Realmente le parecía una falta de respeto el que no se le informase este tipo de cosas.
Ella entiende perfectamente que su posición como mujer y segunda hija no es opinando en tales asuntos, sin embargo, nada dice que no deba saberlos. Y menos cuando confieren directamente a la familia; no a los asuntos de la familia, a la familia.
—Llegaron esta mañana, mi Lady— Galy, fiel a su lado como toda la vida, inventaba las más pobres excusas para su traidora familia.
—Tiempo suficiente para informarme— le replicó Lorena, sin aminorar su paso.
Habían llegado poco después del alba. Junto con una escuadra de soldados, quince personas y cinco carruajes cargados a su máxima capacidad de oro, joyas y metales. ¿Con qué propósito? Eso era lo que no sabía.
¿De nuevo mandaban a pedir ayuda los del Occidente? Bufó. El Altísimo Rey y los otros Reyes de las regiones ya habían dicho tres veces que ellos no se entrometerían en su guerra. ¿Acaso no entendían? Bueno, había que admitir que se esforzaron esta vez, ¡mandaron hasta sus preciados metales! Uno no manda su materia más preciada a nadie a menos a que se trate de pedir apoyo militar o de pedir la mano de alguien…
No.
¿Era una corte de cortejo?
No tuvo oportunidad de preguntar y escuchar nada, pero sí que pudo ver que el escudo en los carruajes y las armaduras de los soldados no pertenecen al reino. Por lo menos no del Valle. Pues ella se codea con todas las familias del Valle y, en su vida había visto en persona o en libros el escudo de un águila dorada. Si acaso el colibrí dorado de los Castañeda, pero era imposible confundir a las aves. Tanto en la realidad, como en los escudos, pues los Castañeda adornaban su colibrí con incrustaciones de piedras del arcoiris y perlas naranjas, y la familia cuyo nombre desconocía tenía su simplona águila de bronce con una única plaetonia incrustada en el ojo.
No era una familia que reconociera, pero si su padre no lo había mandado por donde vino aún, debía de tener su importancia. Razón de más para preocuparse y ofenderse. Si era una corte de cortejo y no se le había rechazado, significa que, o su hermano o ella estaban apunto de perder su libertad.
El incómodo pensamiento la impulsó a caminar más rápido. Tocó con fuerzas la puerta del despacho de su padre en cuanto la tuvo enfrente. El señor mayordomo abrió y la miró sorprendido, ella le dio las gracias y pasó por su costado. Su padre, su madre y Lyam estaban ahí, rodeando la mesa y discutiendo acaloradamente de algo.
—¡Ahora estamos completos!— exclamó, sabiendo perfectamente qué ese arrebato de imprudencia ya no le sería perdonado tan fácilmente pues era toda una mujer ahora.
Su madre la miró, pero en sus ojos no había rastro alguno de queja, en realidad, se veía preocupada. Mucho.
—Lore… mi pequeña.
Y entonces Lore también se preocupó.
—¿Qué sucede? —preguntó, llegando hasta su madre y sosteniendo sus manos, algo temblorosas.
—Ven, hija mía, siéntate con nosotros— dijo su señor padre girándose sobre su silla para darle la cara—. Ha llegado una corte y un edicto real.
Lorena obedeció velozmente.
— ¿Siempre si vamos a participar en la guerra?— preguntó, asustada por lo que aquella posibilidad significaba.
—Ojalá fuera eso— murmuró su hermano, en un tono demasiado bajo, como si no quisiera que ella lo oyese; pero Lorena sí escuchó.
Miró a Lyam con ojos perdidos. ¿Había algo peor que el hecho de que padre y él fueran a la guerra? A ella le parecía que no.
—No, querida—la cortó su padre, antes de poder cuestionar nada a su hermano—. Este edicto es para ordenar un matrimonio. Nos informan del compromiso entre el Archiduque Van Eck y la muy radiante y bella hija de la casa Vandeleur.
Lorena comprendió que no podía tratarse de nadie más que de ella.
— ¿El Rey?—Lorena no lo creía, no sabía qué pensar—. ¿Rey Freddick?
—No, cariño, esta orden viene del Altísimo Rey de Adamas.
—Pero… él Altísimo rey ni siquiera me conoce. Nunca he salido del Valle.
Lorena tenía apenas dos años de haber florecido, no había cumplido la mayoría de edad y por lo tanto no había sido presentada ante la sociedad, ni ofrecida en el mercado matrimonial. Hasta donde ella sabía, su padre no tenía intenciones de casarla pronto, ¿por qué el Rey al que nunca había visto sí tenía esos planes?
—La niña tiene razón, mi señor—interrumpió su madre—, ¿no te parece sospechoso que pidan a una niña que no han visto?
—Siempre podemos hacernos locos y decir que en la casa Vandeleur no hay ninguna radiante y bella hija— habló Lyam—. No estaríamos mintiendo, después de todo, solo tenemos a Lorena y ella es Lorena, no hay más.
—Eres detestable— le reprochó sin estar verdaderamente ofendida, ella podía ver en los ojos miel de su hermano, que eran idénticos a los suyos, que solo quería alegrar un poco la situación.
Pero eso era imposible. Lorena podría ser joven, pero había recibido una buena instrucción, y entendía que esto no era algo que pudieran mejorar. Si el Rey lo había ordenado, se tenía que cumplir. Sin embargo, podría no ser tan malo también.
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Editado: 25.12.2024