Mi Pequeña Adicción

Dulces sueños

Donato

Me observo en el espejo del baño de mi departamento y lo único que aprecio es un hombre cansado. No puedo dormir de noche, las horas se me hacen eternas en la cama, únicamente pienso en Valentino, mi pequeño hijo de seis años se encuentra asustado de todo y estoy creyendo seriamente que necesita atención médica, no puede seguir con miedo, no es vida, ni para él, ni para mí que me tiene en vilo su actitud.

Niego viendo el reloj de mi muñeca, llegaré tarde a la empresa, pero será por una buena causa, llevaré a su primer día de escuela a Valentino. Me dijo que iba seguido, que Bianca no lo dejaba faltar ni porque estuviese enfermo y sé que no lo hace por buena madre, que se preocupa por la educación de su hijo, sino que así ella está tranquila sin tener que aguantarlo y eso me molesta.

Organice mi mañana para estar al cien por ciento dispuesto para Valen, bueno en realidad fue esa insoportable mujer que es mi secretaria, la cual me odia. Tiene sus motivos para hacerlo, la engañe y me aproveche de la confianza que hay entre nosotros para conseguir que trabaje para mí sin que pueda renunciar. 

Fui un bastardo, sin embargo si no hacía eso ella renunciaría el primer día. Su carácter es malo, es inestable y muy histérica. Madison no soporta que le lleven la contraria, no le agradan ni los cumplidos, todo es complicado con ella y a mí me gusta lo versátil que es.

Lo que realmente te gusta es él desafió que representa en tu vida. No aceptas que te haya negado una cita. Pisoteo tu ego como si fueses un asqueroso bicho. Mi conciencia me recuerda lo que la señorita Chambers hizo conmigo hace casi un año.

En parte es cierto, pero no puedo negar que la morena es una encantadora mujer con un carácter especial, no obstante su tozudez en cuanto a una cita me desequilibró. Jamás estuve interesado en repetir con una mujer y cuando por fin mi día llega ella se da el lujo de rechazarme.

—Señor. —la voz de Valentino me trae de vuelta. —Ya estoy listo. —me giro de golpe extrañado por lo que me dice.

Su uniforme nuevo se encuentra perfectamente puesto, hasta sus tenis de color negro están atados y me sorprende que un pequeño pueda hacer todo este tipo de cosas solo sin la ayuda de un adulto.

»No pude con mi cabello —baja rápidamente su cabecita. —Pero si me lave los dientes, señor. Lo siento. —murmura nervioso.

—Tranquilo, hijo. —me acerco a él y me arrodillo a sus pies. —Yo me ocuparé de ti, no necesitas hacerlo tú, si te gusta bien y si no me dices y lo hago yo ¿Entiendes? —asiente lentamente. —Otra cosa Valen. —le doy una suave caricia a su rostro. —Es difícil que me digas papá de la mañana a la noche y lo comprendo, pero deja de decirme señor, puedes llamarme por mi nombre ¿Comprendes?

—Bueno, Donato. —una sonrisa tira de mis labios.

—Ven, vamos a terminar de alistarte y te llevaré a la escuela, así después voy a trabajar. —me pongo de pie y comienzo a peinarlo. 

—¿La señorita Madison es tu secretaria? 

—Sí, ¿Te agrada? —sus mejillas se tiñen de rojo. —¿Es bonita, no?

—Algo, pero dice que el monstruo que está debajo de mi cama vendrá por mí si le digo señora. —viro mis ojos y niego por las ocurrencias de Madison.

—Le gusta bromear. —intento justificar a esa loca mujer. —Ya estás, Valen. —lo miro por el reflejo del espejo y no porque sea mi hijo, pero es muy apuesto. —¿Listo? —asiente con una tímida sonrisa en sus labios.

Después de una agitada mañana donde gaste una fortuna para que aceptaran a Valentino en el colegio, puesto que no tengo ninguna documentación del antiguo establecimiento al que asistía, gracias a que Bianca no me dio nada más que la identificación de este. Costo, pero convencí a la directora de que lo aceptará con la promesa de que le daría los demás papeles que faltan.

Llego al bufete encontrando todo en armonía, y es tan extraño no ser bombardeado por la mujer de recepción diciendo que miles de clientes me han llamado, me parece anormal el orden que hay hasta que recuerdo que Madison en la semana que lleva trabajando aquí hace un trabajo extremadamente perfecto. Es una obsesa del orden, todo es calculado por ella.

La alabas demasiado. Mi conciencia aparece molestándome.

Salgo del ascensor ignorándola y encontrándome a Madi con la cabeza puesta en unos papeles. Sus cabellos están sueltos cubriendo la mayor parte de su rostro, los anteojos de lectura le dan un toque más profesional y ese conjunto de pollera y saco en color azul rey la vuelven una morena irresistible. Una corriente eléctrica me atraviesa por quedarme viéndola más de la cuenta.

—¿Se quedará por mucho tiempo más admirándome, señor Greco? —levanta un poco la cabeza viéndome a través de las gafas.

Carraspeo incómodo y doy unos pasos en su dirección.

—Controlaba que hiciera un buen trabajo, señorita Chambers. —me parece una estupidez tener que llamarnos por nuestros apellidos después de lo que vivimos.

—Claro y yo soy la Mona Lisa. —baja de nuevo la cabeza ignorando por completo mi presencia.

—¿Dónde está mi café? —pregunto mordaz.

—¿En la cafetería? —vuelve a mirarme quitándose las gafas esta vez y dejando que aprecie sus ojos oscuros. —Capaz en la cocina, realmente no sé, no me pagan por cuidar un café. —vive soltando bromas que carecen de gracia. —Ahora si desea que haga le haga uno para que luego le dé la agenda del día, puedo hacerlo, pero debe decir las palabras mágicas. —se pone de pie y con unos enormes tacones me llega a la mitad del pecho.

Una mujer tan diminuta te ha dado más dolores de cabeza que Valentino. Entre mi conciencia y Madison me volverán locos.

—¿Cuáles son? —apoyo el maletín sobre su escritorio esperando que suelte cualquier cosa.

—Las que enseñan en el colegio, pero usted es muy egocéntrico para soltarlas. —arrugo el ceño sin entender a que hace referencia. —"Por favor" —hace comillas con sus dedos.




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