CELESTE
Me quedé en la cocina el resto del día, por más sorprendente que ser el personal es más gentil y agradable que para quienes trabajan.
Ayude a preparar la cena a Helena y Antonio. Luego por la noche me obligaron a sentarme en la mesa y jugar con algunos invitados al "matrimonio feliz".
– Cuéntanos, Celeste –dice Emiliano–. ¿Cómo es Grecia?
– Hermosa, muy hermosa –respondo–. Toda una belleza... Mí hogar.
– ¿Donde aprendiste a hablar español? –pregunta Eva.
– Bueno... Trabajaba en un parque de flores –miro mí plato–. Turismo, conocí a un profesor español y me enseñó a hablar.
– ¿Un profesor hombre? –pregunta Marcia.
Marcia es una de las amigas de la señora Wayne. La verdad apenas llevo poco de conocerlos y ya me caen mal.
– Si, un profesor –resalto–. Un buen amigo, también se hablar ruso, turco e ingles.
– No estoy en contra de que hables diferentes idiomas –la señora Wayne toma la palabra–. Pero muchos hombres en tu vida.
– ¡Mamá! –Alexander mira a su madre–. Se acaba está conversación y ya.
– Señora Wayne –la miro–. Entiendo y respeto mucho las tradiciones de su pueblo, pero yo vengo de otro país, tengo otra forma de pensar y asi como yo respeto la suya espero que usted respete la mía –miro a todos los presentes–. Apesar de estar rodeada de muchos amigos hombres jamás permití que alguien me tocará... ¿Quedó claro?
El comedor se queda en silencio completo, las personas se miran entre si. Seguro piensen que es una falta de respeto de mí parte pero mí paciencia tiene un límite.
– Ahora, si me permiten –me levanto–. Estoy cansada, me voy.
Asi en medio de la cena, me levanto y me voy no sin antes sonreirles a todos. Subo las escaleras, al llegar a la habitación me voy al baño para cambiarme e irme dormir.
Me duermo apenas tocó la almohada. Cuando despierto, apenas abro los ojos me encuentro a Alexander medio desnudo. Lo miro, específicamente el tatuaje que tienen el hombro hasta mitad del brazo.
Empieza a girarse hacia mí y me hago la dormida, se viste y se va. Me levanto unos minutos después, y me pongo un vestido a rayas largo.
Bajo a la cocina y saludo a Helena.
– Buenos días, Helena –le sonrío.
– Buenos días, señora Celeste –me devuelve el saludo–. ¿Cómo está?
– Muy bien, Helena –me acerco–. ¿Necesitas ayuda?
– No, no. ¿Cómo cree? –sonríe–. Las señoras de la casa no ayudan en esto.
– ¿Cómo que no? –me cruzo de brazos–. Déjame... Te ayudaré, yo no soy invalida.
La obligó a dejarme ayudarla, empiezo a preparar el café y la masa para magdalenas. Nos divertidos mucho, ella es muy alegre y simpática.
– Buenos di... –Alexander aparece–. ¿Que estás haciendo, Celeste?
Helena y yo nos damos vuelta enseguida, estamos llenas de harina.
– Buenos días, Alexander –le digo–. Ayudo a Helena.
– De acuerdo –dice confundido–. Tengo que ir a la empresa no voy a desayunar aquí, nos vemos.
– Adiós –lo saludo.
Nos quedamos solas, no hay nadie más en la mansión así que la invitó a desayunar conmigo, necesito compañía.
– ¿Le puedo hacer una pregunta, señora? –me dice.
– Claro que sí, Helena –le sonrío–. Y no me digas señora, dime Celeste.
– De acuerdo, señ... Digo Celeste –se corrige–. ¿Cómo se siente perder... Aamm... Eso?
– ¿Perder la virginidad? –le pregunto.
– Si, eso –dice avergonzada–. Es que mí padre quiere casarme.
– Pues... Lamentablemente no puedo responder –le digo–. No la he perdido.
– ¿¡QUE!? –exclama haciendo que me sobresalte–. ¡Pero señora!
– Yo no quería y él tampoco –le digo–. Solo eso.
– Señora... –me susurra–. ¿Tiene idea de lo que le harían si se enteran de esto?
– ¿De que estás hablando? –pregunto–. Explícame.
– Es una tradición que pierda su virginidad en la noche de bodas –se acerca a mí–. Te matarían si se enteraran, somos... Un pueblo maldito, aquí las mujeres sufren.
– ¡Yo no sabía eso! –digo–. Esa es mí elección, perderla o no.
– Quizás de dónde venías, si –me mira–. Pero aquí... Matan a una mujer si se acuesta con alguien antes del matrimonio, sino pueden darles hijos a sus maridos, si intentan escapar
– No pueden hacer eso –niego angustiada.
– Aquí se hace cualquier cosa –me dice–. Tienes que darle un hijo al señor o morirás.
Me quedo en shock, helada ante esas palabras. ¡Dios santo! ¡Está gente está loca!.
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ALEXANDER
Pienso en todo lo que ocurrió en la noche, esa mujer tiene un temperamento fuerte y temible.
– ¿Piensas en tu esposa? –pregunta Emiliano–. Ayer me sorprendió.
– Admito que si –le digo–. Se está ganando a mí madre de enemiga.
– Nadie quiere a tu madre de enemiga –se apoya en el respaldo–. ¿Que piensa tu padre?
– Me dijo que le agrada cómo es –miro mí escritorio–. Que se defienda de ella, el agrado de la persona más importante lo tiene... Mí padre.
– Es bueno eso –me sonríe–. Tu madre no puede hacer sin la aprobación de tu padre.
– Tu no sabes cómo es mí madre –lo miro seriamente–. Le hizo la vida imposible a Rebecca durante diez años porque no podía darme un hijo.
– ¿Que hay de esa chica? –me mira preocupado–. La mataran sino te da un bebé. Ya sea niño o niña.
– Me preocupa... –digo–. Es inocente aún no sabe lo que somos.
– ¿No han consumado su matrimonio? –me pregunta–. Tienen que hacerlo, la pueden matar si de enteran.
– Lo se, pero mientras nadie diga nada... –lo miro fijamente–. Estará bien.
– No tienes que preocuparte por mí –me dice. .
ALEXANDER