Frágil e infinito

Capítulo 40

La música que provenía del celular fue interrumpida por el tono de llamada. Agitado, Theo descendió el ritmo de la caminata, se quitó los auriculares y sujetó el aparato que yacía en un bolsillo de su chaqueta deportiva grisácea. Era la secretaría de la jueza. Atendió de inmediato. Su corazón latía a mil, los dedos que sujetaban el aparato poseían un ligero temblor. Tuvo la certeza de que, para bien o para mal, ese llamado cambiaría su vida para siempre. La mujer, que portaba un tono de voz neutro, le preguntó si estaba en el momento adecuado para recibir noticias. Theo observó a su alrededor, el color que predominaba en aquel escenario, era el verde en sus distintos tonos. El césped, los arbustos, las copas de los árboles y el lago, protagonista del lugar. Naturaleza en su máximo esplendor. A pesar de que rondaban otras personas a su alrededor que caminaban, trotaban o tan solo paseaban, no había sonidos que pudieran alterar aquel llamado, así que respondió de inmediato «sí, puedo escuchar».

—En principio, quiero ser sincera. La jueza tiene una perspectiva que se inclina hacia lo tradicional. Pretendía buscarle a Mía una familia que estuviera integrada por una figura materna y otra paterna. Eso puso en duda su solicitud de adopción.

—¿En duda? —su respiración se detuvo—. Debe haber algún modo de revertir eso. Por favor. Si es necesario puedo…

—Aguarde, señor Dankworth. Aún no le he contado todo.

—Oh. Sí. Claro. La escucho.

—Como le decía, la jueza dudaba de su solicitud. Sin embargo, tras verlo superar las distintas etapas del proceso con éxito y, finalmente, conversar con la niña, su perspectiva cambió. Mía manifestó de diversas maneras y en varias ocasiones, que desea ser adoptada por usted. De hecho, lo que más conmovió a la jueza, es que ella lo llamó “papá” —expresó. Aquello le derritió el alma—. Así qué, luego de varias reuniones interdisciplinarias, se tomó la decisión de otorgarle la guarda preadoptiva de Mía, señor Dankworth.

Su interior se retorció de emoción. Tuvo que sentarse en una banca que encontró frente al lago, creyendo que aquel sentimiento de alegría tan intenso le haría perder la estabilidad. Titubeó, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar la felicidad que sentía.

—¿Señor Dankworth, sigue ahí?

—Sí. Estoy aquí. Lo siento. Es que… Esperé tanto para esto. No sé qué decir —sonrió entre palabras. Sus ojos convertidos en dos pequeñas lagunas—. ¿Qué tengo qué hacer? ¿Cuándo puedo ver a Mía?

—La jueza quiere verlo en su oficina la próxima semana. Firmarán los papeles. Al día siguiente podrá recogerla. De todas formas, le enviaré los detalles por correo electrónico. ¿De acuerdo?

Asintió, aún sumergido en la noticia. Intercambiaron palabras de despedida y luego, la llamada finalizó.

Ensimismado, visualizó la sonrisa de Mía. La eterna espera comenzaba a concluir. Se dio cuenta que, después de todo el dolor, la incertidumbre y los obstáculos, estaban a punto de aterrizar en suelo firme. Los planes que habían soñado cobraban sentido.

Lo habían conseguido.

Todavía sentado, paseó una mano por su cabello, exaltado por la cantidad de emociones. Después, buscó otra vez el celular y, durante largos segundos, vaciló entre la idea de sí debía seguir o no aquel impulso que estaba invadiendo su cuerpo. Acabó dándose cuenta, que, ignorar aquel impulso, sería como reprimir sus sentimientos, mentirse así mismo. Así que abrió la aplicación de mensajes, buscó la conversación con Lucy y escribió.

Theo: Me dieron la guarda preadoptiva. Eres la primera persona a quien quería contárselo. Te extraño. Espero que estés bien.

Habían pasado dos semanas desde aquella mañana en que le propuso oficializar la convivencia. Entre risas, la vio salir por la puerta de su habitación y entonces, no volvió a verla. Días después, escuchó su voz al teléfono: le comunicó que necesitaba tomarse un tiempo. No le dio un motivo en especial. Tan solo explicó qué se sentía «abrumada» y qué, él no tenía nada que ver con eso. «Son problemas que primero debo resolver conmigo misma» le había dicho, con la voz acongojada. La decisión le cayó como una lluvia repentina en medio de un día soleado. No lo vio venir de ningún modo. Sin embargo, contuvo la respiración y con el corazón en la mano, tuvo que aceptarlo. «Toma el tiempo que sea necesario ¿está bien? Y en cuanto te sientas lista, habla conmigo. Dime lo que sea. Trataré de entenderlo. Pero no me apartes de tu vida, Lucy. Por favor. No me alejes de ti».

De regreso, a escasos metros de la entrada de su casa, el celular volvió a sonar. Un mensaje.

Lucy: Lo sabía. Serás el mejor papá del mundo.

 

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El timbre sonó. Se preguntó qué visita estaría del otro lado. Días atrás, su hermana lo había visitado junto a Elián y las niñas. En otra ocasión, Carol se acercó en un rato que tenía libre, lo puso al tanto sobre las novedades del hospital. Incluso, también pasó Jessica. Llevaban tiempo sin hablar, tras el final abrupto del vínculo que compartían. Sin embargo, la mujer se mudó a una nueva ciudad y le pareció adecuado despedirse.

Echó un vistazo general a su alrededor. La casa estaba un tanto «alborotada» por las compras que había hecho en internet: muebles y objetos para la habitación de Mía. Aún se encontraban desarmados y en sus respectivas cajas, tenía que esperar a que le quitaran el cabestrillo del brazo -que sería en tres días- para iniciar los preparativos. De camino a la entrada, esquivó las cajas y abrió la puerta, encontrando a un joven muchacho de pie.

—Estaba a punto de marcarte. Pensé que no escuchabas el timbre —bromeó.

—Brett —pronunció Theo. Su expresión se animó—. ¿Qué haces aquí? Te hacía en la universidad. Ven, pasa —se movió a un lado, permitiendo su entrada.




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