Ella, un desastre perfecto

Capítulo 15 - El sueño español -

El verano estaba a punto de acabar, el pueblecito en el cual, durante los meses de julio y agosto se había llenado, ahora estaba volviendo a la normalidad con sus pocos habitantes; la piscina de la finca ya no tenía los socorristas que vigilaban los bañistas, las papelerías ya iban trabajando mucho entre los pedidos de los libros escolares, mochilas, estuches y cuadernos. Yo ya tenía todo preparado, independientemente del instituto, el bachillerato de humanidades tenía unas asignaturas básicas y mis libros de latín y griegos estaban en la estantería lista para usarlos; decidí quedarme con la mochila que usaba en el antiguo instituto, llevaba con ella cuatro años, pero aún no tenía ni un poco de tela descosida. 

Decidí comprarme bolígrafos coloreados y ocho rotuladores de diferentes colores, en mis cuadernos parecía que había vomitado un unicornio: no faltan colores o purpurinas en ellos.

Ya quedaba poco para los primeros días y en breve habría sabido en el cual instituto había entrado; mientras pasaba los días con la página de los centros abierta, intentaba disfrutar de los últimos atardeceres veraniegos para pasear en la playa, nadar un poco en la piscina y seguir buscando trabajo.

 

Un día me desperté y mi madre ya se había ido a trabajar, tenía turno de mañana y por la noche habría estado en casa, realmente disfrutaba teniendo todo el piso para mí, podía poner la música a todo volumen e inventar coreografías y un público, podía ver lo que me apetecía en la televisión; aquella mañana también me puse a limpiar y miré si había nuevas ofertas de empleo.

Encendí el ordenador y abrí la página del instituto del pueblo y, finalmente, había avisado que en el centro estaban expuestas las nuevas clases.

Miré la hora, tenía diez minutos antes que pasase el autobús, me preparé de prisa y fui hasta la escuela con el corazón que me latía muy fuerte.

-Buenos días, quería saber si me cogieron aquí - dije, llena de nervios.

-Dime tu nombre - me comentó la mujer que se encontraba en la conserjería, era la misma que había visto cuando me había matriculado: una señora delgada, llevaba el pelo recogido, supuse que le molestaba suelto por el calor que aún hacía; vestía con una camisa de tela fina blanca y un par de vaqueros largos. 

-Sofía Rosa - contesté.

Cogió unos cuantos papeles A4 y empezó a buscar.

-¿Segundo bachillerato?

-No, primer año.

-Vale, ¿humanidades?

-Exacto - contesté.

-Sofía, Sofía - rebuscaba mi nombre.

“Con la suerte que tengo no me cogieron”, pensé.

-Genial, ¡aquí te tengo! - exclamó. -Las clases empezarán el doce de septiembre - añadió sonriéndome.

No sabía qué decir, estaba a punto de llorar de felicidad.

-Muchas gracias, de verdad - concluí.

Saludé y me fui, al pasar por la puerta de entrada me di la vuelta pensando que finalmente había conseguido realizar mi sueño, mi sueño español de estudiar en Valencia y lo llevé a cabo en la mejor forma.


 

-Mamá - grité cuando bajó del autobús, acababa de llegar del trabajo y siempre le gustaba que la recogiese en la parada para volver a casa juntas, andando unos pocos minutos.

-Me cogieron en el pueblo - dije emocionada.

Ella me abrazó y se felicitó, sabiendo cuanto importante era para mí aquella noticia.

Llegamos a casa y su cara cambió.

-¿Estás cansada?

-Sí, trabajé mucho yo. 

“Empezamos con las indirectas”, reflexioné.

Se duchó, mientras yo preparaba la mesa y la cena; en pijama llegó a la cocina y abrió la nevera y enseguida me miró.

-¿No fuiste a comprar vino? - me preguntó.

“Mierda”, pensé.

-Me olvidé, fui al instituto y luego vine a casa y, me olvidé - confesó.

-Te olvidaste de tu madre - empezó a gritar.

-Perdón - susurré.

-Yo trabajo como una esclava y tú no haces nada y te olvidas de tu madre - gritaba a cada palabra más fuerte.

-Lo siento - dije con los ojos lúcidos.

-Eres una inútil, de verdad - me cogió el brazo apretando con toda la fuerza que tenía y me empujo fuera de la cocina, cerrando la puerta violentamente.

Fui al baño corriendo y cerrando la puerta con el pestillo, me senté en el suelo empezando a sollozar, me faltaba la respiración, supongo del miedo que tenía de ella y al mismo tiempo sentía que quería poder romper todo, por la rabia que ardía en el estómago.

Era siempre lo mismo, me encontraba en un laberinto, como Teseo, pero no había echado el hilo al entrar y me había perdido, sin poder salir de ello.

 



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En el texto hay: mundo, suenos, sofia

Editado: 17.05.2023

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