La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo VIII

En un momento sin aviso de la noche, Diana Le’Tod arremetió contra Nathan con una cachetada mortal. Él terminó en el piso, su hermana sólo pudo ser testigo de su castigo, tapándose los oídos y dándole la espalda, aterrada. Usar un zapato era considerado lo normal, un desquite sencillo, pero su madre literalmente lo abofeteó con una fuerza inhumana.

─ Vuelve a hablarme así y tendremos problemas, Nathan Adam Le’Tod ─ declaró, como si impusiese una ley.

No obstante, Nathan se levantó, sosteniendo su cachete todo enrojecido. En lugar de obedecer, hizo un puchero sin igual.

─ No lo haría si tan sólo nos prestaras atención.

─ ¿Disculpa? ¿A qué te refieres con eso? ─ impuso, indignada.

─ Me refiero a que desde que Diago y Lane se fueron te olvidaste de nosotros.

Equivocado no estaba: divagaba más al trabajar, ya no confeccionaba como antes, y al cocinar, la comida estaba muy cara con la inflación como para que la estuviese quemando tan seguido; ya no respondía a los llamados de los vecinos, preocupados por su estado. Su madre parecía ir de un mundo a otro fuera de la percepción de los demás. Hasta llegaron a quedarse en la casa de al lado, donde su vecina les aconsejó que hablasen con ella, y Diana jamás se percató de su ausencia en una casa tan pequeña como una casa adosada.

─ ¡No hay momento en esta casa en el que Emma y yo no nos sintamos acosados por un fantasma!

Diana no pudo responder, a Emma se le cristalizaron los ojos.

─ ¡Desde que ellos se fueron parece como si te hubieras ido con ellos! ¡Te olvidaste por completo que hay una casa que mantener, todavía más, y otros dos hijos! ¡Emma y yo estamos prácticamente por nuestra cuenta!

─ Nathan, si algo pasa en esta casa, soy consciente de ello ─ intervino ─ ¡No por eso me tienes que andar reprochando diciéndome que soy una loca!

─ ¡Si yo no lo hago nadie lo hará!

─ ¡Por última vez! ¡No me olvidé de ustedes!

─ ¡Más allá de olvidar parece que te acordaste que tienes dos hijos que no querías! ¡No como los señoritos mandones de allá afuera!

La mujer se quedó atónita, si fuese más atento, se escucharía el sonido de un cristal rompiéndose entre las comisuras del viento. Emma finalmente toma el coraje para escuchar.

─ Te volviste así porque se fueron los únicos hijos que sí querías ─ acusó con firmeza, no pareció inmutarse ─, y te diste cuenta que sólo supiste perder el tiempo con nosotros. ¡También te necesitamos! ¡Eres nuestra madre! ¿Y qué es lo que haces? ¡Destruyes lo que apenas queda de nuestra familia vagabundeando como una boba!

─ ¡Nathan! ¡No le puedes hablar así a mamá!

El chico finalmente se frustra y sale de la sala al patio trasero, donde era frío por el rocío de la noche. Emma lo sigue para tratar razonar con él, desdichada como una flor marchita, y su madre cae atónita en una de las sillas del comedor.

Nathan toma las mangas de su camisa y se las pasa por los ojos, empapándolas con sus lágrimas de frustración. Lo que alguna vez fue una imagen respetada, dulce, cariñosa y brindadora de apoyo, ahora se hizo un gajo de irreverencia y decepción. Su madre había caído muy bajo para él.

─ Sé bien que estás detrás de mí.

─ Menos mal, no sabía cómo hablarte… Deberías disculparte.

─ ¿Disculparme? Incluso con todo lo que dije ¿Todavía me pides eso? ─ gruñó incrédulo. Volteó a su hermana, ya no lucía como él mismo.

─ Claro que lo hago, es lo menos que puedes hacer ─ ella decidió plantarle cara finalmente ─. Quizás mamá no esté destruyendo lo que queda de esta familia, quizás tú lo haces.

─ Si ése es el caso, esta familia es una completa mierda. ¡Perdemos nuestro potencial!

Más allá de esas ganas de salir corriendo, Emma arqueó una ceja.

─ Mírate no’ más, no hay nada que no hagas bien a la primera. ¡Eres un prodigio con patas! Mamá sólo te usa para ordenar el mercado y barrer la casa.

─ Yo no decidí eso Nathan, son cosas que ya de por sí debo hacer.

─ ¡Exactamente! ¡Tienes un sentido del propósito espectacular! Yo tengo un toque para el liderazgo, la planeación y el análisis. ¡Nos la pasamos encerrados en estas cuatro paredes hasta sacarnos polvo!

Nathan, apunto de explotar, decide patear el gallinero con todas sus fuerzas. Las gallinas revolotearon en su interior, como si se tratase de un terremoto encapsulado.

─ Más allá de lo que podamos hacer o no, mamá necesita ayuda, y no puedes andar haciendo berrinches por pura atención. Traes grama en la cara.

─ ¿¡Pura atención!? ¡Mamá se volvió loca!

─ ¡Nathan! ¡Diago y Lane ya no están! ¿¡No puedes ponerte en sus zapatos por un segundo!?

─ Si tanto le importan, le daremos lo que quiere.

El tono de voz de ese niño frustrado cambió de una forma repentina, sonaba más maquiavélico que cualquier otra cosa; Emma conocía a su gemelo, ese cantar tan maléfico no era normal. Eso y que replicó, reprochó y explotó verbalmente sin tartamudear ni una sola vez.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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