Hada Madrina

Capítulo 1

—Aquí tiene su agua mineral, señora Trenton. — levanté la vista unos segundos para distinguir a la elegante mujer mayor, que sostenía a un ¿cómo porras se llamaba ese perro de tamaño reducido?, ah sí, Pinscher miniatura, esos que parecen un dóberman enanito. Pues eso, que lo tenía sentado sobre sus rodillas. La señora abrió la botella de agua, y vertió un poquito en un pequeño plato de porcelana sobre la mesa. El animalito bebió muy educadamente, eso sí, y luego volvió a erguirse todo majestuoso, al menos lo que podía con su pequeña estatura.

¿Un perro en el restaurante de un club de campo? se preguntarán Pues sí, es lo que tiene el poder y el dinero. Se tuvieron que cambiar las normas de admisión para que los “mini chuchos” tuviesen su pequeña zona reservada para hacer sus cositas, así como pagar su cuota de socio por disfrutar del acceso al restaurante, de momento la única zona que tenía un área acotada, y en la que podían entrar. Eso sí, los dueños eran responsables de las deposiciones de sus animales si estos no llegaban a su “baño”. Ocurrió un par de veces, y ante el bochorno y mal trago, muchos dueños optaron por no traer a sus mascotas. Y luego estaban algunas señoras mayores, como la señora Trenton, que seguían haciéndolo. Tengo que admitir que su mascota estaba muy bien educada, y que se comportaba con más decoro que algunas personas que conocía.

Cuando alcé la vista un poco más, encontré los ojos de la señora Trenton estudiándome con atención. Siempre he sido una persona tímida, así que bajé la mirada de nuevo hacia mi tarea. Números, eso es lo que hacía. Sí, soy contable. Una profesión aburrida, para una persona aburrida. Mentira, yo no soy aburrida, solo lo era mi vida.

—Hola abuela. — Y ahí estaba el hombre de mis sueños, y el de los sueños de medio condado, besando la mejilla de la señora Trenton. ¿Sabía él que haciendo ese gesto derretía no solo el corazón de la anciana, sino el del resto de mujeres sentadas a la mesa junto a ella? Sí, era como una reunión de damas mayores, cotilleando sobre el hijo de unas, los nietos de otras, sobrinos… todo lo que pillaran por delante, nadie salía vivo de aquellas sesiones de “despelleja personas”. Lo único que podía decir de la señora Trenton, es que ella no abría la boca para poner verde a nadie, bueno, salvo a un par de personas que sí que se lo merecían. Tampoco es que la señora estuviese mucho tiempo por el lugar, ella vivía en Dallas, la gran ciudad, que, aunque estuviese a menos de una hora de coche, era otro mundo. Todos los grandes negocios estaban allí.

—Hola cariño.  ¿Has venido a jugar al tenis con algún amigo?

—Con un cliente, tenemos pista reservada en 5 minutos.

—¿Vas a quedarte a comer?

—Depende de mi cliente, tal vez le convenza para que se quede a probar el carpaccio de sandía de Trevor.

—Entonces puede que nos veamos más tarde. No trabajes tanto, cariño.

—Esto es placer, abuela. — Volvió a besarla y se alejó hacia las pistas.  Creo que más de una de las señoras había suspirado al verle alejarse. Y es que hay que reconocer, que Dave Wilson, en pantalones cortos, es todo un espectáculo para la vista, y en bañador, y en traje, y… de cualquier manera que vaya, incluso metido en una caja de cartón estaría arrebatador.

En fin, dejé de mirar su redondito y duro trasero, para volver a… estupendo, su abuela me había pillado mirándole el trasero a su nieto. Que le vamos a hacer. Volví a mis cuentas, eso sí, después de darle un sorbito a mi limonada.

Estaba ya terminando con él montón de facturas, cuando noté que alguien se sentaba en la silla vacía frente a mí. Alcé la vista un poco incómoda, porque la única persona que ocuparía ese lugar, mientras estoy contabilizando los gastos, es Trevor. Entiéndanlo, estoy en su feudo, y soy la única de por aquí que no sale corriendo cuando está cerca, quiero decir, como el resto de la gente que trabaja en el restaurante. Le gustaba sentarse, apoyar el brazo en el respaldo de la silla, dejarse caer hacia atrás, y suspirar dramáticamente mientras me contaba cualquier falta de sensibilidad hacia sus maravillas gastronómicas.

Pero no, lo que encontré frente a mí no era lo que esperaba. El elegante y sobrio rostro de la señora Trenton estaba mirándome con atención, como si llevase la cara manchada de chocolate.

—¿Puedo… puedo ayudarla en algo, señora Trenton? — Ella ladeó la cabeza, como si me estudiara desde otro ángulo, una nueva perspectiva, que consiguió hacerme sentir un poco más incómoda.

—Te gusta. — Tenía varias alternativas: hacerme la tonta, cosa que con una mujer como ella no funcionaría, mentir y negarlo, que tampoco diría nada bueno sobre mí, o sencillamente reconocerlo, pero no dándole la importancia que tenía.

—Como a la mayoría de mujeres de por aquí. — ella se sentó más erguida, haciendo que su cabeza retrocediera, al tiempo que alzaba una ceja.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.