Noticia publicada por el semanario “Huntstar” de Aenimmpolis, el día 21 de junio de 2024.
«Según fuentes confiables, en los últimos días se ha visto a un muchacho de aproximadamente 14 años montando una alpaca por las calles de Aenimmpolis, llamando la atención tanto por eso como por el hecho de que aparece con total tranquilidad. En palabras de los entrevistados, la alpaca que el muchacho monta es “invocada por arte de magia”.
Nuestros investigadores quisieron entrevistar al chico en ocasiones anteriores a la publicación de este artículo, más él no entabló línea alguna, e incluso huyó sin dejar rastro, truncando nuestros intentos de obtener más información.»
Me encuentro leyendo esta nota un par de semanas después de haberme despedido del chico de ropajes oscuros, aquel a quien los rumores le atribuían ser un asaltante, un fantasma e incluso un inmigrante, pero la verdad es que yo sé quién es, y no me arrepiento de haber vivido tantas experiencias con él.
El muchacho de nombre Kunturi solía vivir en su aldea con su rebaño de alpacas a las que él pastoreaba, hasta que el escape de la más pequeña llevó a que el chico se alejara de su hogar para recuperarla, siendo ese el momento que un hombre falto de afecto aprovechó para raptarlos y llevarlos a su circo, un circo criminal compuesto, no sólo por más infantes secuestrados, también por abominaciones que no me atrevo a describir.
Afortunadamente, hubo una esperanza reflejada por una trapecista que cuidó del pequeño, y le enseñó a dominar una técnica que compartía con otros niños. Dicha habilidad consistía en modelar figuras de madera sobre el objeto que se deseara transportar a cierta localización, mediante una dimensión onírica que, según el chico, sirve como túnel. Sin embargo, el destino que el individuo tomaba no era acorde a sus deseos, ya que ese hechizo solía usarse más como una técnica de refugio que como un transporte, así que no ayudaría al niño a volver a su hogar, pero sí a escapar del circo.
Tras años de práctica, el ya adolescente Kunturi puso a prueba sus conocimientos al fabricar una pequeña alpaca de madera, para averiguar si su amiga llamada Qori podía ingresar a esa supuesta dimensión, cosa que sirvió cuando el chico abrazó el artefacto y deseó con toda su fe que la alpaca fuese transportada. Tras contemplar cómo el animal se esfumaba entre coloridos destellos, Kunturi tomó otra figura que había hecho de sí mismo, repitiendo el proceso y apareciendo en un campo bañado en un colorido cielo.
Ya fuera de ese carnaval de malicia, el chico abrazó a Qori entre lágrimas de libertad, sentimiento complementado por la calma del campo onírico. Sin embargo, Kunturi aún debía volver con su familia, así que recurrió a abrazar sus figuras de madera, provocando que él y Qori aparecieran en un callejón de Aenimmpolis, así es, mi ciudad. Aunque Kunturi era consciente de las dificultades de volver a su hogar, sus esperanzas eran grandes comparadas con sus pocas posibilidades de localizar su hogar tras tantos años de estar lejos de él.
Yo pude captar ese sentimiento cuando encontré tanto al muchacho como a su alpaca montando cerca de este vecindario, quienes veían cómo las estrellas perforaban el cielo nocturno. Pese a que mi corazón me pidió darles cobijo, ellos lo rechazaron, comentando que preferían acampar lejos de las luces urbanas para apreciar mejor el espectáculo, además de que aún les quedaban varios distritos por recorrer, de ahí su peculiar aparición por las calles. No sólo buscaban pistas que les permitieran volver a su hogar, también se encontraban visitando una urbe desconocida, pero fascinante para ellos.
Al día siguiente, yo estaba leyendo el periódico como de costumbre, hasta que hallé una noticia que me puso a pensar, pues era un boletín que compartía y solicitaba apoyo para localizar a 20 niños que habían sido raptados de su hogar, las regiones de Ahcap, tierra ubicada del otro lado del país. Fue preocupante este hecho, pero lo más sorprendente se hallaba en que uno de esos niños se parecía bastante al joven de la alpaca blanca.
Llámese suerte, casualidad, justo en ese instante pude ver al chico y a su alpaca descansando cerca del lago del parque. Fue extraño, pero el muchacho me tuvo la confianza suficiente como para responder mis preguntas, siendo una de ellas su nombre, a lo que me respondió que se llamaba Kunturi, nombre que coincidía con el niño que observé en el boletín. Conforme fui haciendo preguntas, él me fue contando lo que he mencionado sobre él, y aunque estuve dispuesta a adoptarlo, Kunturi me comentó su deseo en hallar a su familia. Lo mínimo que pude hacer fue acompañarlo en el viaje que le esperaba, de modo que no volviera a correr el peligro de ser secuestrado.
Tras preparar todo lo necesario para el viaje, partí con Kunturi y Qori, quien era bastante calmada, pues sólo bastaba con que su joven amo le dijera “Qorus Pocus” para que esta caminara sin respingar. Pensaba usar mis ahorros para conseguir un autobús, pero consideré lo valiosa que era la amistad del chico con su alpaca, así como la oportunidad de conocer más lugares y ciudades.
Todo parecía ir bien, estábamos por salir de la ciudad, hasta que un grupo de policías nos impidieron el paso, pues el muchacho no contaba con identificación o documentos que le permitieran desplazarse con libertad, cosa que asustó a Qori, obligándola a escapar, y desatando una persecución cuyo trayecto nos devolvió al parque donde nos conocimos. Dicha carrera había dejado destrozos y sorpresas, pues no todos los días se ve a un chico montando una alpaca en medio de la ciudad, y menos durante una persecución.
Cuando todo parecía perdido, Kunturi recurrió a su último recurso, sacó un pequeño bloque de madera y lo modeló con su navaja, de modo que ese bloque pudiera asemejarse a mí. En ese instante, no tenía idea de lo que el chico estaba haciendo, pero todo quedaría claro cuando Kunturi abrazó esa figura junto con la de una alpaca y un muñeco parecido a él, provocando nuestra aparición en una dimensión onírica, el mismo lugar que me había mencionado. Pese a que fue breve el tiempo que estuve ahí, pude sentir una calma sin igual, como si los sueños más hermosos fuesen los gobernantes de ese paraje.