La Chica Perfecta

Capítulo 1

“Anteojos” 

 

Estaba saliendo del salón de clase justo cuando un par de idiotas del equipo de fútbol americano, que iban corriendo como animales por el pasillo, lanzaron su bola "al azar" y me tiraron los anteojos. Por supuesto, el golpe me dolía horrores, creo que me habían hecho sangrar la nariz, y con esta ya eran tres veces en la semana que pasaba. 

¿Accidente? Puede ser, pero ya se estaba volviendo molesto. Sin embargo, dos cosas eran las que en realidad me molestaba todavía más. 

La primera era que estaba ciega sin ellos; no podía ver, y la segunda, es que no sabría cómo decirle a mi padre que necesitaba un par de anteojos nuevos por tercera vez en siete días. Hasta a mamá le estaba pareciendo extraño, y no era para menos. 

—¡Genial(!) —balbuceé molesta, poniéndome de rodillas en el piso para buscar mis ojos. 

Sin ellos estaría perdida. 

Debía estar loca. Enriquecía los ingresos de la oftalmología, y todo por los tontos arrebatos de Anthoni y Blade, dos tarados que disfrutaban de fastidiar a los débiles de la élite británica, y entre ellos, estaba yo. O bueno, solo yo…

—Aquí tienes —Me dijo una voz masculina, muy, muuuuy conocida, a un par de centímetros de distancia, que de inmediato reconocí y ¡Cielos! ¡Qué bien olía su cabello, su perfume, su…! —Trata de ser menos distraída. 

Regañó, colocándome los anteojos él, ya que por más que movía mis manos para tomarlos de las suyas no los encontraba. 

Cuando me los puso y los nudillos de sus dedos rozaron la piel de mi rostro, sentí que mi corazón se hinchaba y latía a mil por hora, mi estómago era el salón de baile de muchas mariposas y mi cuerpo vibraba lleno de nervios con solo verlo. 

Era común, he de decirlo. Casi siempre, por no decir todo el tiempo, apenas lo miraba mi cuerpo entero reaccionaba de esa manera y me era imposible disimularlo, pero él… él no podía ser más frío. 

Agradecí con la cabeza baja y un asentimiento y, cuando creí que se había ido y me había seguido ignorando como toda la vida, mi sorpresa fue verlo parada frente a mí con una expresión un poco extraña. 

—¿Cómo es que eres tan torpe? —bufó molesto y sin despegar su mirada de mi pequeño y menudo cuerpo —¿Has pensado lo molesto que es que…? Ya, mejor olvídalo. 

—Lo siento. 

—Justo eso. —Dijo y, por un momento me atreví a verlo a los ojos, porque si hubiera de morir mañana, al menos habría visto sus claros ojos verdes conectarse un par de segundos a los míos. El chico alto y cabello negro corto tomó su mochila,la cual había dejado tirada en el piso con el son de ayudarme, y me tomó del brazo para llevarme a quien sabe donde —. Hay que ir a la enfermería. 

—Pe-pero estoy bien… 

Me ignoró y siguió caminando, dándole un empujón en el brazo a Blade, que miraba escéptico aquella extraña escena. Y sí, hasta para mí era extraña. 

—Estás sangrando de la frente —Se limitó a contestar una vez estuvimos frente a la enfermería del colegio —Entra. 

Esbocé una media sonrisa, me perdí una vez más en sus ojos y reí bajito al verlo cinco veces al estilo mosca con esos lentes todos quebrados, algo que pareció molestarle. 

—Lo siento —me cohibí en mi sitio —No me río de ti, sino que te veo cinco veces más. Creo que los dejaré así… 

¡Rayos! ¡Yo no había dicho eso! ¡¿Verdad?!. 

Bajé la mirada dándome bofetadas mentales, y al cabo de un instante volví a verlo. Para mi sorpresa su semblante frío había desaparecido y, aunque solo parecía un espejismo de mi mente loca, puedo asegurar que su semblante escondía una pequeña sonrisa. Pero, fue tan efímera que quizá estaba soñando, o más bien delirando debido al golpe. 

Abracé mi mochila con fuerza, lo miré una vez más para darle las gracias y sin muchas ganas entré en el área fría de la universidad, que desprendía olor a medicinas y alcohol, pero estaba vacío. 

Escuché voces afuera, me asomé una vez más y vi a Lucas hablando con la enfermera, diciéndole algo en voz bajita. La señora de sesenta años movió su rostro en una afirmación, me miró y volvió a asentir, posando su mano en el hombro de Lucas. 

Este, mientras tanto, seguía manteniendo su insuperable semblante frío. 

—Aquí estás de nuevo, Eddy. ¿Cómo es que te golpeas a cada rato?. 

—Bueno… supongo que necesito una nueva graduación de lentes. 

—Lo dudo —Me miró de soslayo, sacando de su botiquín médico un algodón, alcohol y una crema cicatrizante —Necesitas darle una lección a esos tontos de Anthoni y Blade. Yo porque necesito este empleo, pero tu cuentas con el poder necesario para enviarlos por un tubo a las bermudas. 

Reí entre negaciones, ajustando mis anteojos flojos y rotos con mi dedo índice. 

—No, solo son un par de inmaduros. 

—inmaduros —remedó en medio de un bufido —Sí, como no. 

Ella aún no se acostumbraba todavía a tenerme ahí cada tres días. 

Le di una risita tranquila. 

—No importa, no todo fue tan malo ¿Sabes?. —Me encogí en mi sitio queriendo ocultar en mis labios la sonrisa de boba que no me quería dejar. Pero es que… Lucas nunca me hablaba, jamás me dirigía la palabra, me miraba como si lo estuvieran amenazando para que lo hiciera y en sus ojos siempre había seriedad o desprecio. Sé que debería odiarlo, pero todavía recuerdo que cuando éramos niños nos llevábamos muy bien, solíamos jugar en el contenedor de arena del jardín, armábamos figuras con legos y nos divertíamos mucho. Pero entonces, él cambió. Hasta ahora me había hablado de nuevo, a nuestros casi dieciocho años, y no estaban nuestros padres enfrente obligándolo a hacerlo. 

¡No te ilusiones! Le decía a mi corazón, más él no quería escuchar. 

¿Cómo no amar esos ojos verde claro que atrapaban con la mirada? ¿Cómo no amar su cabello negro azabache y su sonrisa perfecta?. Supongo que lo de ahora era más de lo que podía pedir. 




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