Las cortinas de la habitación de hospital se ondeaban con las ligeras corrientes de aire que se adentraban. Había flores por todas partes, así como una carta de sus amigas pidiéndole que fuese fuerte. Clementine miró sus uñas. Hasta eso le cortaron para que no atentara de nuevo contra su vida. La ataron a la cama por tres días mientras terminaba de comprender lo que sucedía, y la sedaron al tiempo que hablaban con su familia de su condición. Incluso le dijeron a Britt que lo correcto era que la internara.
Por supuesto Britt se negó a que su hija fuera el hazmerreír y la comidilla de la sociedad. No necesitaba una hija loca. Mientras menos supieran los medios de lo que sucedió con ella, mejor. Britt se encargó de decirles a todos que su hija estaba enferma por una amenaza de aborto, y por supuesto llovieron las personas a felicitar a la nueva madre. Clementine le pidió de corazón que no permitiera que nadie la mirase así, así que solo le enviaron presentes.
La noticia voló solo entre quienes pertenecían al círculo familiar. Paige se enteró el día siguiente, e incluso se quedó dos noches con ella en la clínica. Paige estaba genuinamente preocupada, pero tenía trabajo, un novio y una vida, por lo que la dejó sola una semana, antes de regresar para saber cómo lidiaba con todo.
—Hola —saludó cuando entró.
Paige llevaba una bolsa de McDonald, el lugar preferido de Clementine. Pensó que una hamburguesa le ayudaría mucho.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Clementine.
Paige dejó la bolsa en la mesa a los pies de Clementine.
—Quería saber cómo estabas —dijo quitándose los guantes.
Clementine veía como caía la nieve a través de la ventana de la habitación. La habitación era enorme, pero no le gustaba estar allí. No le gustaba las visitas del psiquiatra, ni que le estuvieran revisando las muñecas a cada rato. La limpiaron, y un cirujano amigo de su madre le aseguró que no le quedarían marcas ni feas cicatrices que tuviera que ocultar para siempre del mundo.
—La última vez que viniste, te dije que no quería verte —le dijo.
Paige dejó sus guantes al lado de la bolsa de comida.
—Clem, necesitas de nuestra ayuda.
—No necesito de nadie —respondió entre dientes, enojada, con la mirada en Paige—. Debieron dejarme en esa bañera.
Paige despegó los labios impresionada. Sabía que su hermana estaba peligrosamente cerca de terminar en un manicomio, pero esperaba que no fuese ese el problema. Clementine se sentía sola, tanto que atentó contra su vida. Cometió un error que su madre intentaba ocultar, sin embargo, la verdadera herida estaba adentro. Perder a Jeremiah fue atroz para Clementine. Casarse fue un error del que sentía que no podía zafarse, y se ahoga en el dolor.
—Mamá piensa que deberías ir a terapia —agregó Paige tragando saliva—. Será bueno para ti, y también para el bebé.
Clementine le quitó la mirada y la desplazó a la ventana.
—No necesito ir a terapia.
—Hazlo por el bebé.
—¡No quiero este maldito bebé! —gritó azotando las sábanas con sus puños—. Esto dentro de mí solo me arruinó la vida.
Paige tembló al escucharla hablar de esa manera. Era la ira la que hablaba por ella. Era el enojo de tener que convivir con un hombre que no amaba, tener un bebé que no esperaba, y abandonar a su verdadero amor porque el amor no pagaba cuentas.
—Clem, no digas eso, no hables así —susurró Paige.
—¿Y cómo quieres que hable? ¿Quieres que diga que amo ser madre? ¡No quiero tener un hijo! —gritó azotando de nuevo la cama, esa vez más fuerte—. Quiero que me lo saquen.
Paige retrocedió porque miró sus ojos. Estaba aterrada.
—No hables así. Es un ser humano
—Es un feto que no sabrá que murió —escupió mirándola a los ojos, con enojo y furia—. No lo quiero, Paige, no lo quiero.
Clementine se arañó el vendaje en sus muñecas y Paige sujetó sus manos. No quería que se hiciera daño. No quería que se lastimara. Luchó con ella, con sus miedos, temores, inseguridades. Temió que se hiciera daño como esa noche en la bañera, y que resultara peor. La intentó maniobrar, y cuando Clementine empujó a Paige y la hizo llevarse una bandeja con sus manos, alguien entró a la habitación.
Las miradas de ambas fueron a la mujer perfecta que atravesó la puerta con una bufanda tejida y botas altas hasta la rodilla.
—Lo querrás, Clementine —aseguró Britt—. Ese hijo es de Leví, y lo tendrás dentro del feliz matrimonio que tienes.
Clementine miró a su madre con desconcierto.
—¿Feliz matrimonio? Me obligaste a casarme con él.
—Y fue la mejor decisión. Ya la familia Wix no tiene deudas.
—A costa de mi felicidad.
Britt suspiró.
—La felicidad es subjetiva, cariño. La felicidad es opcional, y en tu caso, no es una opción —aseguró mirando a sus hijas, ambas tan diferentes—. Permanecerás casada con el hombre que paga nuestras deudas, y tendrás ese bebé que lo hará el hombre más feliz.
Paige se enderezó y echó su cabello hacia atrás.