NARRA CLARISSA
Mi primera clase, no inicio bien, pero me es suficiente con que más de un estudiante este prestando atención diligentemente. Aunque cuatro ya están reportados… estoy loca.
—Las matemáticas avanzadas pueden parecer un monstruo imposible de domar —continúo—, pero todo se trata de dividir el problema en partes más pequeñas. Los números, por más abstractos que parezcan, siguen reglas. Y cuando entienden esas reglas, pueden hacer que trabajen para ustedes.
Mientras escribo en la pizarra, escucho la voz de Henry, despreocupada, burlona.
—¿Y si no queremos hacerlos trabajar para nosotros?
Respiro hondo antes de voltear. Clarrissa asesinar alumnos es ilegal. ¡respira! ¡hija solo respira! No puedes levantar otro reporte para Henry.
—Entonces, si no puedes dominarlos, ellos te dominarán a ti.
Su sonrisa se ensancha.
—No suena tan terrible.
—Claro que lo es. Pero tal vez a ti te gusta la idea de que algo sea más grande que tú.
Su mirada se afila apenas. Algunos estudiantes contienen la respiración. Henry se cruza de brazos.
—¿Está diciendo que no puedo controlar los números?
Le sostengo la mirada con firmeza.
—Estoy diciendo que, si piensas que puedes ignorarlos, entonces eres más ingenuo de lo que aparentas.
El silencio de nuevo se instala. Pero esta vez, no es incómodo. Henry deja escapar una risa breve, inclinando la cabeza ligeramente.
—Bien jugado otra vez, profesora.
No me permito bajar la guardia.
—Me alegra que lo notes.
—No cante victoria. El modo de prueba acaba pronto.
Ignoro su comentario y continuo con la clase. ¡es insoportable! ¡aaah! Quiero estrangular esa cara arrogante hasta que se quede pálida como un muerto.
¡por fin! La clase termina.
Y aunque mi mente está extenuada por el choque de voluntades con Henry Rockefeller y el esfuerzo de mantener a toda la clase bajo control, mi expresión sigue imperturbable. Camino con pasos tranquilos por el pasillo en dirección a la sala de profesores.
No demuestro agotamiento. No demuestro que tengo ganas de gritar por todo el estrés que acabo de vivir. Pero cuando doblo la esquina del pasillo, el destino decide que mi día aún no ha terminado.
Un cuerpo choca contra el mío con tal fuerza que mi bolso se resbala de mi hombro y casi pierdo el equilibrio.
—¡Oye! —exclamo, llevándome una mano al pecho por el impacto.
Miro al culpable del atropello improvisado. Un joven rubio, de ojos verdes y una altura imponente. Mi cerebro tarda un segundo en registrar que huele… increíble.
Pero la sorpresa no termina ahí.
Él me toma por los hombros, me mira con urgencia y, sin previo aviso, me arrastra a un armario de limpieza cercano.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —susurro, golpeando su brazo.
—¡Shhh! —me responde en el mismo tono, respirando agitado.
Me pega contra la pared del reducido espacio, con la mirada fija en la rendija de la puerta.
—¡Nos van a encontrar!
Nos. ¿¡Nos!?
—No hay "nos" aquí —siseo—. Tú me metiste en esto.
Él parpadea.
—¿No eres una estudiante?
Cierro los ojos un segundo.
—No.
Baja la mirada, recorriéndome de pies a cabeza. Su expresión cambia de sorpresa a diversión.
—¿Eres una profesora?
—Sí.
Su sonrisa crece.
—Con ese vestuario… wow.
Frunzo el ceño.
—¿Qué quieres decir con "wow"?
Se cruza de brazos, relajándose contra la otra pared del armario.
—Nada en especial. Solo que, si me hubieran dicho que los profesores aquí se visten como abuelitas, habría prestado más atención en clase.
Respiro hondo.
—Voy a ignorar ese comentario.
Él parece aún más entretenido con mi reacción.
—Eres nueva, ¿verdad?
—Sí.
—Lo sabía.
Su actitud es despreocupada, como si no acabara de arrastrarme a una situación absurda.
—¿Vas a explicar por qué estamos escondidos en un armario de limpieza? —pregunto con impaciencia.
Él mira por la rendija y luego vuelve la vista hacia mí.
—Digamos que unas personas me buscan y no quiero que me encuentren.
Me cruzo de brazos.
—¿Y eso por qué?
—Porque si me encuentran, me harán pagar una apuesta que claramente estaba arreglada.
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Editado: 03.06.2025