La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo II

Para el Amorícules de la primera semana del año (el fin de semana), Diago despertó adolorido tras las palizas del día anterior. Al menos ya no le dolía tanto, pero el trabajo no había terminado, debían ganar más dinero. Bajó a la planta baja de siempre, su familia le había preparado el desayuno, aunque solo fuese avena. Lane dio un toque suave en su espalda desnuda, sólo quería verificar si todavía le dolía.

─ ¿Te sigue doliendo? ─ preguntó.

─ No tanto como anoche… sólo son golpes.

─ Si no estás listo todavía, puedes quedarte hoy aquí.

─ ¡Sí! ¡Por favor hermano! ─ anunció Nathan, ayudando a su madre a lavar los platos en el tazón más grande de su casa.

─ Me encantaría hermanito, pero… creo que estoy bien para hoy.

─ Hijo, eso no suena sano, vamos, al menos quédate en casa.

─ La voluntad se justifica con la necesidad, mamá. Vamos, además, tampoco es como trabajar en la mina, solo venderemos café.

─ Bueno…

Diana, por muy angustiada que sonase, la verdad le impresionaba la dedicación de su hijo: dos palizas en un día dejarían a cualquiera atontado y desmotivado. No obstante, el mayor de sus hijos lo hacía más por el hábito, sin mencionar que no soportaría trabajar en casa y a las pulgas gemelas gritándole en ambos oídos. 

Una vez terminó de desayunar, Diago partió con Lane a las calles nuevamente, escupiendo la mezcla a base de vinagre y hierbas a un lado de la entrada para así limpiarse los dientes.

Los fines de semana trabajaban en la administración de su propio puesto de café, su proveedor les daba la mercancía y la vendían en otra plaza diferente, una parte del dinero ganado iba con el proveedor y otra como salario.  La plaza donde vendían era extremadamente diferente, estaba tapizada en cerámica y ajardinada con petunias, era la gente de ahí quienes las mantenían y la Orden de la Cobra se los permitía. Su primera cliente era una costurera comadre de Diana, trabajaron juntas en el taller más grande de la ciudad hasta que ella decidió hacerlo por su cuenta.

Sus ojos apenas se abrían, pero distinguía perfectamente un buen café como el que se vendía a través de los hijos de Diana.

─ Doña Eskevyk, justo a tiempo ¡Aquí tiene su ración especial! — le dijo Diago, con uno de sus tonos más alegres jamás dados, esa señora era una ternura.

─ Gracias Lane, es justo lo que necesitaba. Un buen café siempre me da ánimos.

─ Me alegro, pero en realidad soy Diago.

─ ¡No busques corregirme, yo sé bien lo que digo!

Para las dos de la tarde, el horrible gruñido de su estómago retumbaba sus sentidos. Desafortunadamente, no había comida para ellos tampoco el fin de semana, ese rugido perduraría hasta la noche si no lo detenían con algo. Por suerte, a Diago se le ocurrió una idea, aunque no tuviesen mucho dinero, habría una forma de comprar la merienda.

El hermano mayor llegó hasta un puesto de frutas y hortalizas bastante elaborado, lo consideraba su segundo hogar por su inusual amor por la fruta, sin mencionar que los dueños y administradores eran conocidos de su infancia.

Uno de ellos era Rita, la del medio de los hermanos adoptivos Marine, ojos profundos color marrón y una cabellera peinada rojiza como el ladrillo. La encontró jugueteando con la comida en el mostrador del exterior: estaba haciendo una estatua de un ave regordeta a base de frutas y verduras, estaba tan concentrada que hasta se le salía la lengua por un costado.

─ ¡Rita! ¿Qué tal tu día? ─ dijo Diago.

─ Tengo un día de corral ¿Entiendes? ─ Rita se rio en seguida, Diago mantuvo su humor ligero porque tampoco le hizo mucha gracia ─ En fin, dime qué puedo hacer por ti.

─ Vengo proponiéndole algo…

─ ¡Uy! A ver, muéstrame.

El chico visitante le enseñó las bolsas de café que se había traído consigo, la chica perdió su sonrisa, pero Diago conservó su enérgico entusiasmo.

─ Creí que sería un regalo bonito, no bolsitas sucias.

─ Aquí hay bastante café del bueno, te despertará en un segundo y te dejará bonito el aliento.

─ Mi aliento ya huele bastante bien, no necesito ningún café.

─ Pero puede oler mucho mejor, además, te activa el cerebro en el peor día.

Repentinamente, una serie de gritos se oyeron a su costado. Se acercaba un joven, de ojos verdes y cabello color canela tan largo y sedoso como un vestido, quién gritaba más por emoción que por algún peligro. 

─ ¡Víctor! ¿Qué tal? ¿Cómo estás amigo? ─ dijo Diago, una sonrisa más se le dibujó, extendió su mano hacia su amigo. Víctor era otro hermano adoptivo del trío Marine, sólo que era menor que Rita por unos meses.

─ ¡Diago! Vaya, no te veía desde la semana pasada. Escucha ¿Qué le dice un sombrero de paja a otro sombrero de paja?

─ ¿Otro de tus chistes? A ver… la verdad, ni idea.

─ ¡Estoy hasta el cuerno! ─ Víctor rio tanto que hasta se atragantaba, Rita solo aplaudió a sus esfuerzos, pero no se reía del todo.



#1086 en Fantasía
#1561 en Otros
#90 en Aventura

En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.