La familia Terranova no supo qué pensar cuando el rey se presentó en su hogar a media tarde acompañado de su hijo mayor. Tampoco fue que tuvieran mucho tiempo para considerarlo, al verlos acercarse en sus monturas por la ventana no les quedó más remedio que correr frenéticamente para alistarse a recibir a tan distinguidas visitas. La prisa de todos fue tal, que ninguno pensó en informarle a Esmeralda, quien se encontraba leyendo tranquilamente en el jardín.
Francis, Amelia y sus dos hijas mayores salieron a recibir al rey, ocultando su respiración agitada por la carrera que tuvieron que pegar para estar listos. Dimas y Draco descendieron de sus monturas simultáneamente, ambos parecían especialmente de buen humor.
—Francis, ¿pasamos a tu despacho? Mi hijo y yo tenemos un asunto que tratar contigo —dijo Dimas sin perder el tiempo.
La cara del administrador evidenció su sorpresa en tanto que hacía una reverencia y les indicaba con la mano que pasaran a su hogar.
—Bienvenidos, es un honor tenerlos aquí —dijo Amelia con una sonrisa amable mientras los dejaba pasar.
Ámbar y Jade tenían toda la intensión de espiar detrás de la puerta para enterarse de qué había traído a los Mondragón a su hogar sin previo aviso, pero Amelia, también llena de curiosidad, pero años más sensata, se los impidió.
—Esperemos en la sala, su padre nos dejará saber si se trata de un asunto del que podamos enterarnos —les indicó a sus hijas.
Pidieron el té y aguardaron por más de treinta minutos, ninguna hablaba, estaban demasiado entretenidas especulando en sus mentes los motivos de la visita.
Dentro de la oficina, el rey Dimas había hecho ya el anuncio. Francis miraba a ambos Mondragón con grata perplejidad. Muchas veces había deseado en secreto que alguna de sus hijas emparentara con la realeza, pero nunca pensó que sería su pequeña Esmeralda la que le diera esa alegría.
—Tanto mi hija como yo estaremos honrados por este enlace —declaró más contento de lo que dejaba escuchar en su tono.
—Los Terranova siempre han sido leales a nosotros, será un placer ver a nuestras familias unidas —dijo el rey Dimas, cada vez más satisfecho con su decisión.
—Sin duda esta boda será un motivo de alegría para mi casa —dijo Francis.
—¿Sería una impertinencia pedir su permiso para ser yo quien le dé la noticia a Esmeralda? —se aventuró a preguntar Draco, sabiendo que su petición era inusual y bastante atrevida, pero sin poder evitarlo, pues ansiaba la expresión de sorpresa de Esmeralda solo para él.
Francis jamás hubiera accedido a una cosa así, básicamente le estaba pidiendo un encuentro privado con su hija pequeña, pero se trataba del príncipe heredero y, además, se encontraba de un humor inmejorable.
—De acuerdo, Alteza. Ella se encuentra en el jardín —recordó señalando la puerta.
Draco le agradeció con una inclinación de cabeza, se levantó de su asiento y salió del despacho al pasillo. Escuchó movimiento en la sala y asumió correctamente que se trataba de las otras Terranova. Prácticamente de puntitas para no ser escuchado, se encaminó hacia el jardín, sabiendo que si ellas lo veían no lo dejarían en paz y estropearían su momento con Esmeralda.
Una vez fuera de la casa, dar con ella no le costó trabajo. Estaba debajo de un enorme árbol absorta en su lectura e ignorante del giro que estaba a punto de tomar su vida. Draco se plantó frente a ella haciéndole sombra, lo que provocó que Esmeralda alzara la vista.
—¡Alteza! —exclamó con sorpresa, soltando el libro y poniéndose de pie de un brinco—. ¿Qué hace usted aquí?
Sus enormes ojos verdes observándolo confirmaron que había tomado la decisión correcta. Esta era la mujer para él, no cabía duda. Por un breve instante deseó no tener que esperar los tres años que los separaban del matrimonio, aunque su parte consciente sabía que era lo mejor, tanto para ella como para él, pues era lo que siempre había deseado: tiempo.
—¿Acaso no soy bienvenido? —preguntó con una mueca divertida.
—¡Por supuesto! Pero… —Esmeralda echó un vistazo hacia la casa y luego a su alrededor, Draco supo que estaba cayendo en cuenta que se encontraban solos sin supervisión y aquello la escandalizaba.
—Vine a decirte algo muy importante… —dijo dando un paso al frente para acortar la distancia entre ambos. Lo que para ella era motivo de escándalo, para él era una oportunidad inmejorable.
—¿Decirme qué?
—Lo hermosa que te encuentro.
A Esmeralda le flaquearon las piernas, la forma en la que la miraba volvía a quemarla por dentro. ¿Qué era ese calor que él le provocaba con su simple vista? Debía ser verdad que sangre de dragón corría por las venas de Draco, pues de otro modo no se explicaba su poder abrasador.
Draco aprovechó lo arrobada que ella se veía y la tomó por la cintura para pegarla contra él. Por instinto, Esmeralda colocó ambas manos sobre sus pectorales, aturdida por su cercanía, pero disfrutando el roce entre sus cuerpos.
—¿Qué hace? —preguntó en un susurro.
—¿No te gusta? —preguntó de vuelta él, inclinándose para besarla.