La Chica Perfecta

Prólogo.

—¿Señorita Mitchell? Estamos esperando ¿Acepta?. 

Esto no me estaba pasando, no podía pasarme y no, en definitiva no dejaría que me pasara. No quería, o bueno, sí, pero la idea de atar mi vida a alguien que lo único que podía llegar a sentir por mí era asco o recelo y que nada más me ofrecía desprecio e indiferencia, no me hacía nada feliz. 

Concluí por negar una vez más, pues lo había estado haciendo desde hace mucho días atrás y mis padres no parecían querer cambiar de opinión. Al parecer los suyos tampoco. 

Su idea era ganar dinero en una empresa creada por ambas familias: los Mitchell y los Maxwell. Seríamos así como los M & M, pero del mundo inmobiliario, y la única opción que encontraron para que todo quedara en familia era esta. 

Casar a Lucas Maxwell con la fea, la chica que había despreciado desde que tenía uso de memorial y a quien no lograba tragar su presencia cada vez que estaban juntos. Esa chica vergonzosa que nadie quiere, que todos evitan y que pareciera traer una maldición encima consigo, pues era repudiada por la élite británica. Esa chica que había hecho un trato con el tipo de enfrente que sostenía mis manos con una falsa sonrisa en su rostro y con odio en sus ojos; que había entregado su cuerpo y su alma a la persona que había amado toda su vida sin imaginarse que la realidad le daría un golpe de realidad de la peor manera… y que ahora, y sin todavía estar segura de ello, llevaba en su vientre al hijo del magnate más poderoso de Londres… 

Esa chica era yo. 

La fea, la nerd, la despreciable como todos en la universidad solían decirme… esa era yo. 

Y en definitiva… no era la mujer que él amaba. No era… 

La chica perfecta. 

Miré al sacerdote con las lágrimas desbordando por mi rostro. Al fin liberaría a Lucas de tener que hacer esto, terminaría con nuestro trato y con su sufrimiento y le daría lo que él tanto deseaba. Volver al lado de Amanda, la chica que había amado desde la secundaria. 

—No. —Dije fuerte de nuevo para que esta vez se escuchara por toda la iglesia. —No acepto. 

Sentí que mi corazón se estrujó y por un instante hasta pareció que la mirada de Lucas pasó a ser de tristeza… de una profunda, pero imposible tristeza. 

Era muy buen actor. 

—Pero… 

Quiso hablar y como sabía que sí lo dejaba hablar me iba a doler más, solté con violencia sus manos, agarré la cola de mi vestido y salí corriendo… 

Lejos de él, de nuestras familias y de todo lo que me hacía daño… 

Del hermoso Adonis que me hacía daño, y con algo que sería nuestro por el resto de nuestras vidas… 

Aunque él no haya sentido amor. 

 




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