de las luces del sitio, no suponían una buena combinación para alguien tranquilo como Alonso. El pelinegro se veía bastante incómodo, disimulando por la poca iluminación cuán hinchados se encontraban sus ojos por el llanto de más temprano.
—Temo que Santiago y Eadlyn se embriaguen y se vayan a aprovechar de Edmundo. —comentó con seriedad. Eso provocó que soltara una carcajada, haciendo un ademán para que Santiago pudiera escabullirse junto a Eadlyn. El único que quedó en nuestra mesa fue el asistente de la castaña, este terminó por disculparse, alegando que necesitaba ir al servicio. —Créeme, no es bonito tener dos hermanos promiscuos. —se lamentó, masajeando sus sienes.
En ese instante, me puse a pensar. ¿Qué acaso no sabía cómo era mi hermano menor? Preferí callarme y estar atada a esa mesa durante unas largas horas, conversando como si se tratara de una cafetería en lugar de una discoteca. Cuando sirvieron nuestros tragos, Alonso los decomisó todos.