Mi Pequeña Adicción

Confundir

Madison

—¿Hizo qué? —Kendra pregunta por décima vez.

—Ya te lo dije todo, no volveré a repetirlo. —me cruzo de brazos. —Por más que te cuente la historia unas mil veces no cambiará lo que hizo. —de solo recordar lo cretino que es me da una rabia que no puedo controlar.

—Hablaré con Francesco, así...

—No, no lo harás. Deja que todo se quede como esta. —tengo tantas ideas en mi cabeza que no sé con cuál empezar. —Pagará por lo que hace, le demostraré que tan eficiente puedo ser en la oficina. —Kendra deja a Fiamma en su coche.

—Madison, te amo, eres esa hermana que no tengo, sin embargo tus juegos, bromas y maldades siempre son extremistas. —me encojo de hombros. —Puedes matarlo, casi lo logramos con Francesco ¿Recuerdas?

—Sí, y fue poco después de todo lo que te hizo. —gruño memorizando como la trataba en un principio.

—Madison lo drogaste, secuestraste a su hijo, te hiciste pasar por una abogada del bufete, has mentido, engañado y vaya a saber tu conciencia que más.

Dile que a mí no me meta. La loca e imprudente eres tú. Gruñe la susodicha.

—Lo hice descansar, no duerme bien en las noches por la llegada de Valentino y el destino incierto que este representa. No secuestre al niño, su abuela llego y lo retiro bajo su nombre y me lo lleve a la empresa con su autorización. Nunca dije que fuese abogada, solo di mi nombre y le hice unas preguntas de rutina. —enumero con mis dedos defendiendo mi punto. —No mentí, nunca lo hago y jamás engaño, pero Donato no puede decir lo mismo. —dejo la taza de café sobra la mesa y miro mi celular para cerciorarme de la hora.

—No debiste estudiar psicología, como abogada te haces millonaria. —suelta con burla. —¿Te vas? —indaga cuando me pongo de pie.

—Sí, además de que ese cretino me tiene como su secretaria, también soy la psicóloga de Valentino. —sus ojos se abren como par.

—Pensé que no podías por el vínculo que te une a Donato. —parpadeo confundida. Mi mente me juega una mala pasada y en un segundo caigo en lo que dice Kendra.

—No, no puedo. En realidad no es ético, ya que soy su secretaria. —recalco la última palabra más para mí que para ella. —Valentino me agrada. —mi amiga parpadea rápidamente.

—¿Cómo?, ¿Un niño es de tu agrado? —asiento ganándome su sorpresa. —Estoy impactada, muy impresionada, anonadad, es más...

—Ya, ya entendí. Deja de burlarte. —la corto molesta. —Mejor me voy o llegaré tarde a mi cita con Valentino. —me despido de ella dándole un beso en la mejilla y uno a cada uno de mis sobrinos.

Salgo de la casa de mi amiga con rumbo al departamento de Donato, no será la primera vez que esté ahí. Cuando lo hice fue de noche y sinceramente no depare en como vive, estaba muy entretenida aprendiendo anatomía humana y le doy un diez al profesor, espero que él me dé igual.

¿Desde cuándo te preocupa cuanto te dé un hombre? La pregunta de mi conciencia me hace notar que le doy demasiada importancia a Donato.

Mejor me concentro en atender a su hijo, ser una mala secretaria para luego irme de su bufete y olvidarme de su patética existencia. Media hora después ya estoy parada frente al edificio donde vive esperando a que me habrá, dijo que baja a abrirme, no entiendo por qué no puedo subir yo sola, ni que fuera tonta.

Veo un hombre venir por el pasillo del edificio y por la altura y contextura física, creo que es Donato, me acerco a la entrada y cuando la puerta es abierta me quedo perpleja en mi lugar. El sujeto frente a mí es un Dios griego, no puedo mentirme a mi misma. Su altura dobla la mía, de hombros anchos, cabellos rubios, ojos negros como la oscuridad y un perfil tallado a mano, todo lo que un doctor recomienda. Agradezco no soltar un diccionario de insultos en contra del hombre que me observa sorprendido.

—¿Usted? —suelta disgustado.

—También es un gusto verlo, doctor. —nunca puedo dejar de ser sarcástica.

—Para mí no, señora. —se le forma una sonrisa en los labios que me da gana de borrársela a golpes. —¿Cómo se encuentra su amiga?

—Está casada y con dos hijos. —le recuerdo.

—Lo sé, señora, no hay necesidad de recordármelo. Pregunte por simple cortesía. —asiento sin saber qué decir. El sujeto me cae mal, en pocas palabras me llamo histérica ese día en el hospital. —¿Va a entrar? —niego, ya que si lo hago Donato es capaz de acusarme de allanamiento de morada.

—No, estoy esperando a mi jefe. —enarca una de sus perfectas cejas rubias.

—¿Un domingo? —mis mejillas se tiñen de rojo por lo que da a entender. —Lo siento, no fue mi intención ofenderla, señora. —vuelve a decirme de esa forma logrando que enfurezca.

—¿Por qué me dice "señora"?, no estoy casada, ni tengo hijos. —gruño sin paciencia.

En ese momento, en el que el doctorcito de cuarta está por responderme, Donato aparece con el ceño arrugado, observándome algo molesto. Se planta detrás del hombre que me cae como patada de burro. La altura de los dos es abismal, a mi lado hasta un banco de cocina es alto. Mi jefe está por saludar hasta que el doctorcito habla dejándome en shock.

—Pensé que era casada, pero es bueno saber que no. —me da una sonrisa coqueta. —Parisi Piero —estira su mano en mi dirección. —¿Su nombre? —miro por encima de su hombro y al ver el rostro enrojecido de Donato una idea cruza mi malvada mente.

—Madison Chambers, doctor. —tomo su mano y el calor que esta desprende envuelve la mía.

—Solo llámame por mi nombre, Madi. —no es tan idiota como creía.

Que rápido cambias de opinión. Farfulla mi conciencia.

—De acuerdo, Piero. —me suelto de su agarre mientras sus dedos acarician mi piel.

—¿Interrumpo? —ruge Donato.

Piero se gira bruscamente en dirección a mi jefe, lo escanea de pies a cabeza y después me da una corta mirada, sonrie de lado y niega.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.