Capítulo 2: El Diario del Tío Ismael

El segundo día en la mansión, Daniel decidió explorar el despacho de su tío abuelo Ismael, un cuarto que parecía haber sido el centro de todas sus actividades. Era una sala amplia, con estanterías llenas de libros antiguos y una gran chimenea en un extremo. En el centro, había un escritorio de madera maciza cubierto de papeles desordenados, cartas sin abrir y una capa de polvo. Sobre la pared, por supuesto, un gran espejo ovalado que reflejaba la escena.

Revisando los cajones, Daniel encontró un diario. Era viejo, con una cubierta de cuero desgastada y páginas amarillentas. El nombre de Ismael estaba escrito en la primera página, seguido de fechas que cubrían varios años. Intrigado, comenzó a leer.

"El espejo en el vestíbulo no es un espejo común. Durante años, lo he estudiado, tratando de entender su poder. La casa está llena de ellos, y todos son parte de algo más grande, algo oscuro. Los espejos son portales, pero no lo sabía cuando los heredé. Y ellos me han estado vigilando, esperando. Pero no son los únicos. Hay otros seres del otro lado, los custodios, los protectores de estos portales. Ellos evitan que crucemos, pero si rompes las reglas, intentarán tomar tu lugar. La regla más importante: nunca te mires a los ojos en el espejo por más de 10 segundos. Si lo haces, el reflejo ya no será solo un reflejo."

Daniel cerró el diario, sintiendo una mezcla de incredulidad y escalofríos. ¿Era todo esto producto de la mente trastornada de su tío abuelo? ¿O había algo más en esos espejos? "Solo espejismos", se dijo a sí mismo, aunque no podía quitarse la sensación de ser observado cada vez que pasaba frente a uno de los espejos de la casa.

Esa noche, los sueños que tuvo fueron extraños. Se veía a sí mismo, pero no en su propio cuerpo. Estaba atrapado dentro de un espejo, y su reflejo, que no era él, sonreía con malicia.