Los girasoles también lloran

Capítulo treinta y cinco. Janeth.

 

 

JANETH

Es difícil y ya ni hago el intento de reprimirlo; es obvio que no va a funcionarme en lo absoluto. Eso de rendirme es lo más sensato. Al fin, cuando Kiareth toma mi muñeca con su característica suavidad, dejo que salga mi estrés; lo dejo apoderarse de mi cuerpo, pese a ser el principal sentimiento culpable de no dejarme disfrutar ni un poco de este momento cargado de armonía pura; entre nosotras, la naturaleza, e incluso los ruidos a nuestro alrededor. De puro milagro, reconozco un llanto bastante silencioso; no tengo la voz rota, no hay sollozos, ni tampoco lloriqueos; solo siento mis ojos empañarse y las mejillas humedecidas cuando las lágrimas bajan de una forma tan liberadora, donde encuentro la paz; la presión en mi pecho disminuye y las desafortunadas imágenes de Darío son una pesadilla, una ola de calor y dolor puro que ahora han de pertenecer a mi pasado.

Quiero que se quede ahí. Necesito…

«Todo… Todo va a estar bien, Janeth» me digo en compañía de un sollozo apenas audible. «Todo… va a estar bien».

Es la famosa frase que me persigue y repito todos los santos días cuando siento que no puedo más y estoy a punto de romperme sin remedio alguno, aunado a los ardores de cabeza entre tantas cosas revueltas de las que no encuentro salida.

«Todo va a estar bien…» con claridad eso ha dicho el hermano de Kiareth, como si supiese que mi mente gira en torno a cosas de las que no debe en estos momentos porque lo único que logran es marearme y arrebatarme la poca calma que he logrado recogerle a mi corazón.

Me acaricio la frente y respiro hondo; luego me repaso mechones de pelo suelto que tiro hacia atrás.

—Todo va a estar… —repito y limpio mis ojos.

Ambos hermanos, con curiosidad ante ese susurro, se me quedan mirando un momento hasta que Mateo sonríe.

—Sí. Ustedes no han tenido complicaciones, ¿o sí? Tos fuerte, flemas, ¿algo?

—No —le sonrío lo mejor que puedo y acaricio mi pecho—. Estamos bien…

—Aunque siento que fuimos imprudentes ahora que salimos para la fiscalía —acepta Kiareth y se peina el cabello como quien sintiese vergüenza e intentase esconderse—. No, no siento. Fuimos imprudentes al ir allá.

—Eso es verdad —La voz de Mateo no cambia, por el contrario, chasquea los dientes—, ¿ustedes no pudieron esperarse con eso?

—Eso es culpa de Kia —me apresuro a contestarle y mi amiga deja salir una queja con una exclamación aguda que me causa muchísima gracia. Cubro mis labios para no reírme en su cara otra vez. Rápido vuelve a descubrirme—. Necesitaba poner una orden de alejamiento contra ese tipo.

—¿Una…? Ah, la madre. ¿Y cómo les fue? ¿Salió todo bien?

—Mateo…

—Tengo curiosidad. No puedes callarme.

—Pues, bien, pude hacerlo; si esa es la curiosidad real —Levanto mis pulgares en su dirección. Sus ojos me miran, abiertos en grande—. Me la concedieron, así que digamos que todo salió bien.

Por el momento...

—Pero…

—Es suficiente del tema —corta Kiareth y da un ligero toque sobre la mesa. Pese a usar solo un dedo, el choque de este y la mesa es un tanto fuerte.

Me muerdo el labio.

—Ninguna quiere recordarlo —masculla y yo me encojo. Aunque Darío esté en el hospital, en verdad esperamos que pueda hacerse algo—. Fue difícil de por sí que Jane hablase con él.

—¿Acaso se contactaron con él?

—¿Cómo? —pregunta Kiareth—. ¿Hablas de antes o después de la orden?

—Antes de.

—Sí, gracias a una llamada que le hicimos él solito se fue calentando la llama —Su rostro se tuerce en una mueca.

Yo no digo nada porque tampoco quiero tocar tanto ese tema cuando todo en mí se encuentra acelerado y sin ganas de sentirse más presionado.

—Grabamos la llamada por si acaso él hacía o decía algo que pudiésemos usar. Para nuestra suerte, sí lo hizo; lo usamos, fuimos y ahora esa carpeta está muy bien guardada en la habitación donde dormimos. Sí, ha sido fuerte, días largos y para Jane es difícil, Mateo. Ya, vamos, no la presiones más, por favor. Ahí en medio de esa grabación hay muchas palabras feas que ninguna quiere repetirse, ¿o sí?

—En lo absoluto —Me encojo, centrada en comerme el arroz con un poco de carne y caldo de la sopa.

Los ojos de esta chica se centran en mí a la espera de mi respuesta.

—Al menos ya salí de eso. Por un lado, estoy feliz. ¿Qué hiciste con el audio?

—Lo tengo guardado. Es por si acaso.

Asiento en silencio.

Mateo nos mira un poco más.

—Es bonito verlas así —él murmura de repente, en voz baja—. Se ven… felices.

Nace el deseo de contestarle con amabilidad porque no siento que lo diga con odiosa intención, como si insinuase algo que puede llegar a causar incomodidad, al contrario, es un alivio genuino. Me remuevo antes de girarme para contestarle. No obstante, Kiareth se adelanta y le gruñe por respuesta, como si en parte estuviese enojada.



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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