Ladrona de corazones

Capítulo 8: Belleza cautivante

(Narra Luken)

Comenzamos a avistar los tres dragones a la distancia al caer la tarde. En uno vendrían Irina y Odette, en los otros dos sus pertenencias y los guardias que mi tío Danton había enviado para cuidar a su primogénita. Tardarían algunos minutos más en llegar a Roca Dragón.  

La familia Mondragón entera aguardaba junto a la zona de aterrizaje en donde descenderían las enormes criaturas. Mis padres al frente, detrás la abuela, Nadine, Grecia y yo. 

—Ahora me empiezo a preguntar si fue buena idea organizar el banquete hoy. Tal vez ellas deseen descansar de la travesía —dijo mi madre con duda en la voz.

—Tampoco es taaaan largo el viaje, son solo un par de días —opinó Nadine sin entender su preocupación.

—Tal vez el viaje no sea pesado para Irina que está acostumbrada a ir en los lomos de un dragón, pero recuerda que en Encenard no tienen esas criaturas y la experiencia es relativamente nueva para la princesa Odette —comentó la abuela.

Una sonrisa burlona apareció en mis labios al recordar la primera vez que Odette subió a un dragón y los gritos de terror que dio al emprender vuelo. Esperaba que ya lo hubiera superado, de otro modo Irina llegaría con sordera.

—¿Cómo hacen viajes si no tienen dragones? —preguntó Grecia a mi lado.

—Se transportan en carruajes —le contestó mi padre.

—Ugh, qué horror —dijo con desprecio.

—Sé amable —le pedí en un susurro.

Grecia arrugó la frente, como si le molestara mi petición.

—Lo seré cuando ella llegue, pero ahora puedo dar mi opinión, ¿o no? —se defendió.

Me incliné un poco más hacia ella.

—Mis padres le tienen mucho aprecio a los Autumnbow, sé cuidadosa con las opiniones que externas frente a ellos —le aconsejé.

Grecia hizo una mueca de desagrado, pero asintió resignada.

Al girar mi atención de nuevo al frente me percaté de que los dragones ya estaban aterrizando.

Todos dimos un paso al frente, ansiosos por darle la bienvenida a nuestras visitas. Irina descendió de un brinco y corrió a abrazar a Nadine. Ellas siempre habían sido cercanas, tenían personalidades similares y se compaginaban muy bien entre ellas. Más que primas, parecían hermanas.

Mientras ellas dos se saludaban con excesiva efusividad, centré mi atención en la chica que venía caminando a paso moderado hacia nosotros. Tenía intención de saludarla y decir algo que la hiciera sentir bienvenida, pero en cuanto mis ojos se posaron sobre ella perdí la habilidad de hablar. En mi mente, Odette Autumnbow era una chica bonita de personalidad agradable, pero al verla se hizo evidente que mis recuerdos no le habían hecho justicia o tal vez era que había cambiado de manera radical en estos últimos años. La madurez le había sentado extremadamente bien, ya no había en ella rastros de niña, ante mí tenía a una mujer de belleza arrebatadora.

Todo lo que me rodeaba pareció difuminarse hasta volverse borroso, Odette era lo único que lograba ver de forma nítida, era lo único que importaba. Mi corazón latía con tanta fuerza que podía escuchar mi pulso en mis oídos. Estaba embelesado. De forma involuntaria, me transporté a una fantasía en la que solo existimos los dos: Odette llegaba frente a mí y yo la tomaba en brazos para, sin decir una palabra, besarla como jamás había besado a una mujer. Ella se entregaba a mí de buena gana, devolviéndome el beso y dándome a entender que quería que la hiciera mía.

—Bienvenida, princesa. Nos da mucho gusto volverte a ver —la voz de mi padre me sacó de mis fantasías y me devolvió a la vida real.

Mi familia ya estaba saludando a las recién llegadas mientras que yo permanecía de pie sin moverme como un mentecato. Llegué a ellas de dos zancadas para remediar mi torpeza.

—Bienvenidas —dije con la poca voz que logré reunir.

Odette hizo una reverencia con sus ojos clavados al suelo, para luego alzarlos lentamente hasta posarse en los míos. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo en el momento en que nuestras miradas se encontraron. Quedé flechado. Tomé su mano con galantería y la besé. Ese inocente toque de su piel resultó suficiente para perturbarme. Quería besar más que su mano, quería probar sus bonitos labios rosas.

—Es un placer volver a verte, Luken —saludó ella con una tímida sonrisa. Escuchar mi nombre en sus labios me hizo estremecer.

—Lo mismo digo —respondí sin apartar mi vista de sus hermosas facciones.

—Mucho gusto, princesa, yo soy Grecia Santillán —mi prometida dio un paso al frente e hizo una cordial reverencia—. Espero que haya tenido un trayecto agradable.

Odette asintió de forma efusiva, aunque por un momento me dio impresión de que se sentía muy incómoda en presencia de mi novia.

La intervención de Grecia fue como un cubo de nieve arrojado contra mi espalda. ¿Qué estaba haciendo? Me permití soñar despierto que besaba a otra chica con la mujer con la iba a casarme a lado. Eso era inaceptable. No entendía el efecto tan hipnótico que Odette había tenido en mí, pero debía reprimir lo que sea que fuera eso en el futuro.




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