Valentina
Habían pasado siete meses desde aquel día mágico en el que Fernando y yo nos casamos en medio de la campiña italiana, con solo nuestros pequeños como testigos. Desde entonces, nuestra vida en Italia había sido todo lo que siempre soñamos: tranquila, llena de amor, y con cada día marcando un nuevo capítulo en nuestra historia. Nuestros bebés, Sofia y Alejandro, ya tenían ocho meses y se habían convertido en el centro de nuestro universo, llenando la casa de risas y pequeñas aventuras.
Las mañanas en nuestra villa eran mis favoritas. Me despertaba al lado de Fernando, y juntos escuchábamos los balbuceos de los bebés que se despertaban en su habitación, como si nos llamaran para comenzar el día. Sus risitas y sus primeros intentos de palabras llenaban la casa de una alegría indescriptible.
Esta mañana, como tantas otras, entramos a su habitación juntos, y verlos a los dos en sus cunas, mirándonos con esos ojos grandes y curiosos, me hacía sentir una paz y una felicidad inmensa. Sofia había comenzado a gatear hace unas semanas, y Alejandro no tardó en seguirla; cada vez que lograban moverse solos, sus caritas se iluminaban de emoción. Eran tan curiosos, tan llenos de vida, y ver sus personalidades desarrollarse me hacía sentirme la mujer más afortunada.
—Buenos días, mis amores —les dije suavemente mientras levantaba a Sofia, quien me sonrió con esos ojitos chispeantes que heredó de Fernando.
Fernando hizo lo mismo con Alejandro, y nuestro hijo le tocó la cara, balbuceando como si intentara hablarle.
—¿Te das cuenta de lo rápido que crecen? —dijo Fernando, mirándome con una mezcla de asombro y cariño—. Hace nada eran tan pequeños, y ahora… míralos. Ya casi empiezan a hablarnos.
Sonreí, asintiendo mientras acariciaba la cabecita de Sofia.
—Sí, están creciendo tan rápido… A veces desearía que el tiempo se detuviera, solo para poder disfrutar de cada momento un poco más. Pero estoy tan agradecida de tener esta vida contigo y verlos crecer juntos.
Fernando me rodeó con un brazo mientras sosteníamos a nuestros hijos, y en ese instante, supe que no había nada que quisiera cambiar. Nuestra vida en Italia era más de lo que alguna vez había soñado, y cada día con nuestra pequeña familia era un regalo que apreciaba con todo mi ser.
Con Sofia y Alejandro en brazos, Fernando y yo bajamos juntos hacia el comedor, donde ya nos esperaba un desayuno sencillo y delicioso. Desde que habíamos llegado a Italia, las mañanas se habían convertido en nuestro momento favorito: rodeados del sol suave, las risas de nuestros hijos, y el sabor del café recién hecho.
Acomodamos a los bebés en sus sillitas y les dimos pequeñas porciones de frutas que comenzaban a probar con curiosidad y alegría, mientras nosotros disfrutábamos de un desayuno tranquilo. Era un momento de paz, en el que parecía que el resto del mundo no existía, solo nosotros cuatro, juntos.
Pero, en medio del desayuno, escuchamos el sonido de un auto llegando a la villa. Me giré hacia Fernando, y él me miró con curiosidad. No esperábamos visitas, pero cuando miré hacia la puerta, reconocí de inmediato a la figura que entraba.
—¡Demian! —exclamé, sorprendida y feliz al verlo.
Demian, siempre con esa sonrisa confiada, caminó hacia nosotros con los brazos abiertos, y junto a él estaba una joven mujer de aspecto amable y mirada cálida. Me levanté para saludarlo, y él me abrazó con la misma lealtad y afecto que siempre había mostrado.
—Valentina, Fernando, espero que no sea una sorpresa demasiado grande —dijo con una sonrisa, mientras hacía una seña hacia su acompañante—. Esta es Lucía, mi novia. Quería presentársela y aprovechar para ver a mis sobrinos.
Fernando se levantó para estrechar la mano de Demian y luego saludó a Lucía con cortesía, mientras yo le daba la bienvenida con una sonrisa.
—Es un placer conocerte, Lucía —le dije, observando cómo sonreía al mirar a los bebés, que parecían tan intrigados por los nuevos rostros—. Y claro que no es una sorpresa, Demian. Nos alegra tanto que estén aquí.
Nos sentamos juntos, y Demian y Lucía tomaron lugar en la mesa mientras charlábamos y compartíamos el desayuno. Fue fácil, como si el tiempo no hubiera pasado y estuviéramos todos reunidos como una familia. Ver a Demian interactuar con Sofia y Alejandro, llamándolos "sobrinos" y bromeando con ellos, me llenaba de alegría. No solo había sido un amigo leal para Fernando y para mí, sino que ahora, después de todo, seguía siendo parte de nuestras vidas en esta nueva etapa.
Lucía, con una sonrisa cálida, nos contó un poco sobre ella y cómo había conocido a Demian. Me bastaron unos minutos para sentir que era una persona sincera, con quien Demian parecía compartir una conexión profunda. Mientras los escuchaba, sentí que este momento era aún más especial, como si nuestra familia y nuestras amistades estuvieran creciendo y encontrando su propio lugar en esta vida que habíamos construido.
Era uno de esos días que se quedaría grabado en mi memoria, rodeada de personas que amaba y sabiendo que, después de todo, la vida nos había dado la paz y la felicidad que siempre habíamos buscado.
Después de un rato compartiendo risas y charlas en el desayuno, Fernando se inclinó hacia mí, con esa sonrisa misteriosa que tanto me gustaba. Me tomó la mano suavemente y, con un brillo especial en los ojos, me dijo en voz baja:
Editado: 28.11.2024