Alexander Dietrich.

Capítulo 5: Entre él y ella

     Isabella llegó a su trabajo antes de su hora de entrada, como en la mayoría de las ocasiones; y aunque él se veía un tanto tranquilo el día anterior, e incluso le pidió disculpas, el miedo no la ha abandonado; teme que él haya cambiado de opinión, y utilice aquel beso en contra suya para despedirla; eso le dolería mucho por varias razones, una de ellas es el haber visto a su padre tan feliz cuando les llevó algunos detalles tanto a él como a Juliane; con su salario, y al tener la tarde libre, les compró un cambio de ropa a cada quien, (algo sencillo, pero bonito), sonrió al recordar aquella escena, y las caras de felicidad de sus seres amados.

     — ¿Por qué de tan buen humor, mi niña? —Isabella se asustó un poco al escuchar la voz de Adalia, ya que iba sumergida en esos bellos recuerdos mientras se dirigía a la cocina.

     —Porque ayer las personas que amo fueron felices.

     — ¿Y eso por qué? —Ambas retomaron su rumbo a la cocina.

     —Porque les llevé un cambio de ropa a cada quien; aproveché la tarde libre y fui a comprarles algo.

     —Y tú, ¿qué te compraste? —Isabella sonrió y se encogió de hombros, revelando con esos gestos que no se compró nada. Adalia sintió más cariño hacia ella al conocer lo buena hija y mujer que es.

     —Señora Adalia. —Dijo, llegando a la cocina junto a ella—. ¿Cree que el señor Dietrich quiera despedirme?

     —Él no habló conmigo de lo sucedido, y tampoco quise preguntárselo para no ponerte en evidencia; aun así, lo noté un tanto tranquilo; aunque también ausente, pensativo. —Isabella imagina que quizá está buscando la manera más cruel de echarla de su casa. Adalia se percató de sus temores—. ¿Qué te dijo?

     —Me pidió disculpas. —Adalia enarcó ambas cejas, asombrada de que el: ¡Señor Dietrich!, haya pedido disculpas.

     —Me parece bien, entonces no tengamos temor de que hoy vaya a tomar represalias contra ti. No tiene por qué. —Isabella asintió, y antes de dirigirse al despacho de su jefe para ordenarlo, se tomó un café con Adalia para quitarse el frío de la mañana; el invierno en Londres puede ser brutal, aunque a ella le encanta el frío y beber café o chocolate.

     Una vez que terminó su café, se dirigió al despacho de Alexander, donde afortunadamente no lo encontró, pues sigue con la idea de que quizá hoy sea su último día de trabajo con él; varias veces se lo imaginó ya en su despacho con su semblante de ogro habitual, y diciéndole con su voz de hielo que está sumamente despedida. Isabella lanzó un suspiro, obligándose a tranquilizarse para no estar nerviosa cuando lo vea, no quiere que él note que ese beso sigue estando presente en ella; se quedó con los documentos en la mano al rememorar dicho beso, en el cual apenas y pudo sentir la suavidad de sus labios sellados; recordó que prácticamente eran una línea, de lo sellados que estaban; bajó el rostro al saber que obviamente no le provocó otra cosa más que disgusto, mientras que ella... Negó con una sonrisa pesimista, sabiendo de antemano que ella no es ni será nadie en su vida.

 

     Extrañamente Alexander no ha sido puntual como de costumbre, pues tiene casi veinte minutos de retraso, y a Isabella le parece demasiado extraño; nuevamente se lo imagina tramando cómo despedirla. Antes de que se cumplieran dichosos veinte minutos, él apareció en su despacho, luciendo severo como de costumbre; aunque a Isabella hoy le parece el doble de severo.

     —Buenos días, señor Dietrich. —Este apenas y la saludó con un movimiento de cabeza.

     — ¿Pendientes? —Preguntó, ocupando su lugar.

     —Ninguno por el momento.

     —Bien, dedíquese a hacer lo suyo, si la necesito la llamo. —Isabella asintió, y se dispuso a cumplir sus órdenes de la manera más excelente para no darle un motivo más que cause su despido.

 

     Para fortuna de Alexander, tanto él como Isabella estuvieron muy ocupados con el caso de Amara, y el de otros clientes, así que la interacción entre ambos no fue mucha; así el día laboral llegó a su fin, al menos para Isabella, quien ahora es despedida por Adalia en la puerta principal. Alexander la observa desde la ventana de su despacho personal, mientras la ve alejarse en la tarde fría. Una vez que la perdió de vista, decidió salir un momento a caminar; se colocó el abrigo gris antes de salir de la casa.

     — ¿A dónde vas? —Alexander la observó de reojo, mientras cierra la puerta para que el frío no se cuele.

     —Adalia, no te escuché.

     — ¿Quiere que le diga a Matt que vaya por el coche?

     —No. —Abrió la puerta de nuevo—. Solo iré a caminar, deseo despejarme.

     —Isabella acaba de irse, quizá se tope con ella. —Alexander ni siquiera se volvió ante el comentario de Adalia, simplemente cerró la puerta detrás de él, y se dedicó a caminar con las manos dentro de los bolsillos; el frío es insistente, y su cara de inmediato comenzó a perder su calor, pero aun así él no tiene frío. Saliendo de la propiedad, se dedicó a caminar cuesta abajo por el corto camino de piedra que da a la calle; al estar cerca de esta, vio algunos coches transitar por el lugar, al igual que la gente a pie; sin poder evitarlo, buscó a Isabella con la mirada; al principio no la notó, pero después de una búsqueda un poco más minuciosa, por fin la localizó; ella está a la espera de dicho transporte que la llevará a casa. Alexander decidió ir por el café de cajeta que tanto que le gusta, y olvidarse de la joven al menos por hoy, pero el frío incesante y la imagen de Isabella acurrucada en su abrigo azul marino, lo motivó a acercarse a ella.

     —Señorita Hertz. —Saludó justo al lado suyo; ella volteó sorprendida, y entonces Alexander pudo notar el tono casi rojo sobre sus mejillas a causa del frío.

     —Señor Dietrich. ¿Se le ofrece algo? —Alexander sonrió, motivado por la atención de Isabella: ¡Siempre dispuesta a trabajar!




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