La sortija de Médora

Capítulo 9

Marla

 

 

Mientras me encontraba metida en una piscina, junto a dos chicas que lavaban mi pelo esforzadamente, no podía dejar de pensar en el rey. No parecía un ser abominable ni un animal, quizás la bruja Ravenia, lo decía por su personalidad. Sus ojos sin duda eran temibles, negros como un abismo, enmarcados con su expresión pétrea, me habían amedrentado; sin embargo, escogí enfrentarme a él y no darle el anillo porque si lo hacía seguramente me mataría, era obvio que la joya se quedaba en mi mano por algo.

 

— ¿Por qué se ha cortado el cabello, mi señora? — Musitó la voz dulce de una de las muchachas, era rubia y sus ojos color plata.

 

— Siempre lo he llevado así, no me llames señora, por favor — respondí.

 

— Cuando estuvo aquí su cabello era largo — habló la otra chica, castaña y de ojos verdes.

 

— Yo no soy la que estuvo aquí, soy otra persona, no sé quién es ella ni como llegué a este… lugar.

 

Ninguna respondió nada, y luego de enjuagarme el cabello, comenzaron a frotar mi cuerpo con una esponja. Pensé que podría haberme bañado yo misma pero no tenía fuerzas.

 

Una vez que salimos del baño, se dedicaron a la tarea de peinarme y secar mi cabello, no supe cómo lo hicieron pero en unos minutos mi pelo ya no estaba húmedo y lo comenzaban a trenzar hacia un costado. También me trajeron varios vestidos para escoger, todos de aquella tela transparente.

 

— ¿Solo tienen esto?

 

— Por ahora sí, pero mañana le traerán otros colores, mi señora.

 

— No me molestan los colores, me refiero a la tela, es muy transparente, quisiera algo con lo que no se vea mi cuerpo.

 

— ¿Por qué?

 

No supe qué responder, ya que todos usaban las mismas telas, incluso la niña aquella.

 

— En el lugar de donde vengo, las personas se cubren el cuerpo completamente — respondí al fin.

 

— ¿Siendo algo tan hermoso por qué ocultarlo?

 

La que habló fue la chica de cabello castaño y su mirada era tan ingenua que me sorprendió. Entendí que estábamos educados para creer que nuestros cuerpos no eran bellos. Por otra parte, estas personas, a las que Ravenia despreciaba, eran más inocentes que ella.

 

— La verdad es que no sé, pero supongo que tienes razón — respondí y sonreí a la chica.

 

Los baños eran amplios, con una pequeña piscina en el medio, en la función de tina comunitaria, y tenía una habitación separada donde se encontraban los retretes. El piso era de mármol, pero no estaba pulido, sino que se veía la piedra rústica, imaginé que era para evitar resbalar.

 

Una vez que terminaron de peinarme salimos de allí al pasillo, cuyo piso y paredes también eran de piedra y estaban suavemente iluminados desde arriba, no pude ver de dónde venía la luz.

 

Luego de caminar un poco mis pies se enredaron en la larga falda del vestido y casi caigo, debería ser cuidadosa si iba a usar estas prendas de ahora en adelante.

 

Pronto llegamos a otro corredor en el cual se hallaba la habitación que me habían asignado. Al entrar, recordé las palabras de la niña, el rey hará que te bajen de allí, pues a él no le gusta el maltrato. ¿Sería verdad?

 

Me sorprendí al ver que la habitación se parecía bastante a la mía, los muebles tenían la misma distribución y hasta la cama también estaba cubierta por un dosel, pero sus cortinas eran azul pálido; éstas hacían juego con los almohadones, mientras que el cobertor era de una tonalidad mucho más oscura. La diferencia con mi cuarto, en mi mundo, además de los colores y el tamaño de la recámara, estaba en que no había puerta para el baño, ni ventana.

 

Cuando me acerqué y me senté en la cama, pude ver otros detalles distintos, como las mesitas, que eran de la misma piedra que las paredes, y que en vez de lámparas, había velas sobre unos platillos suspendidos en el aire. Me incliné para ver qué era lo que los sostenía pero no hallé nada, sería magnetismo, pensé.

 

La misma muchacha de cabello castaño que me había ayudado a bañarme entró trayendo una bandeja con comida. Cerca de la pared donde, en el cuarto de mi mundo había una ventana, aquí se hallaba una mesita redonda de madera, con dos sillas tapizadas a juego con un mantel, todo en tonos celestes y azules. Allí colocó los alimentos.

 

— Qué lo disfrutes, mi señora — ella sonrió y se retiró.

 

Además de comida había una jarra con agua y una copa.

 

Me puse de pie e instintivamente quise ponerme calzado y me di cuenta que no lo tenía, debería preguntar, puesto que me resultaba muy incómodo caminar descalza.

 

De puntillas, me acerqué a la mesa y me senté frente a la bandeja, no había ningún plato, ni cubiertos; tampoco había panes, ni abundantes ensaladas. Estaban colocados allí cuatro cuencos pequeños con distintas carnes cortadas, excepto uno que exhibía algo que podría haber sido arroz o algún cereal modelado en forma de bolitas, cubierto con un rebozado de pequeñas semillas. También encontré dos platillos de salsas y una jarra de agua con una copa. Suspiré y después de considerarlo un momento me decidí a comer con la mano, realmente tenía hambre.

 

Los alimentos fueron realmente deliciosos, cuando terminé de cenar, o la comida que fuera, ya que todo el tiempo era de noche, pensé en ponerme a leer, pero no había libros allí, ni un sillón cómodo como el de mi sala.

 

Me senté en el lecho y observé la tela del vestido, era muy suave y parecía un hilado artesanal, no había visto nunca nada que se le pareciera. Había elegido un color beige porque combinaba con mi piel y tenía la impresión de que eso hacía que lo que había debajo se notara menos.

 

Tal vez podría acostarme, después de todo, llevaba días sin dormir bien ni mucho menos estar en posición horizontal.




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