Mi jefe, Andrew Barnett

1. Café

—Dime, por favor, que sí te vas a casar—suplicó al verla moverse en el sitio, buscando sus prendas. La joven la ignoró, farfullando una queja al estirarse en búsqueda de su pañoleta, tirando de la misma sin percatarse del desastre que hizo en cuanto la sacó de su escondite. Las pertenencias cayeron contra el suelo, con ella abriendo su boca en sorpresa, hastiada de lo mismo.

—Siempre es lo mismo contigo, mamá—se quedó—. Odio que pongas la pañoleta de papá en medio de todas esas cosas. Lo odio—refunfuñó, molesta—. Sobre tu tema, lo estamos hablando, ¿sí? Seguimos apretados—concretó, caminando entre el desastre para comenzar a organizar las prendas y objetos.

Colocó la caja allí, acomodando lo necesario al soltar el aire contenido, moviendo en el acto sus mechones que habían buscado el frente con molestia, cansada al ver que todo se estaba arruinando.

—Quiero lo mejor para ti—dijo, como siempre al hundir los hombros—. Ese muchacho te ama tanto…

—Yo lo amo a él, mucho—el flechazo atravesó su pecho, inquieta ante sus palabras—. Solo quiero sentirme estable antes de tomar esta decisión, ¿está bien? Es un cambio de vida, convivir juntos, pensar, supongo, en una familia a futuros, hijos como todo el mundo—encogió los hombros—. El mismo estereotipo de siempre—comentó.

Limpió sus manos contra la falda torpe que llevaba, moviéndose en dirección a la puerta al sentirla seguir sus pasos, como si quisiera pisarle los talones al llegar a la casa.

Tomó aire, exhausta en lo que se quedaba quieta, arreglándose la prenda sobre el cuello, girando para verla unos minutos.

—No te siento convencida—pregonó.

—La verdad, no lo estoy, mamá—confesó—. Hay algo que no conecta con nosotros, no sé qué rayos es, pero me incomoda la sensación de estar jugando con él. Odio jugar con las personas y si por mi fuera, lo terminara, lo que pasa es que siento que no podría lidiar con el hecho de…—Ahí estaba, hablando sin parar una vez más en ese mismo ritmo del que no escapaba al saber que no la comprendía en lo absoluto. De hecho, solo ella lo hacía y ni siquiera se entendía del todo por el mismo tema. Ser tan complicada, torpe como nunca, haciéndole juego a lo que todos hablaban en su contra.

Ser rubia y tener un grado de torpeza tan alto como su tamaño, por lo que jamás podría sacarle eso de la cabeza a su familia, menos a sus amigos, si quería ser sincera consigo misma.

—Y eso es todo—la mujer rió a medias, pasando a su lado al colocarse en frente para posar sus manos en sus hombros—. Ay mamá, no sé qué haré con mi boca.

—Hablar de más no es discapacidad, hablar menos es prudencia—apuntó—. A buen entendedor, pocas palabras—palmeó su rostro con ligereza, atrayéndola al abrazarla un rato.

Primer día en búsqueda de trabajo o bien, donde tendría una entrevista para el mismo, queriendo tranquilizarse, aunque ni siquiera pudo dormir la noche entera. ¿Cómo lo hacía, si su cabeza iba a mil por horas? Se sentía como un niño pequeño al que le indicaban irían a la playa y no podía pegar ojo hasta el día siguiente.

Dio vueltas, estuvo practicando, haciendo de todo con tal de verse en la mejor posición, conociendo sus límites, sus áreas favoritas y las no tan favoritas si era sincera. Seguro que esa debió estudiarlas más si quería sobresalir.

Rodó los ojos en lo que se apartaba, yendo por sus pertenencias al posar un pequeño sombrero sobre su cabeza, viendo a su madre cruzada de brazos.

—A ver, ¿no te parece que vas muy… extraña?—indagó—. Es una empresa que fabrica motocicletas para hombres—enunció—. Seguro todos están vestidos con colores nada sobresalientes.

Encogió sus hombros, restándole importancia.

—Solo ruega porque mi boca no hable de más, ¿sí? Te quiero. —Tiró un beso en su dirección al abrir la puerta de la casa, yendo hacia su medio de transporte en lo que se colocaba su respectiva seguridad. Posó las manos en los volantes, encendiendo el motor antes de despedirse con su mano, conduciendo concentrada en el trayecto al empezar a tararear una pequeña canción, perdida en el proceso donde sintió el aire golpearle el rostro llena de calidez, disfrutando el hecho al avanzar por las calles de la ciudad a pesar de las miradas que recibía en su contra, pocas a su favor.

Casi nunca se acostumbraba a ver a una mujer en esas fachas, menos portando una falda, aunque eso no quitaba la opción de llevar un pantalón corto por debajo que cubría sus muslos, por lo que nada se veía en el trayecto, manteniendo los pies en su respectivo sitio.

Se encargó de no darle importancia, le gustaba estar viviendo aquello, aparte de poder recordar todas las veces que su padre la condujo en el mismo transporte cada que iba a clase del colegio y unas cuantas veces a la Universidad, aprendiendo a manejar hasta tener una de regalo con los ahorros que le quedaron de sus últimos trabajos.

Lo recordaba como siempre. No podía dejar de sentir orgullo por sus recorridos que les permitieron encaminarse hacia los respectivos destinos, siendo ella la que llevaba más experiencias, ayudando a su madre en el negocio cada noche.

Por suerte, si no tenía trabajo, como en ese instante, aquello ayudaba en los gastos en lo que buscaba algún sitio, temiendo la carta que no expresaba una buena referencia y de la misma que no se avergonzaba por completo. Se lo merecía, su jefe había sido un patán acosador de primera, denunciarlo no había sido la mejor manera debido a la pérdida de trabajo sin remuneración, no obstante, pudo ayudar a su compañera a salir de las garras de ese interesado.



#21743 en Novela romántica
#3615 en Chick lit
#2576 en Novela contemporánea

En el texto hay: jefe, romance, empleada

Editado: 20.07.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.