Los girasoles también lloran

Cuarenta y cuatro. Kiareth.

 

 

KIARETH

 

 

Ella, con su corazón antes puro,

era un lienzo en blanco que un

egoísta había deseado manchar.

Ella, un pintor que deseaba trazar

caminos abstractos para ayudar a borrar.

 

 

Robo varias fresas de la ensalada de frutas que Janeth ha hecho; también hay mora y banano, entre otros a los que no presto tanta atención porque estas primeras son mis favoritas y las que veo como opción prioritaria hasta que se acaben. Janeth lo percibe, me “regaña” entre risas porque en realidad debería de estar comiendo de todo, y luego, como si no hubiese dicho nada, ella misma pincha los trozos de fruta que extiende a mis labios para que los coma; la imito con los trocitos de banano y manzana que es lo que más he visto que pica, aunque alterne entre el resto.

El palillo de dientes, agarrado entre sus dedos, pronto se aparta de mi boca, me relamo los labios y la miro.

—¿Cómo crees que sea nuestra relación? Me da curiosidad ver tu perspectiva sobre ello —pregunta de repente y se lleva un trozo de banano a la boca con el palillo de dientes.

—¿Qué tienes en mente? —le pregunto en vez de primero responderle.

Es que sí necesito una pista de lo que ella se imagina para ver cómo responderle, cómo añadirle ideas a ese futuro de nosotras conviviendo juntas como una pareja.

—Me imagino que sería una relación bien bonita… tú siendo un algodón con patas y yo aprendiendo a serlo; pero dando todo mi empeño en ello —suspira—, quiero creer que puede ser así, mientras pongamos de nuestra parte, claro. Me imagino a ambas… juntas y en paz. Me gustaría ser la que cocine.

—¿Estás segura de eso, Jane? —Enarco una ceja, curiosa—. Yo pienso que ambas podemos hacerlo; ah, no lo sé. Quizás una comida tú, lavo los platos yo, luego cocino yo y lavas los platos tú, y así, viceversa… incluso entre ambas podemos repartirnos tareas —Me enderezo, palpo mis piernas y carraspeo. Doy mi mejor imitación de su voz; pero la mía es más gruesa, así que sale en una obvia entonación aguda que no se escucha real—. «Kiareth, córtame los tomates, que yo me pongo a pelar las papas», «Kia, ponme el agua al fuego, yo sigo con las verduras y tú con la carne». Uff, ya me dieron ganas de sopa.

La escucho reírse, por lo que me detengo. Miro aquellos preciosos ojos cubiertos por sus párpados porque mientras ríe se le esconden. Bueno, no los miro en sí; pero hago el intento y sus risas no me la conceden con facilidad. Me causa ternura la imagen y yo me acerco a ella para abrazarla con amor.

—Me gusta eso.

—¿Mi imitación?

—¡Noo! Bueno, sí, no… ¡y yo no hablo tan agudo! Pero me refiero a la imagen de ambas colaborando. Sería bonito compartir algo así, como ya lo venimos haciendo. Me ilusiona muy lindo no sentir que todas las labores recaen solo en una mientras la otra persona está por allá. Bueno, ha sido así en estos días… eso me ha hecho feliz.

—Igual, si ves que me quedo sin hacer nada en la habitación, puedes llamarme. Para mí eso es estar conversando.

—Lees mucho sobre relaciones.

—En lo absoluto, linda —Beso su hombro, luego agarro su mano para hacer lo mismo en el dorso. Ella suspira, dejándose llevar un poco cuando busca mis labios—. Solo te hablo de cómo es que siempre he soñado una relación con alguien. Siendo sincera, lo disfuncional no es la imagen que me atrae. Claro, puede que discutamos alguna que otra vez por cosas ahí; pero mientras al final lo hablemos y las cosas se solucionen, me da esperanzas.

Su cabeza cae sobre mi brazo. Picando la fruta con el palillo de dientes, se queda en esa posición; pero imagino que le incomoda porque está algo encorvada. Como tengo el tronco a mi espalda me acomodo yo primero y luego la traigo a mi pecho.

—Veamos: quiero que hablemos, lo que sea. Si algo de mí te molesta, si un comentario mío te parece inapropiado por alguna u otra razón, si quieres que yo haga algo para ayudar, colaborar y demás, entonces hazlo. No te quedes callada, no te guardes el estrés de ciertas cosas que al final terminas acumulándolo y… no. No quiero eso entre nosotras.

—Entiendo… tengo que practicar eso de… pedir.

—¿Lo ves así?

—Darío me dijo una vez que las cosas de la casa solo deben de ser completadas por mujeres, porque es un esfuerzo menor al trabajo que él hace —titubea, evidente el asco que siente por eso. La acompaño con una mueca de claro disgusto—; que él trae el dinero a la casa para que se compre lo necesario y el alcohol, que él paga las cuentas y que él vela por que todo esté en buen estado como para también venir a la casa a lavar platos, como si fuera él el mantenido ahí. Sé que ambas somos mujeres; pero igual me emociona que pienses en que no todo puede recaerme a mí… o a ti.

Se me escapa un gesto de rabia.

—Eso… Eso fue un golpe bastante bajo.

Considerando el hecho de que la tenía encerrada todo el tiempo que se le daba la gana y no la dejaba salir sola a hacer algo que quisiese, y que por culpa de él ella había renunciado a un trabajo que se veía le gustaba, en verdad eso fue bastante mezquino y egoísta de su parte. Se quejaba de ser él quien pagase las facturas, de ser él quien moliese su espalda todos los días, supongo; pero no dejaba que Janeth la ayudase con eso porque él sentía celos y rabia de que su novia estuviese hablándole a otros, cosa nada extraña porque ¡era una camarera en un restaurante!



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En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

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