Capitulo Uno.
Querido Gael.
¿Te has preguntado cuánto significa llegar a casa después de un arduo día y saber que ahí estarán esperándote tus seres queridos?
Me es imposible escribirte una carta sin que las lágrimas empañen mis ojos y mis manos tiemblen al hacer contacto con el bolígrafo, así que tuve que redactar este escrito en la computadora para que quede guardado para siempre todo lo que te quiero decir.
Querido Gael...
Si hubiera sabido que esa tarde sería la última vez que te iba a ver, jamás hubiera dejado que salieras de la casa y que el orgullo me cegara, aun cuando no teníamos una buena relación entre hermanos.
Pensar que aparentabas ser brillante y feliz, que amabas la profesión para la que estabas estudiando, que te reprimías porque mi padre te forzaba a que le dediques una sonrisa a los medios y que te despediste de tu familia como cualquier día con la diferencia de que ya no ibas a volver nunca más, es lo que hace que la culpa me atormente por no haber hecho nada para impedir que vieras al suicidio como un escape ante la miserable vida que te estaba carcomiendo.
Desde entonces, tu fantasma me sigue a todos los lugares que voy, dejando mis anhelos e ilusiones completamente destruidos.
Extraño el sentido que le diste a las cosas; como declamabas los poemas en voz alta, el ruido que hacías con el teclado cuando te sentabas a la misma hora de siempre a escribir, y lo bien que se te daba tocar el piano. Créeme que he tratado de hacer algo que esté fuera de mi rutina para mantener mi mente ocupada; aún así, un horrible bucle me atrapa y me lleva de vuelta al día en el que caí deshecha por tu partida.
Aun cuando han pasado dos años desde que ya no estás con nosotros, las cosas siguen siendo las mismas: Soy la culpable de que en la familia nadie pueda lidiar con sus frustraciones y fracasos. Mi padre solo me hace sentir como una hija que lo ata de por vida a una mujer que nunca ha podido amar, mientras mi madre solo me reprocha que yo le eché a perder su juventud.
Nadie habla a la hora del almuerzo, mi papá se encierra en su despacho en la noche y se levanta temprano para ir a trabajar al hospital. El estado de salud de mi mamá va de mal en peor; ya no come, ni tampoco descansa lo suficiente. El doctor le detectó un cuadro severo de ansiedad y depresión, razón por la que depende de mí y de los horarios estrictos para tomar sus medicamentos. Tengo que cuidar demasiado de ella si es que no quiero que se convierta en un peligro.
Mi tía Chelsea está mal de dinero. Desde que se quedó completamente sola tras perder a su hija y a su esposo en un accidente automovilístico, su situación económica se fue a la quiebra.
Papá aceptó la propuesta que le hizo mi tía de compartir la herencia que les dejó mi abuela a mi tía y a mi mamá: La casa de Beverly Hills, California, donde mi abuelita Kath vivió una temporada. Por eso, y porque le hicieron una propuesta de trabajar en otro hospital, papá vendió la vieja casa de Lindsay, California y nos mudamos para vivir con mi tía en Los Ángeles, la ciudad más grande y poblada de California.
La compañía de mi tía Chelsea me hace muy bien. El hecho de que viva con dos señores que se supone que son mis padres biológicos no quita que a veces mi corazón sienta un profundo vacío.
Si hubo algo que mi tía y yo aprendimos en estos años es que más allá de tenernos la una a la otra pese al luto que le guardamos a nuestros difuntos allegados, cuando la familia se interpone en nuestros planes, nosotras siempre tendríamos un plan de emergencia para acatar a escondidas. Asimismo, si mis padres guardan secretos perversos y nos obligan a callar, nosotras contamos con un cofre escondido bajo llave, que sepulta nuestros secretos y acoge nuestras emociones.
El cariño y la paciencia que ella me ha tenido me ha hecho comprender que no necesito otro consejo, otro abrazo ni a otra persona en el mundo más que a mi tía; la mujer a la que siempre vi como mi madre a pesar de que jamás me tuvo dentro de su vientre, pero que esperó ansiosa durante nueve meses por mi llegada.
No sé qué más decirte. Es la una de la mañana, la canción Teenage Dream de Olivia Rodrigo se reproduce por séptima vez y me duelen los ojos de tanto ver el computador. Nada de lo que te he escrito me hace sentir mejor; es más, ahora me siento más impotente que antes.
Solía pensar que el tiempo lo cura todo. Los días transcurrieron, tantos meses malgastados y los años que se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos, mientras seguía extraviada y desorientada, creyendo de manera ingenua que el tiempo pondría las cosas en su lugar, sin preguntarme... ¿Qué pasaría si el tiempo se encarga de arreglarlo todo, pero ya no es capaz de remediarse a sí mismo?
Mi vida quedó atrapada en un bucle temporal cuando te guiste. Al principio estaba desesperada buscando un camino o intentando descifrar un mensaje que me ayudara a romper esa paradoja extraña que distorsionaba el espacio y el tiempo. No tardé mucho en entender que desde el momento en el que fui aprisionada en ese mundo alterno, mi vida ya estaba destinada a ser la misma cada día. Frívola, aburrida y misteriosa.
Así fue, hasta que Daryl Clifford y sus amigos se tomaron el atrevimiento de romper el bucle, de modo que mi vida se empezó a definir cada día por nuevos y distintos significados.
No será la primera ni la última carta que te escriba. Pero la próxima vez, cuando necesite hablar contigo, te prometo que tomaré un taxi a Lindsay, California para visitar tu hogar. No importa en donde esté o la hora que sea, volveré por ti aunque mis padres y el mundo entero se opongan.
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Editado: 28.01.2024