The Man |

II: El hombre perfecto.

—Gracias, señorita, me ha salvado. —El muchacho cerró la puerta sonriendo luego de pagarle.

Como supo, la habían llamado y solo unos cuantos estuvieron encantados con su presencia, otros solo servían para ser prejuiciosos. Porque, ¿quién le deja el trabajo de un hombre una mujer que no sabe nada? Por supuesto que ellos no, así que declinaban al instante de llegar a su puerta, poniendo su mejor cara de tristeza y claro, con la mejor excusa.

Realmente, no le sorprendía en lo absoluto. Muchos incluso dudando de sí mismos, no dejaban avanzar a otros. Negando, caminó a la salida de la cafetería donde se encontraba, con la mirada de todos sobre ella. ¿Se suponía que era un extraterrestre?

Bufó.

—Señorita. —La voz de la mujer la hizo girar, mirando un momento al cielo —. Olvidó esto. —La pelirroja le extendió la bomba de baño, limpia al menos, tomándola con calma.

—Gracias. —Murmuró —. Buen día. —Intentó avanzar, escuchando que la seguía.

—¿En qué trabajas? —Una sonrisa amarga la hizo verla —. Lo siento, yo…

—Actualmente, en lo que sea. —Contestó, sin ápice de emoción —. Tengo que irme, señorita. Espero llevar algo a casa. —La mujer la retuvo con calma, ya fuera del lugar, mirándola con calidez.

Tenía unos bonitos ojos avellanas, ni siquiera se notaban las arrugas de los años en su rostro, mucho menos en su cuerpo. Qué mujer tan privilegiada era.

—¿Cómo te llamas? —Sonsacó, dejando al aire un suspiro.

—Ana, solo Ana.

—Soy Gemma. Gemma Dunne. —Le ofreció su mano que estrechó casi de inmediato al reconocerla. Era la que siempre rompía la prensa —. Tengo…

—La conozco. Por la prensa. —Aclaró al instante, sonriendo apenas —. Usted es la esposa del dueño de la ForDenn. Creí que sería menos humilde. —Negó, devolviendo el gesto que sus labios le daban, comenzando a caminar.

—¿A qué te dedicas, Ana? —Dejó salir la respiración que había tomado, dejándole saber que tenía en frente a una mujer bastante golpeada por una larga historia.

—Ahora soy madre soltera y limpio inodoros o cosas así. Antes atendía a un señor y le cocinaba; de la familia Pearl, no sé si los conocen, tienen líneas de tiendas en muchas ciudades, pero antes de eso, fui la secretaria y asistente de Christian Beltré, de la constructora. —La vio asentir —. Y bueno, fui con él más allá y ahora tener una hija es lo único bueno y rescatable que me ha pasado, porque lo demás es pura tragedia. Incluso mi ilegalidad. —Gemma la detuvo, con el ceño fruncido.

—¿Y tu familia?

—Mi madre es columnista en el New York Times, viví con mi padre luego de salir de… —No siguió por esa línea, solo exhaló una vez más, mirándola —. El final del cuento es que no tengo los papeles, aún cuando mi vida color de rosa pareció ser lo mejor que me pudo pasar al llegar aquí, con el apoyo de ela al costear mis gastos, la decisión de darme la ciudadanía solo si hacía cada cosa mejor que la primera y luego de seguir sus consejos,  me dio la media espalda por salir embarazada. —Concluyó, pasando una mano por su rostro.

—¿Has escuchado de…? —Asintió sin dejarla continuar —. Tenemos un programa para madres solteras, Ana.

—No ilegales. —Cortó —. Estoy bien así, señora Dunne, de verdad. —Como no quiso insistir, sacó la tarjeta, entregándosela.

—Llama si necesitas algo. Lo que sea. —Recalcó —. Lo que sea, Ana. Te estaré esperando. Cuídate mucho. —Hizo un gesto con su mano, llevando su cabello hacia atrás —. Que Dios te bendiga. —Ana sonrió, dándole las gracias, mirando la tarjeta una y otra vez, guardando el material en su overol antes de hacer su camino al destino siguiente que la esperaba.

 

Terminó exhausta, recostándose de la puerta antes de abrirla. Con la frente pegada a ella y las manos haciendo presión momentánea en el material. Sin pensarlo dos veces, se dejó desbordar, soltando varios sollozos que la sacudieron, mirando el suelo borroso por las lágrimas. ¿Y qué iba a suceder al día siguiente? ¿Y al próximo? ¿Y en la semana? ¿Qué otro anuncio pondría con solo cuarenta dólares en sus bolsillos? ¿Iba a venderse? ¿A deshacer cada parte de su apartamento para poder comer?

No servía. No servía para nada…

Se giró con calma, escuchando que una de las puertas se abría, dejando en su conocimiento que ya era hora. Su arrendadora sostenía en sus brazos a la pequeña envuelta en harina blanca, tratando de no reír y llorar más al mismo tiempo por la escena.

—Gracias. —Susurró, cargándola mientras le pasaba lo único que pudo ganar como recompensa por el desastre —. Ahora le traigo el pago del lugar. —Quiso seguir caminando a su sitio, con el corazón hecho trizas.

Entonces escuchó ese sonido característico, con la única pieza salva cayendo al instante contra el piso de su hogar.

—Ana. —Otra vez esa forma en la que hablaban todos. La odiaba, porque sabía todo lo que venía después —. No te puedo tener más aquí. —Los ojos se le llenaron de lágrimas por enésima vez en el día, tratando de no darse vuelta —. Este fin de semana. Es todo. —Y luego oyó la puerta cerrarse con algo de fuerza.

La mano de su hija conectó con su mejilla por donde bajaba el líquido que la empapaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.