Roy frotaba sus manos sobre el suéter de cachemir, sus dedos del pie se apretaban en los zapatos, y sus labios conectaron tan bien con ella, que le resultó insólito que después de la cena terminaran en su apartamento. Pensó que nunca sucedería algo como eso, pero allí estaba, tentando la espalda de ella por subir el suéter y tocar su piel. Había olvidado la última vez que tocó a una mujer, y estaba agradecido con Dios de que sucediera de nuevo. No era muy popular entre las mujeres, pero cuando ella se sentó a ahorcajadas sobre sus piernas, sintió que estaba en el cielo de los ejecutivos.
—¿Deberíamos ir a la habitación? —preguntó ella.
Roy tenía su boca en su cuello, mejillas, boca, pecho.
—Deberíamos —respondió excitado.
Él se levantó con ella sobre sus piernas y caminó a la habitación. La idea del concepto abierto era una con la que estaba familiarizado, y sin tantas paredes separando las áreas, llegó con rapidez a la habitación y dejó el cuerpo de la mujer sobre la cama que se hundió con el peso. Las luces que estaban a ambos lados de la mesa brillaban, y Roy profundizó el beso. Besó, besó y besó, justo antes de recordar cómo fue que terminó con esa mujer en la cama.
La conoció poco tiempo atrás, congeniaron, salieron a tomar café y algo de vino. Rieron, disfrutaron el tiempo juntos, y cuando él se ofreció a que tuvieran una cena oficial, ella coqueteó y le preguntó cuando estarían realmente solos. Primero fue un beso, para probar si congeniaban, y luego fueron tres, cuatro ocho. Era beso tras beso, que los hizo terminar en el apartamento de Roy, desnudándose.
Él le quitó el suéter para besar su cuello y tocar su cuerpo. Quería ver sus pechos, quería lamer su piel, y justo cuando sus manos llegaron al pantalón, alguien llamó a la puerta. El perro comenzó a ladrar la puerta, y Roy no quiso despegarse de los labios de ella.
—Esto es solo profesional, ¿cierto? —preguntó ella.
Roy asintió.
—Claro.
Y la besó de nuevo. La besó como si fuera la última mujer en el planeta, como si su deseo fuese demasiado para ella sola. Y fue cuando de nuevo tocaron a la puerta. El perro ladró de nuevo, y ella le preguntó si quería abrir la puerta para que el perro se callara.
—Se irá.
Y tocaron más incesante.
—No creo que se vaya —dijo ella.
Roy, enojado porque nunca lo dejaban anotar, se alisó la camisa que llevaba arremangada, y tiró del mango de la puerta.
—¿Qué? —preguntó en un grito, que acalló con rapidez cuando vio a la mujer en la puerta—. Sam, ¿qué haces aquí?
Samantha había tomado el transporte público porque Paige tenía su auto, solo para disculparse con él. No esperaba que la recibiera a gritos, y tampoco que estuviese agitado. De igual forma, no se iría hasta que le dijese todo lo que pensó las últimas semanas.
—Quiero hablar contigo —dijo entrando sin que Roy lo impidiera y sin que se lo permitiera—. La verdad lo pensé y estuve actuando de mala manera contigo. Sé que estás igual de preocupado que yo por el bienestar del bebé, y no quiero que esto dañe nuestra posible relación de padres. Sé que soy insoportable, pero tu tampoco eres bueno en esto. Solo que yo soy peor, y es por las hormonas. El embarazo me tiene ansiosa, enojada y con muy mal humor.
Roy miró el bolso de Giselle en la mesa.
—No te preocupes —le dijo a Samantha levantándola del sofá para que se fuera—. Sé que esto es más tu culpa que la mía, y entiendo que las hormonas te tengan loca, así que te perdono.
Samantha sintió como él la llevaba de vuelta a la puerta.
—¿Me perdonas? —preguntó cuando se detuvo—. No te estoy pidiendo perdón. Quiero que entiendas porque hago lo que hago.
—Y lo entiendo —dijo colocando las manos en sus hombros para empujarla a la puerta—. Entiendo que esto es nuevo para ti. También lo es para mí. No creas que es fácil lidiar con esto. Me deprimo igual que tú, y a veces solo quiero estar solo.
Samantha sintió de nuevo como la empujaba fuera del apartamento. Entendía que Roy quisiera estar solo, pero era mujer, y sabía más trucos que él. Sabía que cuando un hombre quería sacar a una mujer de su casa, lo hacía porque tenía otra.
—¿Qué te pasa? —preguntó zafándose de su agarre y empujándolo para que no la tocara—. ¿Estás con alguien?
—Conmigo —respondió una mujer detrás de ella.
¡Mier…!
—¿Quién es ella? —preguntó Sam al girarse.
Giselle terminó de bajar su suéter para cubrir su abdomen plano. Claro, era por eso que estaba con ella. NO parecía un globo.
—¿Quién eres tú? —preguntó Giselle al rodear al sofá.
Samantha se cruzó de brazos.
—La madre de su hijo —respondió.
¡Doble mierd…!
Giselle miró a Roy con una expresión de que el mundo de Roy se caería a patadas, que cuando regresó a Samantha, Samla encontró en su cabeza. Era nada más y nada menos que la señorita acuario. Rondó tanto a Roy que terminó cediendo. La tenía lista en la cama para él, de no ser porque ella llamó a su puerta. Claro, por eso el interés de que ella se fuera. Quería cerrar el trato.