El precio del barro

Capítulo 14. "Verdades que hacen temblar"

València. Subdelegación del Gobierno.1 de Noviembre, 08:47 h

Día de todos los santos; festivo nacional. Pero este festivo era doloroso, trágico. La mañana olía a humedad rancia y a cables recalentados. El vestíbulo de la Subdelegación estaba tomado por cámaras, trípodes y susurros de reporteros. La tensión era espesa, como si las paredes mismas retuvieran el aliento. Todos esperaban la comparecencia de Maite Pérez, programada para las 09:00, pero nadie sabía con certeza qué iba a decir. Solo que sería grave. Muy grave.

Miquel llegó con la americana en el brazo la mirada fija en el suelo. Apenas se detuvo a saludar a Clara, que ya estaba en primera fila, junto a los periodistas acreditados. Ella levantó la vista de sus notas y lo observó con una mezcla de ansiedad y duda. Había algo diferente en él. Más aún cuando, al poco, Miquel recibió una llamada que se alejó a contestar sin decir nada.

Clara lo siguió con la mirada. Miquel se apoyó contra una columna en la entrada lateral del edificio. Su voz se perdió en el murmullo, pero ella lo adivinó: era Lucía.

—Sí… he visto tus mensajes. —Pausa—. Ya lo sé, Lucía, pero no ha sido fácil. ¿Dónde estás ahora?

Clara sintió un temblor inesperado, íntimo. No era celos. Era algo más doloroso: la certeza de que había una historia que aún no había terminado. Y quizá… aún no debía.

València. Sala de prensa. 09:02 h

La ministra entró con paso firme, sin papeles en la mano. No necesitaba leer lo que llevaba dentro desde hacía horas. El rostro de Maite Pérez era el de quien ha cruzado una línea sin retorno. Saludó con un gesto leve y se dirigió al atril.

—Gracias por estar aquí —dijo, con la voz templada, casi metálica—. La ciudadanía tiene derecho a saber lo que ha pasado. Y sobre todo, lo que no se hizo cuando más se necesitaba.

Las cámaras se activaron como un enjambre.

—Hemos confirmado que existía un informe interno del 25 de octubre que alertaba de deficiencias graves en el sistema de alerta y coordinación de emergencias. Ese informe fue ocultado. No por descuido, sino por decisión expresa.

Hizo una pausa.

—He hablado esta mañana con la Fiscalía General del Estado. A lo largo del día de hoy se iniciarán diligencias. La presunta responsabilidad del president Canós será investigada por posible negligencia grave en la gestión de una emergencia autonómica que, por, su dimensión debia de haber declarado de ámbito nacional, elevando el nivel de alerta a tres.

Silencio absoluto.

—Quiero aclarar que esto no es una caza política. Es una obligación ética y democrática. Cuando el Estado falla, el pueblo sufre. Pero cuando el Estado miente, el pueblo se rompe. Aquí no estamos luchando porque odiemos a nadie, luchamos para defender las cosas que amamos. Y la vida, las personas, y la dignidad de todas ellas está por encima de cualquier tácticismo político.

Clara sintió un nudo en la garganta. Miró a Miquel, que acababa de regresar a la sala y la miraba fijamente. Por un momento, fue como si ambos compartieran el mismo pensamiento: algo se acababa de romper. Y quizá, justo por eso, algo nuevo iba a comenzar.

Torrent. 10:42 h

Lucía caminaba por la avenida al Vedat con paso inseguro. Había dormido en un hotel junto a la estación. No quería molestar a Miquel que imaginaba que estaba con la mente ocupada en mil problemas. El congreso al que venía ya no tenía sentido. La ciudad estaba herida, y ella también. Escribió un mensaje:

“Estoy ya en Torrent. Si puedes, me gustaría verte.”

Lo borró. Y volvió a escribirlo.

Benetússer. 11:05 h

Un grupo de bomberos de Cádiz seguía rescatando enseres de un edificio anegado. Uno de ellos encontró un álbum de fotos cubierto de barro. Lo limpió con cuidado y lo entregó a una mujer que lloraba en silencio.

—No puedo devolverle todo, señora. Pero esto… quizás le ayude a recordar quiénes son ustedes.

El gesto era pequeño. Pero era lo único que tenía sentido entre tanto abandono institucional.

València. Subdelegación. 12:20 h

Clara y Miquel se quedaron a solas en una sala de archivo, revisando documentos de forma compulsiva. No hablaron de Lucía. Ni del abrazo que no se habían dado la noche anterior. Pero el aire entre ellos pesaba.

—¿Y ahora qué? —preguntó él.

—Ahora… seguimos. Aunque duela. Aunque reviente. Esto aún no ha terminado, Miquel.

—No. Lo sé.

Ella bajó la voz.

—Pero lo que hay entre nosotros… tampoco ha terminado, ¿verdad?

Miquel no respondió enseguida. Abrió la carpeta. Dentro, un nuevo informe: pagos cruzados, fundaciones pantalla, nombres que conocía demasiado bien.

—No lo ha hecho —susurró él. Pero sus palabras no iban dirigidas solo a ella.

Torrent. 14:35 h

Lucía, sentada en un banco de la misma Avenida, cerca de un parque, observaba el cielo. Llovía de nuevo, apenas un rocío. Pero en el rostro de muchos, la tormenta seguía dentro. Marcó un número.

—Miquel, soy yo. Estoy en Torrent. No te pido explicaciones. Solo dime si podemos vernos.

Miquel miró el teléfono. Luego a Clara. Luego al techo.

—Sí. Claro. Dime dónde estás.

Cerró el portátil. Y entonces, el móvil de Clara vibró. Un mensaje anónimo. Solo decía:

“El vídeo no es lo único. Hay audios. Y el presidente no actuó solo. Nos vemos esta noche. En la vieja estación de l’Horta.”

Clara lo mostró a Miquel. La decisión que tenían que tomar ya no era solo profesional. Era íntima. Personal. Vital.

València. 19:30 h

La ciudad seguía intentando limpiar sus calles, mientras en los despachos empezaban a caer los primeros nombres. El sistema, por fin, empezaba a crujir. Pero aún faltaban verdades por salir. Y heridas por abrir.




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