El Secreto De La Esmeralda

Capítulo 16: Tienes que hacerlo

Capítulo 16: Tienes que hacerlo

Esmeralda

No sé cuánto tiempo llevo corriendo. Mis pies, en este momento, son dagas para mí. Siento como el aire nocturno es tan gélido que parece que mis huesos se van a romper. Escucho el estruendo de mi respiración agitada y el eco de mis propios pasos golpeando el suelo húmedo mientras corro sin rumbo. Siento tanto dolor que no puedo pensar bien a dónde iré, pero no me importa. Necesito de este dolor para alejar todos mis pensamientos.

No sé hacia dónde voy, solo sé que debo alejarme. Nadie me entiende, nadie puede comprender el dolor que llevo dentro. Necesito estar sola, necesito lidiar con esto. Los árboles se vuelven sombras borrosas a mi alrededor, el viento silba en mis oídos, pero nada puede ahogar el grito atrapado en mi pecho.

¿Por qué? ¿Por qué hacen esto?

Mi vida no me pertenece, nunca lo ha hecho. Siempre traté de lidiar con mi situación de la mejor manera, sin hacer un drama de las cosas. Cuando me enteré de que Alex era un vampiro y que había asesinado a su padre, lo tomé bien; al fin y al cabo, ese cabrón merecía algo peor que lo que Alex le hizo. Cuando supe que Kele era un lobo, también lo tomé normal, porque sabía que yo tampoco lo era. Y sobre mis poderes, cuando supe de ellos con las 13 brujas, ni siquiera me inmuté. Pero esto… esto va más allá de mi entendimiento. No puedo asimilar que haya arrancado la vida a un inocente. No puedo entender cómo no me detuve al ver que se trataba de mi padre.

Un espasmo sacude mi cuerpo y un dolor profundo me retuerce las entrañas. Mis manos tiemblan, mi visión comienza a nublarse. Algo dentro de mí bulle, latiendo como un corazón oscuro y hambriento.

Me detengo de golpe en medio del bosque. Mis rodillas ceden y caigo al suelo, con las manos hundidas en la tierra húmeda. Mi corazón late demasiado rápido, siento que la cabeza me va a estallar.

— No… no quiero esto —susurro, sintiendo cómo las lágrimas queman mi piel.

Entonces, lo siento.

Algo en mi interior se desgarra.

Un grito escapa de mis labios, pero no es un sonido normal. Es un lamento que hace vibrar el aire, que sacude los árboles, que resquebraja la calma de la noche. Escucho los truenos, el aire se vuelve más tenso y siento que cada vez que trato de respirar me ahogo en el intento.

El suelo bajo mis manos se agrieta.

Las sombras se arremolinan a mi alrededor como si respondieran a mi dolor.

Mi respiración es errática, mi cuerpo se sacude. La energía negra que me envuelve es espesa, casi tangible. No puedo controlarla.

De repente, escucho un crujido detrás de mí.

— No, no, por favor vete.

Levanto la cabeza lentamente, con el corazón aún golpeando mi pecho. Siento como todo mi cuerpo tiembla, y ahí están: mis ojos se encuentran con los de Kele. Él está allí, a unos metros de distancia, con el rostro pálido y los ojos llenos de preocupación.

— Esme… —susurra, dando un paso hacia mí.

Pero el miedo en su mirada lo traiciona.

Sabe que algo anda mal.

Yo también lo sé.

— Vete —mi voz suena extraña, distorsionada.

— No puedo —responde con firmeza, pero hay duda en su postura.

Las sombras se retuercen a mi alrededor, como si fueran extensiones de mi propio dolor.

— No puedo… detenerlo —susurro.

Kele se acerca más, con las manos extendidas, como si estuviera domando a un animal salvaje.

— Tranquila, Esme. Respira. Estoy aquí.

No entiende.

No puede salvarme de esto.

El poder dentro de mí se retuerce, exigiendo salida.

Entonces, la veo.

Una de las sombras se eleva tras Kele, afilada como una lanza.

Mis ojos se agrandan.

— ¡Kele, muévete!

Pero es demasiado tarde.

La sombra se abalanza sobre él.

En el último segundo, Kele salta hacia un lado, pero la energía oscura roza su brazo, desgarrando la tela de su camisa y dejando una línea negra ardiente en su piel. Grita de manera tan desgarradora que solo me aterra más.

Grita de dolor.

Lo lastimé.

No.

NO.

Me aferro a mi cabeza, tratando de arrancar esta maldición de raíz.

— ¡DETENTE! —grito, pero el poder sigue fluyendo, indomable.

Kele se tambalea, con la mano presionando la herida. Su mirada se clava en mí, y en ella no hay rabia, ni miedo.

Solo tristeza.

— Esme… por favor… vuelve a mí —pide, rindiéndose en su dolor. Me acerco temerosa, sintiendo cómo el viento quiere romper todo a mi alrededor. Kele tiembla de dolor, de frío o, tal vez, porque al igual que yo, tiene el corazón destrozado.

— Puedo sentir tu dolor, amor. Descárgalo conmigo, por favor, no puedes llevar esto sola —murmura, con la mirada llena de tristeza, mientras las lágrimas acarician su rostro. Me tendió su mano y la miré con preocupación. ¿Qué pasará si la toco? ¿Y si lo mato?




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