Bar-librería El Trapezi, València — 28 d’octubre, 17:03 h
Miquel empujó la puerta de El Trapezi como si entrara en terreno conocido. El murmullo cálido del local, el aroma a café fuerte y papel viejo, el jazz de fondo... Todo estaba en su sitio. Como si el mundo se mantuviera quieto ahí dentro mientras afuera la tormenta se gestaba.
Clara le esperaba en la misma mesa del fondo, junto al ficus. No necesitaba levantar la mano para que él la viera. Esa tarde llevaba camisa teja, bufanda mal enrollada y un brillo en los ojos que decía: “hemos encontrado algo”.. Iba vestida con una camisa amplia color teja, vaqueros gastados y una bufanda desordenada que caía sobre un cuaderno lleno de anotaciones. El pelo rojo, con mechones más oscuros en las raíces, parecía desordenado a propósito, como ella misma: intencionadamente libre.
—Has vingut carregat —dijo, sin levantarse, señalando la carpeta con la copa de vino.
—Com sempre. I tu, amb ganes de fer tremolar estructures.
—De moment, que tremole el Consell —replicó ella, deslizando su portátil hacia él.
En la pantalla, Miquel vio lo que ya empezaba a reconocer como un patrón: un mapa de la Ribera y l’Horta con municipios marcados en rojo. Nombres como Benirubí, Montserratins, L’Alforí Nou o Rafalells d’Avall. Todos pueblos pequeños, con alcaldes desconocidos y presupuestos sobredimensionados.
—Els conec tots —dijo—. Però en cap s’ha executat cap infraestructura que valga el que figura ací.
—Ni s’ha certificat. Tots els informes són còpies amb firmes digitals repetides. I moltes vegades... falses.
Clara abrió un nuevo documento: una tabla de pagos realizados desde una cuenta de la Fundació Mare Terra a una consultora con sede en Andorra. Entre los beneficiarios, una empresa con sede en Gandía cuyo administrador único compartía apellido con un asesor del president.
—Ferran estava a punt d’arribar a tot açò. Però no volia passar la línia. Volia proves, no suposicions.
Miquel se removió en la silla. Sacó un folio de su carpeta, lo colocó sobre la mesa y lo giró hacia ella. Era un croquis dibujado a mano por Ferran, con anotaciones donde se marcaban compuertas que oficialmente no existían.
—Aquest document no el va passar per via oficial. Estava investigant pel seu compte.
—Per això el van silenciar —dijo Clara. Y entonces, más baja la voz—: I per això tu també estàs en perill.
La tensión colgó como una nube estática. Miquel no respondió. Solo asintió, con una seriedad que le marcaba los ojos.
—Et quedes a sopar? —preguntó ella tras un breve silencio.
—Què tens?
—Espàrrecs, formatge curat i ous ecològics. I un vi que no està malament.
Miquel sonrió. Clara no cocinaba para impresionar. Cocinaba para resistir. Y eso, en aquel momento, era más seductor que cualquier propuesta.
Subieron a su piso del botanic , en una tercera planta sin ascensor, con las escaleras llenas de carteles de manifestaciones pasadas. Dentro, el hogar era una mezcla de utopía y resistencia: libros por todas partes, una manta sobre el sofá, fotos antiguas de mujeres manifestándose, una cafetera italiana sobre una estufa que aún tenía llama de gas.
Mientras Clara cocinaba, Miquel repasaba informes en la mesa del comedor. Se sentía extrañamente cómodo. Era la segunda vez , pero parecían muchas mas. Como si aquella escena de domesticidad rebelde fuera un refugio contra el barro moral del exterior.
Cenaron sin prisa, con la radio puesta en una emisora que solo emitía música en valenciano. A mitad del segundo vaso de vino, el móvil de Miquel vibró.
Lucía
Tres llamadas en dos dias y dos de ellas cuando estaba con Clara, ¿era una señal?
—Hola…
—Hola. ¿Estás ocupado?
—Un poc. Estic a València.
—Lo suponía. He adelantado el vuelo desde Lisboa. Llegaré mañana. Como salgo temprano prefiero llamarte ahora.
—Ens veurem, no?
—Me gustaría. Si no estás muy liado.
—Claro que sí. Llámame cuando aterrices.
—D’acord. Bona nit, Miquel.
Colgó despacio. Clara no dijo nada. Se levantó, puso música suave. Y volvió con dos copas de orujo.
—Per si demà... tot es desfà.
Pasaron casi una hora revisando conexiones, nombres de técnicos, empresas fantasma, movimientos bancarios con fechas clave. Todo encajaba como las piezas de un puzle cuya imagen final daba miedo.
—Hi ha un nom que es repeteix a tot arreu. Una ombra darrere dels contractes, dels informes, dels permisos. Crec que és ell qui ho coordina tot —dijo Clara.
Miquel la miró fijamente.
—Vols dir el president?
Ella no respondió. Solo asintió con los ojos.
Sembla clar; quan el fang ho arrasa tot, només queden els que saben com afonar les mentides sota l'aigua.
Al bajar al portal, el ambiente olía a tierra mojada y peligro inminente. Clara le acompañó en silencio hasta la puerta. Miquel estaba a punto de decir algo más cuando ella se acercó, le acomodó el cuello de la chaqueta y dijo:
—Demà no ens salvarà cap paraigues.
Miquel la miró. Quiso besarla. No lo hizo. O quizá sí, con los ojos.
—Clara...
—Ja ho sé —susurró ella, sin moverse.
Y entonces tronó. No muy lejos.
La nit no havia començat. Però la tragèdia ja s’estava acostant.