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Capítulo 2: La otra cara de la moneda

02 |La otra cara de la moneda

Asher.

La velocidad siempre ha sido mi pasión, un impulso que late en lo más profundo de mí ser como si fuera ese motor capaz de mover todo mi cuerpo. Era mi corazón.

Aquel que conseguía mantenerme con vida.

Aquel que me hacía olvidar de todo lo que me rodeaba de un segundo a otro.

Cuando pisaba el acelerador todo desaparecía.

Desde que era un niño me he sentido atraído por la sensación de libertad que se experimenta al deslizarse a toda velocidad por el asfalto de una carretera, el viento acariciando mi rostro de manera feroz, el pulso acelerado cuando la velocidad aumenta y el mundo reducido a una ráfaga de colores borrosos a mi paso. Crecí rodeado de coches, siempre estuve fascinado por la elegancia de sus líneas, los modelos, el rugido de sus motores y la magia de su velocidad. Siempre había soñado con la idea de ser como aquellas personas que veía en la tele durante las carreras. Me había llamado la atención de una manera especial ver cómo es que competían con sus coches y se batían en duelo en medio de una pista mientras todos los miraban expectantes y asombrados.

Siempre supe que mi vocación era esta.

Era mi sueño.

Lo he tenido demasiado claro.

Es algo que se siente por dentro. Algo que se lleva y se nace junto a ello.

Con el tiempo, esa pasión se convirtió en algo más que un simple hobby. Descubrí que la velocidad no solo era una forma de entretenimiento, sino también una filosofía de vida que había adquirido y aprendido al pasar de los años. Una forma de escapar de la realidad para adentrarse en ese mundo propio donde nada más importa. Era capaz de inhibirme de todo cuando me subía al asiento de mi coche. Algo totalmente automático. Un botón justo en mi cerebro que cuando pulsaba, todo desaparecía. Dejaba de pensar y solo comenzaban a actuar mis brazos y piernas como si fuera algo totalmente mecánico de mi cuerpo.

La adrenalina corre por mi sangre.

Es algo que no puedo negar.

Es esa sensación que es capaz de consumirme por dentro, un cosquilleo eléctrico que recorre cada fibra de mi ser de un instante a otro. Es como si mis venas fueran ríos de fuego cada vez que acelero como si mi vida fuera a detenerse en ese instante, ardiendo con una intensidad que es capaz de hacerme vibrar hasta casi explotar. No hay espacio para el miedo. No hay espacio para absolutamente nada. Solo me dejo fluir, y eso me hace sentir que, por un instante, no estoy muerto.

La velocidad me enseñó a vivir en el presente, a concentrarme en el aquí y ahora, dejando atrás las preocupaciones y los miedos para centrarme en un solo objetivo. Ganar. Una oportunidad para poder superarme a mí mismo, para demostrar cuánto verdaderamente es que valgo, para alcanzar nuevas metas y desafiar mis propios límites. Aquellos que siempre intento superar.

Debo admitir que a veces soñaba a lo grande sabiendo que eran cosas complicadas de conseguir.

Pero supongo que casi nada es imposible cuando te lo propones con fuerzas y luchas como si se te fuera a ir la vida en ello para conseguirlo.

Hasta el último de mis alientos es que yo iba a luchar por esto.

Estaba dispuesto a darlo todo.

Siempre anhelé sobresalir en algo, destacar en cualquier cosa por insignificante que fuera. Solo quería que alguien pudiera estar orgulloso de mí. Quería que al menos una persona fuera capaz de sentir que valía para algo más que simplemente existir. Quería dejar de sentirme un inútil. Solo quería demostrarle al mundo de lo que yo era capaz, justo cuando todos me decían lo contrario.

Nunca había destacado en nada en especial, siempre me había sentido apartado del mundo y que no valía para absolutamente nada. Durante mucho tiempo, me sentí como un espectador de mi propia vida, sin un papel definido, sin un propósito claro. Parecía que flotaba en la periferia de la existencia, sin rumbo ni destino que seguir.

Creo que estaba completamente desesperado por recibir al menos un poco de cariño. Solo era un niño que buscaba el afecto y el cariño de aquellas personas a las que supuestamente debía importarles.

Quizás nunca hubo nada de eso.

Ni siquiera existió.

Y me cuestioné demasiadas veces pensando que yo era el culpable de todo.

Todo eso pareció cambiar cuando supe que esto se me daba mucho mejor de lo que pensaba, que tenía una habilidad con la que había nacido.

Había nacido para correr.

Para enfrentarme a la velocidad.

Es ahí cuando comencé a entrenar duro. Quería ser el número uno. Y por primera vez en mi vida, quería poder destacar en algo. Quería sentir algo. Aunque fuera un mísero sentimiento.

Porque ahora, cuando me pongo mi casco y bajo la visera de este no hay nadie que sea capaz de frenarme, siempre estoy dispuesto a hacer todo lo posible con tal de ser el mejor. Aunque tenga que dejarme la piel en ello.

Siempre buscaba la intensidad, el vértigo y la emoción de vivir al límite. Era lo único capaz de llenarme al completo.

Cuando me sumergía en la velocidad, dejaba atrás todos mis problemas. Era como si el mundo se desvaneciera a mí alrededor, dejando solo el rugido del motor y el viento golpeando mi rostro. No importaba lo complicada que fuera mi vida fuera de la carretera, en ese momento todo se desvanecía en el instante en el que la adrenalina me recorría las venas.

En esos momentos, yo era dueño de mi propio destino, libre de tomar cualquier camino que deseara y poder enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en mi vida. No había espacio para el arrepentimiento o la indecisión, solo la pura euforia de estar vivo y en movimiento.

Correr era lo único que me hacía sentir de alguna manera libre.

—¿Has visto las estadísticas de la clasificación?—le digo a Rowan, aquel que se hace llamar mi padre, mientras sujeto el teléfono móvil donde veo todo lo relacionado con el día de hoy.



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En el texto hay: romance, amor, fórmula 1

Editado: 04.04.2025

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