El Deber de un Hombre

07. Ese chico

Viernes 27 de mayo, 2040. 

Cualquiera en mi lugar, sentiría ilusión al detectar los avances de la otra persona de quien gusta, porque significaba que había alguna oportunidad. Sin embargo, no era muy ingenua para no darme cuenta de que mi mejor amigo me usaba como reemplazo o segunda opción. No avanzaba hacia mí porque le gustara o sintiera algo, sino por despecho. 

Él veía cómo su ex pasaba la página y en un intento por querer hacerlo también, se aferraba a la primera persona que se le cruzaba. Reí ante mi acertada deducción, no era experta en temas amorosos, mucho menos en temas sexuales. Aún así, el historial de mi padre me servía como antecedente. 

Ignorando el sentir de mi corazón, opté por vaciar mis preocupaciones en cuanto aparqué mi auto en el estacionamiento del edificio principal. Las empresas Clayton y Salvatore poseían una larga trayectoria respecto a las colaboraciones. Los dueños eran mejores amigos, así que no era inusual que el otro se paseara por las instalaciones contrarias. Actualmente, estaba trabajando en una colaboración y monitoreando la preparación de las elecciones, ya que actuaría como representante de papá.

El próximo lunes se determinaría quién ocuparía el asiento más importante.

Presioné el piso de recepción, a sabiendas de que tenía que irme directo a mi oficina. No obstante, debía recoger un paquete antes de subir. Saludé a todo el mundo, manteniendo una sonrisa jovial para no perturbar el ambiente. En ese sentido, era fiel amante de llevarme bien con las personas a mi cargo, puesto que incomodaría trabajar en un ambiente tensionado. 

Tan pronto como llegué al módulo, le pedí a la encargada mi pedido. Mientras esperaba, revisé algunas cotizaciones en mi tableta digital. Para ese instante, no me interesaba nada más que ocuparme de mis labores hasta que se armó un escándalo en la entrada que llamó demasiado la atención, inclusive de los clientes. 

—Le estoy diciendo que sí reservé una cita. ¿No puede mirar? Aquí está la confirmación en mi bandeja de entrada. ¡No le estoy mintiendo! —se defendía un hombre, cuyas orejas parecían el color de lava de un volcán. 

—Señor, le vuelvo a repetir. Si no tiene una cita agendada, no podrá ser atendido. Por favor, comprenda y retírese, sino llamaré a seguridad. —contestó una mujer, quien parecía ser la jefa de recepcionista. 

Observé cómo trataba de lidiar con la situación, pero el hombre que me daba la espalda, seguía insistiendo. 

Iba a permitir que llamaran a seguridad, ya que esta clase de incidentes nos restaban puntos. Le hice una seña a otra dama para que diera el aviso sin que el hombre se diera cuenta. ¿Qué me impulsó a acercarme? Fácil. El desesperado hombre se volteó y pude verle la cara, dándome cuenta de que se trataba de ese chico.

Solté un suspiro lamentable y caminé hacia el lugar del alboroto, sacando a relucir mi sonrisa de ejecutiva. A continuación, asomé mi cabeza y manifesté: 

—Buen día. ¿En qué lo podemos ayudar? —ofrecí considerada, desplazando a la mujer que ya lucía desgastada, porque el hombre persistía. —Comprenderá que el personal está haciendo su trabajo, así que por qué no me explica lo que sucede. —indiqué, haciendo un ademán para trasladarnos a un lugar menos visible.

El pelinegro relajó los hombros y asintió.

—Me siento como un lunático. —aseveró con vergüenza, estando cabizbajo. Me forcé a sonreír hasta que esa amabilidad desapareció cuando quedamos solos. A puertas cerradas, el diablo sale. —¿Aquí también venden la cordialidad al cliente? —espetó burlesco. 

—En todos lados. —contesté seria. —¿Algo de beber? —cuestioné por cortesía pese a que no sentía ganas de hacerlo. Por suerte, el pelinegro negó y solo preparé una taza de té para mí. —¿Y bien? Explícame, a qué se debe este escándalo. —apunté al centro, enfocando mi mirada dura sobre él. No quería especular, así que su excusa debía ser creíble. 

Giró la cabeza, riendo con frustración al notar que abandoné las formalidades. 

—¿Puedes mirar aquí? —pidió, extendiendo el celular. 

A regañadientes, obedecí y leí con cuidado la pantalla del aparato. Con la tecnología de ahora, las reuniones no se realizaban de manera presencial aunque había excepciones para ciertas circunstancias. 

—Terminé. —avisé. 

—¿Ves que no estoy loco? Me llegó la confirmación el día de ayer y cuando vine, me dijeron que el señor Clayton no me iba a recibir. —escupió adrede, entonces entendí que en ese instante, solo éramos dos personas tratando de solucionar el problema y no los jóvenes que conocimos en una discoteca. Iba a replicar para abogar por mi tío hasta que él mencionó: —Mi cita es con Alonso Clayton. 

Mi cara se desconcertó. 

—Debe haber una confusión, él nunca cancela las citas importantes. —aposté de buena fe, marcando de inmediato el número de su secretaria. Maximiliano se recostó en la silla, siguiendo cada movimiento mío. —Demonios. —maldije en voz baja. —Regresaré pronto. —prometí sin vacilar, estando dispuesta a subir para traer a Alonso del cabello. 

A punto de irme, habló: 




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