Madison
Detengo mi andar frente al edificio donde vivo, no quiero entrar a mi departamento y perderme en mis pensamientos, ya que estos me están torturando por ser una estúpida y meterme donde no me llaman. Donato tiene razón en hacerme callar, ¿cómo puedo decidir qué hacer o no con Valentino?, el pequeño no es mi hijo y no tengo derecho en opinar.
No estoy enojada con mi jefe, es un cretino sí, pero no significa que tengo razón y que puedo hacer lo que quiera con Valentino. Por eso es que no quería estar cerca del demonio, puesto que iba a haber confusión y la más confundida fui yo.
Niego viendo el café que está junto a mi edificio, tomar un café es la mejor opción por lo menos me mantendré distraída y no estaré pensando en lo estúpida que me veo. Limpió un par de lágrimas que resbalan por mis mejillas, unas que se salen sin permiso. No entiendo bien por qué estoy triste, no sé si es porque no pude cumplirle a Valentino o la actitud de Donato.
Ambas, las dos cosas te afectan. Tu sola te buscas dramas innecesarios. Gruñe mi conciencia.
Ni ella me deja tranquila. Suelto un bufido y camino a la pequeña cafetería que parece un tanto acogedor, no soy de cafés, ya que no me puedo dar ese lujo. Lo tengo que hacer o mis pensamientos me atormentarán y lo único que deseo es dejar de reflexionar en Valentino y sus ojos tristes por no poder estar conmigo hoy.
Entro al lugar y como lo vi por fuera es muy cálido y tranquilo, algo que necesito. Quiero entenderme y entender lo que estoy haciendo. No es normal que yo me deje besar por un hombre con el que ya estuve una vez, me encariñe con un niño y llorar dolida por las palabras de alguien que no tiene que significar nada en mi vida.
—Señorita, ¿qué va a llevar? —una mujer de mi edad se me acerca apenas tomo asiento en la mesa que da a la calle.
—Un café y una galleta. —soy simple y económica. No puedo más que eso.
—Está bien. —la mujer me da una sonrisa y se aleja rápidamente.
Apoyo mis manos sobre la mesa y juego con una servilleta, al tiempo que observo por la ventana los automóviles, ir y venir a gran velocidad, como si la vida los corriera. El ser humano siempre está apurado, se le hace tarde, no llega a tiempo y me pregunto ¿Qué nos tiene al borde del colapso?, ¿Qué es más importante que deteneros un segundo y disfrutar del momento que nos regala la vida?
Cuanto drama porque tu jefe te puso en tu lugar, querida. Mi conciencia se burla de mí.
Le doy la razón, estoy haciendo un drama de una estupidez. Esta no soy yo, los días de llorar por un hombre que no me quería quedaron atrás. Prometí que ningún tipejo me haría derramar una lágrima más y lo he cumplido hasta que cierto idiota con un hijo hermoso se atravesó en mi camino.
Me distraigo de la ventana de la cafetería para fijar mis ojos en la mujer que trae mi café, pero por venir distraída casi y me tira la bebida caliente sobre mi cuerpo. Sus mejillas se tiñen de rojo, no sé si es por el casi accidente o por lo que observa embobada. Miro en la misma dirección que ella con extrema curiosidad, ya que el chisme es vida y no puedo perdérmelo.
La sonrisa divertida que tengo en mis labios por mis pensamientos, se borra al ver al hombre que entra arrasando con todas las miradas que hay en el lugar, se roba la atención de hombres y mujeres, estás últimas lo desnudan con la mirada. Ese sujeto camina en mi dirección con sus ojos puestos sobre los míos y me gano el odio da varias jóvenes.
—Madi, ¿cómo estás? —pregunta plantándose frente a mí. —¿Puedo? —hace una seña a la silla vacía frente a mí. —¿Me traes un café y dos porciones de tarta de chocolate? —la mujer que casi me tira el café asiente sin decir una sola palabra.
Piero se sienta como si fuésemos dos grandes amigos, me sonríe coqueto y divertido.
—Sí, toma asiento, pide café y comamos pastel. —farfullo siendo una gruñona.
—Gracias. —me da una respuesta burlona. —Dime, ¿qué haces aquí sola y llorando? —pregunta al tiempo que recibe el pedido.
Parpadeo confundida y algo incómoda por su pregunta, cercanía y mirada inquisitiva. No sé qué responderle, no hay una palabra que salga de mis labios. Estoy por preguntar que hace aquí y porque dice que estoy triste cuando su mano se levanta en el aire, se acerca lentamente a mí, esperando a que lo rechace, cosa que no puedo hacer por el asombro que tengo y del cual no puedo salir, la posa sobre mi mejilla y limpia el resto de una lágrima que al parecer quedo y no note.
Reacciona, mujer. Gruñe mi conciencia.
—¿Qué haces? —pego mi espalda al respaldar de la silla asustada por su contacto.
—Limpio la prueba de tu tristeza. —me da una sonrisa más.
Me acerca uno de los platos donde una esponjosa y rica porción de tarta de chocolate se encuentra esperando para que le clave mis dientes.
»¿No comerás? —traga uno de los pedazos y toma de su café. —Sabe muy bien, Madi. —pronuncia mi nombre de forma ronca.
—¿Qué haces aquí? —indago sin aceptar la tarta.
Enarca una de sus cejas, y vuelve a empujar el plato en mi dirección. Me da una mirada de advertencia que no hace mella en mí, pero él cree que sí, es mejor sacarlo de su error.
»Ni mi madre me obliga a comer. —le doy un mordisco a la galleta que me pedí.
—Hay niños que no ven una porción de pastel en su vida y tú te das el lujo de rechazarla. —murmura molesto, pero no por lo que sus labios dicen, sino por no conseguir lo que desea.
—Piero, deja el drama y dime que haces aquí. —lo escaneo encontrándolo con ropa deportiva.
—Salgo a correr cuando estoy en Italia, me gusta disfrutar del aire fresco y recorrer cada centímetro que pueda de mi país. —me explica tomando más café. —¿Tanto te molesta mi presencia? —indaga con voz pasiva.
—Me jode que te sientes sin invitación y quieras que coma porque tú tienes ganas. —refuto terminándome la galleta.