—¿Matrimonio? —preguntó Samantha con la lengua seca.
Roy la miró.
—Eso quieres, ¿no?
Samantha retrocedió,
—¡No! —gritó con las manos alzadas y con una mirada de “por todos los cielos”—. No quiero casarme contigo. Nunca en la vida querré casarme contigo. Primero me corto una pierna.
Roy movió la cabeza.
—O quedas embarazada
—¡Cállate! —gritó alzando el dedo acusador.
Samantha se pasó al querer jugar con él. pensó que entendería como Domenic entendía el sentido del humor de Paige, pero en su lugar se encontró con un hombre que tomaba todo literal. Ella no quería casarse, no quería que formaran una familia, no quería que hicieran un nidito de amor. Su padre sí era ex militar, pero no lo mataría, o eso pensaba ella, y sus hermanos lo tomarían bien.
El problema era el poco sentido del humor de Roy.
—Que este embarazada no significa que quiera casarme contigo.
—¿Entonces por qué me lo dijiste?
—¡Porque estoy loca! Ya deberías saberlo —respondió al mover los pies saltando—. No, no quiero casarme. Era un chiste.
Roy cayó en cuenta que se hundió en sus mismas palabras. Para él no era un chiste, e incluso no lo veía para nada como un chiste. Realmente se hubiera casado con ella si su familia lo pedía, pero al ver que no era más que un juego, bufó y movió las manos.
—Sí, también yo —dijo tocándose y sonriendo despreocupado—. No querría casarme contigo. Primero me corto… un dedo.
—Wow —respondió ella—. En fin, eso era lo que quería decirte.
Samantha giró para retirarse, y él se adelantó.
—¿Eso? No es un paquete lo que me estás dejando. Es un bebé.
—No te lo dejé, aun lo llevo aquí adentro —dijo tocándose.
—Sabes de lo que hablo. —Roy necesitaba aclarar muchos puntos—. Tenemos que hablar de las consultas, de tu dieta, de…
Samantha alzó de nuevo el dedo acusador y achinó los ojos.
—Espera. ¿Cómo que dieta? ¿Me estás llamando gorda?
Roy cerró los ojos.
—Aún no, pero…
—¡Cierra la boca! —gritó azotándole el hombro y parte del bíceps con la mochila mojada y muy pesada—. ¡Dios! ¿Cómo es posible que vaya a tener un hijo contigo? Eres un idiota.
Roy se sobó el brazo.
—Lo soy, pero es porque estoy aterrado. Temo que el niño salga pronto y no estemos listo, o no conozca mi voz —dijo mirando abajo a su vientre—. ¿No temes que me odie cuando nazca?
Samantha respiró profundo y se recompuso.
—Temo más que nazca feo y tenga que quedármelo porque es mi hijo —respondió mordiéndose el labio y peinando su cabello detrás de sus orejas—. ¿Te imaginas que nos salga un hijo feo?
Roy se sobó la nuca.
—Imposible. Tu eres hermosa —dijo como un soplido, sin pensarlo, y cuando la miró a los ojos, Samantha estaba callada y con los ojos fijamente sobre los suyos—. Digo, no estás… tan mal.
Samantha cerró los ojos y suspiró. No solo estaba teniendo un hijo con el hombre con menos filtro de Manhattan, sino que la consideraba bonita, y no sabía si era alago o invasión.
—Roy, no necesito esto. Quiero un embarazo calmado, tranquilo, preocupada solo por si el bebé es feo —dijo todo lo seria que podía—. No me quiero preocupar por tus náuseas o tus desmayos. Tampoco me quiero preocupar si eres padre responsable o no, si vienes a las consultas o no, o si no confías en que sea tuyo.
Roy la interrumpió.
—Nunca dije eso.
—Pero deberías. No todos los días una mujer embarazada toca tu puerta y te pide la mitad de tu sueldo —terminó colgándose la mochila con la que casi le rompió el brazo—. Esta bien si no confías.
Hasta ese momento, en la cabeza de Roy no cabía la idea de que ella lo estuviera engañando. Él estaba consciente de lo que hizo. Estuvo con ella, pasó lo que pasó, usaron los preservativos, fallaron, luego hicieron lo que solo él recuerda, y terminó embarazada. No debía desconfiar de ella, y cuando Samantha se pasó la mano por el cabello húmedo y respiró profundo, él miró sus labios; mismos labios que lo besaron con pasión, y se replanteó las cosas.
Se preguntó si esos labios que besaban bien, también mentían bien. Se preguntó si era una broma, o un chiste rancio de Sam.
—¿Debería no confiar en ti? ¿Eres capaz de mentirme así?
Samantha cerró los ojos y suspiró.
—Soy una mentirosa patológica, pero… no te miento —confesó—. Eres el único con el que sé que estuve cinco veces.
Roy asintió.
—Cinco veces.
Samantha estaba completamente segura de la paternidad, pero cuando lo supo, también supo que posiblemente él no entendería, que posiblemente negaría su paternidad. Estaba consciente y estaba dispuesta a aceptar que él no lo quisiera, pero cuando descubrió que era lo opuesto, que él quería ser parte, la hizo trastabillar. No esperaba que quisiera casarse con ella, que la considerara bonita como para tener un hijo bonito, ni que quisiera ser parte de todo el proceso. Esperaba un patán; consiguió un galán.