Inexorable

CAPITULO 4

NARRA CLARISSA

Después de la reunión. La sala de profesores sigue respirando la tensión dejada por Victoria y las miradas inquisitivas de la mayoría sobre el rumor de que soy la amante de Rockefeller. No llevo ni dos horas aquí…

—No les prestes atención —dice Richard, apoyándose en la mesa—. La mayoría ha estado aquí por años y creen que pueden decidir quién entra y quién no.

—Mientras no interfiera con mi trabajo, no será un problema —respondo con firmeza.

Dylan suelta una leve risa.

—Tienes carácter. No lo parece a simple vista.

—Las apariencias engañan.

Samuel asiente.

—Lo vas a necesitar con los estudiantes.

Alicia se cruza de brazos y me observa con algo de simpatía.

—Prepárate. No son fáciles.

Sus palabras quedan flotando mientras me levanto de la silla y agarro mi bolso.

—Lo sé.

Salgo de la sala con un nudo en el estómago, pero con la espalda recta. La primera clase es la más importante. Esto decidirá mi puesto en la pirámide alimenticia.

Mis pasos resuenan en el pasillo mientras avanzo hacia el aula asignada. Al llegar, el sonido del desorden atraviesa la puerta. Voces, risas, golpes en las mesas. Un caos absoluto.

Respiro hondo. Empujo la puerta y entro. El bullicio no disminuye. Ni siquiera me miran.

Camino hasta el escritorio y dejo mis cosas sobre la superficie. No hay silencio. No hay nada. Ni siquiera se han percatado de que estoy ahí.

Cruzo los brazos y observo.

Estudiantes de familias multimillonarias. Irreverentes, seguros de sí mismos, acostumbrados a obtener lo que quieren sin esfuerzo. Y entre todos ellos, uno resalta.

La primera vez que lo veo, mi cuerpo me traiciona.

“Mierda… porque precisamente él tenía que estar en mi clase.”

Alto. Demasiado alto. Espalda ancha, postura relajada, pero con ese aire de absoluto dominio. Cabello negro y ojos de un azul intenso, afilados, penetrantes.

“creer que el amor es un lujo para mí, no impide que tenga hormonas… virgen a los 28… ya pueden imaginar…”

Henry Rockefeller. La arrogancia con piernas. Hijo de mi benefactor… un dolor de culo. Me mira. No con interés, sino con diversión.

—Bueno, esto es nuevo —dice con tono relajado.

Sus amigos sueltan una carcajada. Ignoro la sensación de querer enterrarme bajo tierra. Respiro hondo y avanzo.

—Soy la profesora Clarissa Lázaro.

Algunos se giran, pero no con respeto, sino con curiosidad.

—¿Profesora? —Henry ladea la cabeza con fingida incredulidad—. Qué interesante.

Hay silencio. Sus palabras cuelgan en el aire, retadoras. Levanto la barbilla.

—Sí, profesora. La persona que los evaluará y decidirá si pueden o no aprobar esta materia.

Algunos intercambian miradas. Henry se reclina en su asiento con un gesto indolente.

—No parece muy mayor.

Más risas. Me acerco, despacio, hasta quedar frente a su mesa.

—La edad no dicta la autoridad. La capacidad sí.

Henry sonríe.

—No sé si pueda tomar en serio una clase dirigida por alguien de mi edad.

Mi pulso late furioso, pero mi expresión no cambia. Ya sabía que esto pasaría, eso ocurre cuando a un multimillonario excéntrico se le ocurre que una profesora que se saltó grados de clases.

—No tienes que tomarla en serio. Solo aprobarla.

El silencio que sigue es pesado. Henry entrecierra los ojos.

—¿Y si no quiero aprobarla?

Inclino la cabeza.

—Entonces estará perdiendo el tiempo aquí. ¿Y sabe qué es lo que los Rockefeller no hacen? —Sus labios se tensan. —Perder el tiempo.

El aula entera contiene el aliento. Henry me sostiene la mirada un segundo antes de dejar caer la pluma sobre la mesa.

—Bien jugado, profesora.

Antes de que me siga matando con la mirada me giro hacia la pizarra con el pulso acelerado.

—Ahora, empecemos.

Por dentro, quiero salir corriendo. Estoy dando gritos. ¿Por qué acepte? ¡debí decir que no, aunque me muriera de hambre!

Respiro profundo y a lo que te truje chencha. Hay que hacer que a este montón de cerebros les quede clara la clase.

—Ahora que tenemos claro quién tiene la autoridad aquí, empecemos con lo realmente importante: las matemáticas.

Algunos ruedan los ojos, otros se reclinan en sus sillas con evidente desinterés. Y entre todos ellos, una estudiante al fondo observa con genuina curiosidad.

NARRA ELEONOR WHITMORE

Estudio negocios internacionales. Las matemáticas siempre han sido mi mayor pesadilla. No importa cuántos tutores haya tenido, cuánto me haya esforzado, simplemente no logro entenderlas.




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