-¡Hola Carla!- le dije abrazándola.
-Holi Sofi- me saludó, mientras entraba en casa.
-¿Estás mejor?
-Sí, fueron solo dos días, supongo algo parecido a la gastritis, no te preocupes.
-Hice lasañas, ¿las puedes comer?- pregunté sacando la comida del horno.
-Claro- contestó sentándose a la mesa.
Le serví las lasañas que mi madre me había dejado en el congelador antes de irse para España.
-Te escribí una carta- dije dándosela. -Lo sabes, no soy muy buena hablando, mejor que escribo - añadí.
-Yo no soy buena en ambas, pero ya lo sabes que te echaré mucho de menos- confesó, mientras cortaba el trozo de lasañas con bechamel.
-Y tú, mucho… Oye, estás segura de que no quieres venirte conmigo?
-Si no estuviera con Marta me vendría, pero no la voy a dejar aquí sola, ya me cuesta verla estando a pocos kilómetros, imagínate si me voy a otro País.
-Ya, es entendible.
-Gracias, por pensar en mí.
-Eres como mi hermana, es obvio que te pienso.
-Compórtate bien allí.
-Y tú aquí.
El adjetivo mejor para describir aquella cena fue nostálgica. Revivimos juntas, momentos desde que nos conocimos en la primaria, ella llegando del sur y no conociendo a nadie, desde el primer momento nos juntamos y empezó nuestra amistad, desde entonces habían pasado once años y en pocas horas, aquella noche, los recordamos todos.
Aquel día cuando fuimos de excursión juntos con el colegio a Venecia y nos perdimos con una profesora entre las calles y los puentes. Acordamos también las primeras excursiones fuera de casa unos días, como en Toscana, cuando visitamos, en un solo día, diez catedrales; o cuando fuimos a esquiar y yo por poco no me rompo una pierna.
Los exámenes finales de la E.S.O., los primeros días de clase en el nuevo instituto, cuando perdíamos el autobús porque aún no sabíamos cuál era la parada; nuestras quedadas para comer y estudiar, en las cuales pasábamos la tarde entendiendo por qué era tan jodida la asignatura.
Todas las partidas de voleibol juntas y cuando conseguimos casi llegar a ser campeonas provinciales.
Todos estos recuerdos nos los recordábamos como fuese ayer, con las mismas emociones y los mismos detalles.
-Madre mía, ¡cuantos recuerdos! - comentó riendo aún del último.
-La verdad que sí, siempre juntas.
-Cada bache que había nos juntó siempre más- afirmó.
-¿No me dejarás de hablar ahora verdad? - pregunté.
-No, eres mi hermana, no te dejaré sola, además yo vendré a verte, con Marta, dejanos preparada la cama, eh- observó.
-Eso está claro, sois bienvenidas cuando os da la ganas, y podéis quedaros cuanto queráis- le dije.
En aquel momento le empecé a enseñar las cosas más bonitas de Valencia: la catedral, el parque del Turia, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, las Torres de Serranos y de Quart, el Bioparc, el Oceanografic, la plaza de toros, hasta la estación de tren era tan preciosa que se tenía que ver.
-Espero ir pronto, así me harás de guía- me comentó.
-Claro, me encanta el plan- afirmé.
-Me ha escrito Marta, tengo que irme- dijo poniéndose la chaqueta.
-Gracias por todo, por estos años y por los próximos, porque yo seguiré a tu lado.
-Y yo al tuyo- dijo abrazándome.
Me saludó y cuando salió de la puerta del patio cerré la puerta de entrada.
Me hubiera encantado llevarme Carla conmigo en esta nueva aventura, pero tenía razón, ella tenía motivos para quedarse, además aparte de unos números no habría cambiado nada, por ella sí que ponía las manos en el fuego.