El deseo de Emma

1 | ¿Proponerte matrimonio?

—¿Embarazada? —preguntó Roy en un hilo de voz. Hizo una pausa para él mismo analizarlo, y respirando profundo la miró—. ¿Tú me dijiste que estás embarazada? ¿Estás segura?

Samantha se quitó la pequeña mochila de la espalda mojada y sacó de su interior no una, sino cinco diferentes pruebas de embarazo, todas positivas. Las colocó en fila en la mano de Roy y Roy necesitó un segundo más. Sus pies tropezaron con su sofá, cayendo de culo sobre los cojines. Roy miró todas las rayas rojas, y suspiró de nuevo. El corazón estaba que salía de su pecho. Golpeaba con tanta fuerza y prisa, que se lo masajeó con la mano.

En su vida esperó tener un hijo. La idea nunca se le cruzó por la cabeza. Nunca esperó que alguien tocara a su puerta diciendo que estaba embarazada porque siempre se cuidaba. Era un hombre reservado en su vida sexual. Nunca dejó un calcetín mal puesto, menos aun su… y salía embarazado. ¡Por amor a Dios!

—Embarazada —repitió asimilándolo—. Yo de padre.

Luego miró a Samantha.

—Nosotros como padres —le dijo antes de sentir como la cabeza comenzaba a darle vueltas—. Creo que necesito un trago.

Samantha lo vio levantarse al mini bar.

—Eso fue lo que nos llevó a esto —le dijo con los brazos cruzados por el frío—. Y sabes no entiendo. Usamos condones.

Roy asintió con la cabeza.

—Cinco —dijo señalando con los dedos.

—Cinco, sí. ¿Por qué?

Roy se sirvió todo el vaso de whisky. ¡Todo! Hasta rebosar.

—Al parecer no son tan confiables —se respondió a sí mismo, con la misma sensación de Samantha de querer quejarse con las fábricas de condones por venderles sexo seguro disfrazado de mentiras—. Necesito un trago, y quizás un aumento de sueldo.

Se lanzó todo el trago en la boca y lo tragó seco, caliente. Le raspó la garganta igual que una lija, y Samantha se alzó en puntillas.

—Pero te acaban de ascender.

Roy agrandó los ojos.

—Gracias a Dios porque ahora en lugar de comprar comida para mi perro, compraré pañales y biberones —dijo llenándolo de nuevo.

Ella lo vio quemarse la garganta con cada trago. Escuchó sus quejas del ardor del licor, antes de que se sostuviera del carrito de metal. Bajó la cabeza hacia los licores y ella tragó. Para ella tampoco fue fácil. Vomitó cuatro veces después de saberse embarazada. Tuvo que tomar toda su fuerza de voluntad para buscarlo, para enfrentarlo, y para decirle que esperaba un hijo de él.

—No ha sido fácil para mí tampoco —susurró frotándose los brazos con ahínco—. Enterarme de esto, contigo… No fue fácil.

Roy terminó el trago y giró la cabeza. La miró de costado, empapada, con el cabello pegado a su frente y mejillas, y con el corpiño negro marcándose sobre la camisa rosa pálida. No había pensando en ella, en lo que ella pensaba, sentía, en como eso interferiría con su vida. No pensó en que Samantha se sentiría mal con eso, ni que sufriría todo en primera mano por ser la madre.

—Lo sé, y lo siento. Es solo que me tomaste por sorpresa —dijo terminando el trago, enderezándose y caminando para regresar hacia ella—. Lo lamento. No te he preguntado cómo estás. Me he comportado como un patán, y no he preguntado por ti.

Roy metió las manos en sus bolsillos.

—¿Cómo lo estás llevando?

Samantha lamió sus labios. Movió un poco los hombros hacia arriba, y los dejó caer cuando un suspiro caliente brotó de su boca.

—Fuera del shock, las náuseas, los antojos, los cambios en mi cuerpo y los videos horribles de partos que me he obligado a ver para sentirme horrible conmigo misma, muy bien.

Roy suspiró de nuevo, esa vez por sentir pena por ella.

—Lo siento mucho.

—¿Por qué? —indagó ella—. ¿Por acabar dentro de mí?

Roy alzó las cejas.

—Entre otras cosas.

Samantha respiró profundo y se frotó más rápido. Roy se ofreció de nuevo en buscarle una toalla, pero ella se negó. Lo que quería decirlo ya lo dijo, sin embargo, aun quedaba algo más.

—Entendería que no quisieras hacer esto conmigo.

Roy bajó las cejas.

—¿Esto?

—Ya sabes. Las citas al doctor, la elección de la cuna, hojear libros para buscar el nombre. No necesito nada de esto. Así como tampoco necesito que me propongas matrimonio.

La saliva de Roy se trancó.

—¿Proponerte matrimonio? —preguntó entrecortado.

Samantha bajó sus brazos.

—¿O quieres que nuestro hijo sea un bastardo?

Roy retrocedió.

—Por Dios. ¡No! No quiero un bastardo, pero ¿casarnos? —preguntó y ella no respondió—. ¿No vas como rápido?

Samantha metió sus manos en sus bolsillos mojados.

—Estamos a medio mes de que me explote esta panza y no quepa en un hermoso vestido blanco —dijo tocándose el vientre que aún no se abultaba—. Hay que hablarle al ministro, elegir el día, hablar con nuestras familias. Paige será mi madrina, pero ¿quién será tu padrino? Luego hay que hablar del banquete, mínimo doscientos invitados, y bufé libre para todos. Hay que contratar una banda, porque la boda es solo una vez en la vida, y no he conocido el Caribe, por lo que algo de sol a esta piel le caería bien.




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