Epílogo: El Silencio de las Auroras

El estudio de Anya permaneció tal como lo había dejado. El caballete, el lienzo, los pinceles, todo en su lugar, como si la artista hubiera abandonado su obra por un momento, para volver a ella en breve. Pero Anya no volvería. Su luz, su magia, su presencia se habían disuelto en la inmensidad del universo, dejando un vacío que nadie podía llenar.
Kaelen se quedó en Svalheim, contemplando el horizonte donde las auroras danzaban con una belleza melancólica. Cada noche, esperaba ver la luz de Anya en el cielo, la magia de su alma fusionada con la danza de las estrellas. Pero el cielo se mantenía vacío, silencioso, como si hubiera perdido su canto.
El mundo, sin embargo, seguía brillando. El arte de Anya se extendía por las galerías y museos, inspirando a artistas y soñadores en cada rincón del planeta. Su luz, como un eco de las auroras, iluminaba los corazones que habían conocido su magia.
Un día, un joven artista se paró frente a uno de los cuadros de Anya. Su mirada se perdió en la danza de los colores, en la energía que emanaba de la obra. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, un despertar inesperado de la magia que dormía en su interior.
- "Ella era especial," murmuró el joven artista, con un brillo de admiración en sus ojos. "Su luz sigue brillando."
En ese momento, en ese lugar, el eco de las auroras resonó de nuevo. El mundo recordó la magia de Anya, su amor, su luz.
La historia de Anya, la artista que se fusionó con las auroras, se convirtió en una leyenda, un mito que se transmitía de generación en generación. Un recordatorio de que la magia existe, que el amor es eterno y que la luz de un corazón puro puede iluminar el mundo.
Y en el silencio de las auroras, en la inmensidad del universo, la luz de Anya seguía brillando, como un faro que guía a la humanidad hacia un futuro lleno de esperanza y magia.