POV: Kozume Kenma
Al abrir los ojos, lo único que pude ver fue blanco por todas partes. Blanco por aquí, blanco por allá. Todo a mi alrededor era blanco.
Revisé el reloj de pared: aún era de madrugada. Aunque me habría gustado seguir durmiendo, me levanté de la cama, me puse un abrigo y caminé hacia la puerta principal. Esperé hasta que un leve knock-knock sonó.
Entreabrí la puerta y bajé la mirada, encontrándome con un pequeño ser.
—Buenos días —dije.
No pude evitar sonrojarme cuando el sol comenzó a elevarse, haciendo que el cabello anaranjado de aquel ser brillara aún más. Tal vez por eso lo había nombrado Hinata, porque todo en él resplandecía tanto como el sol.
Hinata no contestó; solo alzó la mirada y me sonrió antes de dar media vuelta y caminar hacia el bosque. Era la misma rutina que seguíamos desde que nos conocimos, así que simplemente lo seguí. Observé cómo la nieve se derretía y brotaban flores con cada paso que daba. Era lo común, pues los aluxes tienen una conexión espiritual con la naturaleza y los dioses; al final del invierno, ellos se encargan de traer la primavera, o al menos eso me contó mi abuela.
El aire comenzó a llenarse de polen, haciéndome estornudar una que otra vez. Sin embargo, se sentía una paz increíble. Continué el trayecto hasta llegar a un claro completamente verde, como si el invierno nunca hubiera estado allí.
Miré hacia la copa de los árboles, cerré los ojos y llené mis pulmones de aire limpio. Disfrutaba de aquella calma cuando, de repente, los recuerdos de la primera vez que vi a Hinata invadieron mi mente.
Sucedió hace dos años, también en el primer día de primavera. Lo encontré en el bosque, adornándolo con flores y comiendo en aquella casita de paja con ofrendas que mi abuela dejaba a los aluxes para que cuidaran los campos. Era irónico: nunca había creído en ellos, pero verlo a él fue simplemente mágico. Solo bastó una mirada y una sonrisa para darnos cuenta de la conexión que formamos. Desde entonces, nos hemos vuelto amigos... O al menos eso quiero creer.
Después de todo, Hinata no habla; su forma de comunicarse es a través de señas. Al principio fue difícil intentar adivinar qué me pedía, pero con el tiempo me acostumbré. Durante el invierno, Hinata se internaba en el bosque para cuidar a los animales que hibernaban y, en primavera, al despertar, lo primero que hacía era venir a verme.
El bello recuerdo fue interrumpido por un leve jalón en mi abrigo. Eso era bueno, ya me estaba poniendo nostálgico. Abrí los ojos, bajé la mirada lentamente y vi cómo Hinata me extendía su pequeño brazo, señalando justo en medio del claro. Incliné la cabeza sin entender a qué se refería, hasta que él caminó y se sentó, indicándome que hiciera lo mismo.
Siguiendo sus instrucciones, caminé y me senté donde él estaba, mientras me indicaba con su mano que esperara. Luego, se adentró en una casita de paja.
Desde esa ubicación, se podía ver mejor el altar frente a un gran árbol de ceiba. Se decía que el altar había estado allí por años; por eso, el bosque y mi familia siempre habían tenido suerte y protección.
Me sorprendió cuando, de repente, un ramo de flores de sak nikté saltó a mi vista.
"Qué lindas", pensé.
Intenté evitarlo, pero en mi estómago sentía una presión que subía hasta mi pecho. Me gustaba ese sentimiento. Lo tomé, aún sin estar muy convencido, y lo acerqué, aspirando profundo para sentir aquel aroma dulce que me maravillaba. Al observarlas, pude distinguir que aún tenían algunas gotas del rocío de la mañana. No pude evitar sentirme feliz por un regalo tan bonito.
Al fijar mi vista detrás del ramo, estaba Hinata viéndome fijamente. Su rostro estaba ligeramente sonrojado, sus ojos mirándome directamente, como si esperara alguna respuesta de mi parte.
—Gracias —sonreí. Fue lo único que se me ocurrió decir.
Sin embargo, vi cómo las comisuras de sus labios bajaron y esa mirada feliz se apagó. No entendía el cambio de actitud. Observé el ramo fijamente hasta que algo hizo click en mi cabeza. Recordé la leyenda de la princesa y el guerrero, y lo que esto significaba.
Esa flor significaba amor puro.
Pude notar cómo el sudor empezó a bajar de mi cuello a la espalda y cómo la presión que sentía comenzó a hacerse más fuerte, hasta el punto de sentir que me faltaba el aire.
No, no, no. No puede ser posible.
Intentaba convencerme de que lo que pensaba era ilógico. ¿Cómo podría pensar eso? ¡Eso es imposible!
Volteé a verlo con el corazón latiendo a mil y solté lo primero que pensé:
—¿Me estás diciendo que me amas?
Solté la pregunta un poco inseguro y temeroso de la respuesta. Mi cabeza me gritaba que no era posible, sin embargo mi corazón decía que confiara en lo que estaba pensando. El sol, que hace poco me brindaba un leve calor, ahora sentía que me quemaba.
Estaba asustado.
Si decía que no, sería un alivio, aunque me sentiría muy tonto por pensar en esa posibilidad. Pero... si había una pequeña probabilidad de que dijera que sí, todo estaba jodido.
Al soltar la pregunta, desvié mi mirada inmediatamente. No quería verlo, no cuando mi labio temblaba después de haber dicho esas palabras. Pero necesitaba la respuesta, así que lo miré esperando.
Hinata alzó la mirada, recuperando su brillo, pero sin sonreír aún. Parecía estar analizando mi expresión, ya que no decía nada. Y conociéndome, seguro tenía una tremenda cara de confusión. Mi labio no dejaba de temblar; mis manos no estaban mejor.
Se limitó a mover la cabeza de arriba abajo, confirmando mis sospechas.
Cerré los ojos fuertemente, apretando mis manos para intentar que el temblor se desvaneciera. Sorpresa: no funcionó.
Simplemente, mi mente entró en pánico.
El estruendo de mis latidos cesó de repente, y el aire se atascó en mi garganta. Me sentí atrapado en un instante eterno.
Creo que estaba teniendo un ataque de pánico.