Madison
Ato mi cabello en un moño alto dejando algunos mechones sueltos dándole un aspecto más informal. Me doy una corta mirada frente al espejo y me gusta lo que veo, el conjunto de pollera por encima de las rodillas en color vino tinto y la camisa blanca pegada a mi cuerpo con los zapatos de tacón alto me hacen ver como toda una secretaria, cosa que no soy, pero es lo que hay. O trabajo para ese hombre o termino en la casa de mis padres a los cuales amo, pero son más tóxicos que Chernóbil.
Cuento hasta un millón antes de tomar mi bolso de mano, saco negro que me cubrirá del frío y mi móvil, el cual es mi vida, no puedo vivir sin este tonto aparato electrónico. Salgo del dormitorio y camino por el corto pasillo que me deja en el comedor. El departamento es pequeño y lejos del bufete de abogados de Donato, tengo casi una hora de viaje en transporte público, sin embargo es lo que puedo pagar. Tampoco es que me disguste, tengo todo lo que necesito, no soy de muchos lujos.
Pude haber aceptado el que Francesco y Kendra me ofrecieron, estoy muy agradecida con ellos, pero no me agrada deber favores, no es que esté en la calle y no tenga donde dormir, si puedo pagarme mi hogar lo haré, el día que no vuelvo con mis padres y listo, sin embargo vivir de la caridad de mis amigos no es lo mío.
Me sirvo del café que me preparé en mi vaso térmico y me dispongo a salir a mi primer día como secretaria de Donato Greco, el hombre más temido en los tribunales, hijo prodigó del inigualable juez Greco, hombres de leyes. La constitución la consideran la biblia y si en ella dice que debes cumplir la ley lo harás o estos te lo cobraran caro.
Suenas como una acosadora. Mi conciencia hace acto de presencia y solo lo hace para molestar.
La ignoro como siempre y me dispongo a marcharme del departamento para ir a la empresa, no quiero llegar tarde el primer día. Tengo entendido que Donato es un obseso del trabajo y empezar con un regaño no es la mejor forma de tener el primer día. Sin contar que entre él y yo hubo algo hace casi un año y ya será incómodo tener que compartir ocho horas diarias como para también tener que estar discutiendo constantemente.
—Todavía no sé cómo es que acepte esto. —murmuro entrando en la caja metálica. —No puedes trabajar con tu ex, Madi, no puedes. —me regaño a mí misma en tono alto.
El que me escuche dirá que estoy loca por hablar sola. No hace falta que te oigan para darse cuenta de que tienes un par de patos fuera de fila. Mi conciencia se mofa de mí. Vuelvo a negar por lo entrometida que resulta ser.
Suelto un suspiro pesado saliendo del ascensor pensando seriamente en no ir. Por más que él sea un ex de una noche, una de las mejores de mi vida, no se debe mezclar trabajo con placer, está mal, tarde o temprano, me traerá problemas mantenerme cerca de Donato.
¿Por qué?, tú sigue rechazándolo como ese día y nada perderás. Viro mis ojos ante lo que mi conciencia me dice. Como si fuese tan fácil hacerlo, ¿Quién es su sano juicio le dice que no a Donato Greco? Tú, lo hiciste ¿O no lo recuerdas? Sí, pero una vez, dos no sé si sea capaz. Ya deja de reflexionar en el hombre y dedícate a trabajar, total ahora tiene un hijo y seguro se case con la madre de este. Viro los ojos por la batalla mental que tengo a diario, aunque debo darle algo de razón. Tiene un hijo y seguro desea darle una familia al pequeño Valentino.
Ese niño parece tener miedo a todo, sus ojos tristes, sus manos inquietas y la forma susurrante en la que habla deja ver un gran problema. No sé qué clase de vida ha tenido o el porqué de su actuar, pero buena no ha sido, un pequeño de apenas seis años debe ser alegre, travieso y curioso, cosa que Valentino no es.
Salgo de mis cavilaciones para tomar el primer autobús que pasa, el frío congela mis huesos y mi cabello intenta desordenarse por el viento y agradezco tenerlo atado o parecería una bruja. Después de cuarenta y cinco minutos llego al enorme edificio donde ejerce el bufete de abogados Greco, el más importante del país.
Al parecer aquí llegan todos puntuales o tarde, pero ninguno antes, ya que me veo sola con el guardia de seguridad. Paso cinco minutos diciéndole quien soy y él explicándome que debo hacer, pasar por recursos humanos a rellenar mi planilla y demás papeles. Le doy un agradecimiento corto y me alejo del hombre mayor.
Unos minutos eternos donde una mujer de malos modos me hace firmar cientos de papeles que ni me tomo la molestia en leer. Me dice que seré la secretaria de Greco por poco tiempo, nadie dura con ese hombre y eso ya lo sé, la fama de Donato traspasa el continente y espero soportar lo suficiente como ahorrar y conseguir un mejor empleo o quien dice ponerme mi propio consultorio. Le agradezco con una sonrisa falsa que no le pasa desapercibida y me marcho moviendo mis caderas únicamente para molestarla, al parecer le enfurece la carne joven.
Vengo muy divertida caminando sin mirar en un punto fijo, tan distraída que no noto que alguien se atraviesa en mi camino, choco bruscamente con este rebotando en su pecho y si no fuese por sus manos en mi cintura mi caída estaría catalogada como la más tonta del siglo. Cierro los ojos inhalando el aroma a tabaco y café que desprende él sujete en cuestión, puedo oír como su hecho se agita al tenerme cerca y no hace falta que abra mis ojos para saber quién es mi salvador.
—Donato. —musito levantando la cabeza en su dirección, debo hacerlo mucho, puesto que la diferencia de altura es abismal. Sus labios quedan a escasos centímetros de los míos. —Gracias, pero ¿Podrías soltarme? —hablo queriendo alejarme de él.
—Podría, la pregunta es ¿Quiero hacerlo? —me regala una de esas sonrisas que ponen a cualquier mujer a temblar y desgraciadamente no soy la excepción.
—Hará que me arrepienta de haber aceptado, señor Greco. —gruño molesta.