La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Capítulo XLII (Parte 2)

Fran, usando su arma y bajo una desquiciada sonrisa, atravesó el suelo antes de que Skycen y Akali pudieran arremeter contra ella de nuevo. No pudieron darle una explicación, pero el suelo de la ciudad comenzó a agrietarse mientras escupía una gran cantidad de fuego. Akali tuvo que despojarse de su capa cuando esta entró en llamas.

Akali se refugió entre dos edificios mientras la destrucción consumía el cielo y la tierra. La silueta de Fran era apenas visible detrás del humo del colapso, y sin rastro de Skycen. Hasta que surgió un grito de guerra intenso y sin igual, y el humo pareció disiparse por un momento.

Skycen apareció en el cielo mismo y sus Hojas del Tormenta salieron disparadas, creando un remolino gigante de cortes que disipó el humo. Las dos Hojas de la Tormenta bailaban como si fueran una pareja de meteoritos, implacables y pesados.

“Arte de las Hojas de la Tormenta. Cuarta Técnica. Huracán de Bruma” así se llamaba, o, al menos, así lo recordaba Akali. Cruzaron miradas llenas de determinación, en un lapso menor que un segundo. Ahí, se compartieron todo: Skycen había disipado el humo para que Akali lanzara un ataque directo hacia Fran.

Haciendo gala de su agilidad, Akali se lanzó saltando por los pocos tejados firmes. Llevó su espada frente suyo igual a un aguijón de un insecto, apuntando hacia la garganta de Fran.

Sin embargo, la líder rebelde vio destellos antes de ser estampada contra el suelo: Fran le dio un cabezazo con su descomunal frente. Akali sintió cómo su nariz chapoteaba y su ojo se inflamaba, un gigantesco pie ya estaba por caer sobre ella. Skycen llegó a tiempo y la rescató en el último segundo, deslizándose

Akali dejó caer su mirada sobre el pueblo de Burgo Gris, invadido por gritos de horror y explosiones violentas. Unos espantosos recuerdos de Casquillo Plateado conquistaron su mente, aunque los apartó ladeando la cabeza.

—Es demasiado fuerte para nosotros, no se cansa por mucho que peleemos —reclamó Akali mientras Francesca los buscaba.

—¡Vamos! Sólo fue un mal golpe, no hay que rendirnos —insistió Skycen, sonriendo—. ¿Sabes a qué me recuerda? Cuando te enseñé a pelear… tu Arte del Espadón es bastante caótica.

—¡Señor Skycen! ¡Por favor! Ya está muy viejo para comportarse como un niño —gritó esta, con la nariz ya inflamada—. ¿Por qué mierda insiste en halagar y portarse de manera tan infantil? Estamos combatiendo y podríamos no salir con vida.

—Puedo ser viejo, ya tengo cincuenta años encima, pero tú… Muchacha, tienes mucho que aprender.

De repente, un relámpago incomparable reventó frente Akali y Skycen, como si hubiera sido obra de una tormenta. Pero no fue un trueno, sino un puñetazo aniquilador hecho por Lane Le’Tod, el pupilo: con su rostro a punto de estallar de la rabia, llegó para enterrarle su puño en la mejilla a su vieja adversaria con sus poderes de vampiro. Apenas la aturdió, Lane tomó su cabeza y la enterró hacia el fuego subterráneo, rematándola con varios pisotones que hicieron temblar todavía más la calle.

Akali y Skycen quedaron boquiabiertos, mientras Fran quedaba enterrada bajo el desastre que ella misma provocó. Pero los llamados de alarma de Worgaine los sacaron del trance.

—¡Muévanse! ¡No tenemos tiempo! —Worgaine tocía de forma excesiva. Detrás de ella, aparecieron los árticos y el esquelético Diago con unos ojos vidriosos y enfermizos.

 

 

Rose Hamlet instaló un rociador de humo hecho por su hermano en la estación del tren, permitiéndole cubrir toda esta con un gas tan irritante que daba la idea de ser venenoso. La gente escapó aterrorizada, tal y cómo lo planeó, y ningún Fantasma o policía la había atrapado todavía.

Cuando Rose menos se lo esperó, la campana del reloj sonó: el tren ya debía de estar en la estación, aquel que los llevaría a Puerto Perla sanos y salvos, lejos de los Blizzard. Eso la sometió bajo un estrés todavía peor, desde que Akali y Víctor partieron de su lado, juró no moverse y seguir el plan. Pero el infierno que se desató en Burgo Gris, junto con los pilares gigantes de fuego, no ayudaron en nada a tranquilizarse. ¿Podría hacerlo todo ella sola?

No tuvo más opción que evacuar el tren de alguna manera aprovechando sus últimos reactivos en su bolso. Tuvo que improvisar.

—¡Santos cielos! ¿Qué es todo esto? —oyó decir al conductor cuando la locomotora, roja como el rubí, se detuvo en el andén, con vista a los pastizales. Un torbellino blancuzco y rojo consumió la estación y sus alrededores.

Rose, en compañía del mapache mascota de Víctor, se escabulló a la cola del tren, el vagón del equipaje de los pasajeros. Emanaba un olor a cuero recién lavado, un olor tan fuerte que, hasta ella, con un débil sentido del olfato, pudo detectar. Galleta, el mapache, ronroneaba a su lado mientras brincaba por alcanzarla.

—Muy bien, Galleta, es momento de que te luzcas —masculló Rose, revisando su pesado bolso —. Ojalá y Víctor tenga razón sobre que eres un mapache más listo que el promedio.

Galleta sólo le respondió con su gorjeo de roedor, antes de que Rose le metiera un objeto extraño a la boca y lo empujara por la rendija entre la puerta y el muro.

—¡ESE MAPACHE TIENE RABIA! ¡CORRAN POR SUS VIDAS! —gritó Rose apenas pudo y Galleta salió alarmado por el pasillo, sacándole gritos de terror y hasta el alma a los pasajeros. Le dio una pastilla efervescente, dando la impresión que sí tenía rabia.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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