El Deber de un Hombre

06. Maximiliano Cooper

Jueves 26 de mayo, 2040.

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El primer día que me asomé al trabajo con el ojo morado, causé tanto revuelo que el asistente tuvo que contarle a mis padres. Yo no era ningún niño, paseando por el jardín de infantes, sino un hombre de veintinueve años lidiando con la vida después de haber sido botado por su ex. Aún así, me coloqué un parche para cuidar las apariencias y que no hubiera alguna brecha que debilitara mi posición, puesto que las elecciones estaban a nada de realizarse. 

El puño de Renata no iba a impedir trabajar. 

—¿Saliste de dirección? —preguntó con fingida inocencia, Lissandro Clayton. Él era el niño más joven de nuestra familia, siendo el mismo retrato de su padre.  

Últimamente, me estaba encontrando con mis parientes en cualquier lado aunque la razón era predecible: Querían cuidarme. 

—Fue una reunión importante, Sandro. —comenté al niño pese a no ser verdad. Más bien, fui citado a la oficina de mi padre debido al moretón. Y aunque le dijera cómo lo obtuve, saldría perdiendo. Era mejor que pensaran que me peleé a golpes con alguien que saberse que le robé un beso a mi mejor amiga. —¿Y qué haces aquí? —manifesté curiosidad, con el objetivo de cambiar de tema. 

El pequeño parpadeó, balanceando sus piernas. 

—Pasaré el día con mi tío. —contestó con límites y mantuvo sus labios en una línea recta. —Mis padres están disgustados. —soltó como si no fuera una novedad. —Mamá fue invitada a un programa de espectáculo y le pidieron recrear una escena con el conductor. Ella lo hizo y papá se molestó. —explicó sereno. Enarqué una ceja sin identificar el problema. Después de todo, ese era el trabajo de mi tía: ser actriz. —Era una escena de beso y al conductor se le notó apasionado. —aclaró divertido. 

Dibujé una sonrisa forzada, a sabiendas de que nunca comprendería de qué fábrica producían a los Clayton. Era un misterio para mí, quien no llevaba en sus venas esa sangre obsesiva y loca. Me limité a darle un beso en la cabeza y le desordené el cabello, muestras de afecto que recibió como el mimado de la familia. 

—Seguro que todo estará bien. —le deseé lo mejor. —Diviértete con mi papá y pasa un buen día. —transmití, guardando mis preocupaciones. Lissandro agitó la mano, despidiéndose con una tenue sonrisa heredada de su madre. 

Una vez que regresé a mi piso correspondiente, busqué a mi secretaria y al asistente, a este último le pedí que llamara a los guardaespaldas mientras me ocupaba de recoger el material esencial de mi oficina. Si quería ser el que dirigiera estas empresas en el futuro, debía esforzarme más y dejar de lado mis problemas personales. Algo complicado de hacer, pero no imposible. 

—¿Desea que tomemos alguna medida en especial, señor? —interrogó Hailey, la única mujer en mi equipo de guardaespaldas. —¿Llamo a los abogados? ¿Presentamos una denuncia por acoso? —insistió con preocupación. 

Suspiré, apoyando mi mano en la puerta del asiento trasero. 

Desde el estacionamiento del edificio, era capaz de ver esa figura delgada y desaliñada del otro extremo de la calle. A donde fuera, ella estaba ahí, escondiéndose como criminal y observándome en silencio como si fuera algo valioso de admirar. Nunca se acercaba, siempre estaba a una distancia larga. Ese tipo de comportamiento comenzó a mediados del año pasado.

—No hagas nada. —sentencié flexible, palmeando el hombro de Hailey. La mujer no soportó la seriedad y su rostro se distorsionó. —No pasará nada, es una pobre mujer. Además, estoy a salvo con ustedes. —le brindé una sonrisa calurosa para que se calmara. Uno de sus compañeros la persuadió para finalmente subir todos al auto. 

Al abandonar el estacionamiento, mi mirada azulada se topó por unos segundos con esa mujer. Ella al detectar la placa del vehículo, bajó la cabeza. A mi percepción, la desconocida no era peligrosa, así que no había una razón para temer. Tampoco se me abordaba de forma directa, parecía más un fantasma. 

El recorrido en auto hasta el estudio, no duró mucho. Permití que la charla de mis guardaespaldas llenara mis oídos. De esa manera, no había la necesidad de que me involucrara. 

Tan pronto como puse un pie en el sitio, me ocupé de inspeccionar la nueva colaboración con una pequeña empresa. La modelo aún no estaba lista, así que aproveché el tiempo para revisar que las instalaciones y materiales se encontraran en buenas condiciones. Como era una empresa nueva, mi mamá y tía Nadia le dieron la oportunidad.

—Señor, el representante de la línea de cosméticos acaba de llegar. —notificó Hailey luego de corroborar la información. Le agradecí, siguiendo a la mujer quien me guió hasta el hombre con quien mi tía trató. Nunca imaginé que me volvería a topar con el bastardo de esa noche, aquel degenerado que sostenía a mi mejor amiga. 

—Es un gusto conocerlo, señor Clayton. —saludó galante, resultándome extraño que un chico tan joven pudiera ser representante. —La señora Nadia me notificó que usted supervisaría la sesión de hoy. Espero que nuestra colaboración sea un éxito. —habló agradable, luciendo su mejor sonrisa de negocios. 

Le dediqué una mirada de recelo cuando vi su mano extendida. Le calculaba unos veintidós o veinticinco años, casi la edad de mi hermana. Para no empeorar el ambiente, respiré hondo, siendo un fracaso, porque las venas de mi cuello se marcaron y apreté muy fuerte su mano. 




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