El precio del barro

Capítulo 12. "La dignidad del barro"

València. Subdelegación del Gobierno. 30 d’octubre, 08:00 h

El edificio de la Subdelegación del Gobierno en València olía a café recalentado y papel mojado. Miquel subió los peldaños con tranquilidad pero con la frente tensa. Todo a su alrededor daba la sensación de ser un decorado de una película en la que él era uno de los protagonistas. Clara le esperaba en el vestíbulo, con el pelo recogido en un moño improvisado y una carpeta repleta de notas, mapas y nombres marcados con subrayador rojo.

A las 8:03, la ministra Maite Pérez apareció por el pasillo, sin escolta visible, con el abrigo colgado de un brazo y ojeras de haber dormido en algún vagón de tren. Su voz no temblaba, pero sus ojos ya sabían lo que iban a ver.

—Gracias por venir tan pronto —dijo—. Hoy no tenemos tiempo que perder.

Entraron en una pequeña sala de reuniones con ventanas al Jardí del Túria. Desde allí, se veían aún los charcos de barro espeso en las antiguas pistas deportivas y las ramas rotas de los árboles. Un símbolo de lo que quedaba en pie: muy poco, pero aún enraizado.

Clara desplegó los informes, y Miquel mostró sobre el proyector un mapa con superposición de daños, alertas y vacíos de respuesta.

—Todo encaja —dijo él—. No fue imprevisión. Fue dejadez. El Cecopi no se activó hasta las 17:00. Y para entonces, los barrancos ya habían hablado.

La ministra asintió.

—He leído los informes filtrados. Y he recibido llamadas. Sé que hay presiones. Pero no he venido a gestionar silencios. Quiero saber a quién debo exigir responsabilidades.

Clara la miró fijamente.

—Empiece por Canós. Y no le dé tregua.

La ministra respondió

—En un estado de las autonomías esto no es tan sencillo. Pero hay que actuar eso está claro.

Un silencio denso se instaló en la sala. Miquel rompió el hielo.

—Seamos transparentes, primero salvar la población que aún esté en riesgo y luego contar lo que está pasando.

Torrent. 09:12 h

Mientras los técnicos del Estado y Clara analizaban gráficas en la subdelegación del gobierno, en las calles seguía el barro. Miquel, tras despedirse de la ministra, volvió a Torrent en el mismo Ibiza blanco que ya se había convertido en su oficina móvil.

En la calle Ramón y Cajal, una mujer de unos cincuenta años dirigía un grupo de voluntarios con chalecos fluorescentes. Habían llegado esa madrugada desde Zaragoza en dos furgonetas. Uno de ellos, con las manos llenas de callos, le dijo:

—Soy bombero, pero estoy aquí por mi cuenta. No podía ver más imágenes y quedarme en casa.

Junto a ellos, jóvenes de Barcelona, Sevilla, Cuenca, Bilbao y otras muchas ciudades de España. Algunos ni se conocían. Se habían coordinado por redes sociales. Usaban el hashtag #ValènciaNoEstáSola.

Benetússer. 10:24 h

En un colegio destrozado por el agua, tres agentes de la Policía Local de Tarragona trabajaban codo con codo con profesores que recogían cubos llenos de barro. Nadie los había llamado oficialmente. Pero llegaron.

Uno de ellos, con los pantalones empapados hasta los muslos, se acercó a una madre que buscaba a su hija.

—La evacuamos anoche. Está en el polideportivo de Catarroja. Vamos a por ella.

Nadie le preguntó el nombre. Solo lo abrazaron.

València. Subdelegación del Gobierno. 11:30 h

La ministra Maite Pérez convocó a los medios en rueda de prensa. Clara estaba en una esquina de la sala, tomando notas. Miquel seguía de pie, apoyado en la pared.

—Desde hoy, el Gobierno de España asume la coordinación directa de las tareas de emergencia. He hablado con el ministro del interior y elevamos la alerta a nivel tres; emergencia nacional. No vamos a permitir más retrasos por la inacción de la Generalitat en esta catastrofe. Y nos da igual que la oposición intente aprovechar las desgracias de la población para hacer electoralismo. También les anuncio que abriremos una comisión parlamentaria sobre la gestión de esta DANA.

Una reportera preguntó:

—¿Qué opina sobre la ausencia de respuestas por parte del president Canós?

Maite bajó la mirada por un instante.

—Opino que en tiempos de crisis, el silencio no es neutral. Es cómplice.

Carlet. 12:55 h

En un pabellón reconvertido en refugio, una mujer de edad avanzada contaba cómo el agua entró por la cocina y se llevó a su gato.

Un joven de 19 años, de Lugo, la abrazó. Había llegado con un grupo de universitarios de Salamanca en autocar.

—Estamos aquí para ayudar. No se preocupe, señora, esta noche no va a dormir sola.

Las cámaras de seguridad captaban imágenes que nadie emitiría en los telediarios. No eran cadáveres. Eran gestos.

Torrent. 14:10 h

Miquel caminó por su calle con una mezcla de orgullo y rabia. Cada voluntario, cada vecino que ayudaba, era un reproche viviente al sistema. Lo que no hicieron los despachos, lo estaba haciendo el pueblo.

En un cruce, un niño le ofreció un bocadillo envuelto en papel de aluminio.

—Es para usted, señor. Mi madre dice que los que ayudan también tienen que comer.

Se lo guardó en el bolsillo. Sintió un nudo en la garganta.

València. Subdelegación del Gobierno. 15:30 h

Clara y la ministra repasaban una lista. Las muertes. Las no alertas. Las llamadas ignoradas.

Miquel entró con un sobre.

—Esto me lo acaban de pasar en mano. Viene de alguien de la Conselleria. No ha querido decir su nombre.

Dentro, un informe interno: fecha 25 de octubre. Titulado: “Evaluación de sistemas de alerta y limitaciones operativas. Confidencial.” Con una nota manuscrita: “No difundir sin aprobación de presidencia.”

Maite lo leyó. Cerró los ojos.

—Sabían. Y no hicieron nada.

València. Estació Joaquin Sorolla. 18:27 h

Lucía bajó del tren. Miró el cielo. Aún plomizo. Aún con el olor a drenaje en el aire.




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